martes, 21 de mayo de 2019

El sonido absoluto



EL SONIDO ABSOLUTO
Un análisis de Cortejo y Epinicio de David Rosenmann-Taub

Eduardo Moga
Barcelona, RIL Editores, 2019, 148 págs.

   Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce. Paralelamente, el escritor ha cultivado géneros como el diario, el libro de viajes y la crítica literaria que ha ejercido en revistas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Ínsula, Turia o Quimera y ha recogido en volúmenes como De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2017) y Homo Legens (2017).
   Ahora, la editorial chilena RIL Editores en su sede barcelonesa publica El sonido absoluto, un estudio sobre una tetralogía de David Rosenmann-Taub (Santiago de Chile, 1927), titulada Cortejo y epinicio compuesta por los volúmenes El zócalo, El mensajero, La opción y La noche antes. Con una sólida formación artística, dibujante y músico, Rosesmann-Taub cimenta su obra poética, que este lector no conocía, sobre una sorprendente manipulación formal que rehúye las primeras soluciones expresivas y se mueve en registros no frecuentados de la lengua: arcaísmos, composiciones léxicas de creación personal, palabras y expresiones inglesas, francesas, latinas, hebreas, palabras utilizadas en una categoría morfológica distinta a la previsible (los “Cortejo y epinicio” del título son formas verbales) en unos textos cuya dificultad se acrecienta en los poemas hiperbreves, monósticos o dísticos, como este, sin título, con una puntuación insólita, que define su labor poética: “Discrepancia: denuedo: / mi viñedo”. Los poemas resultan oscuros, enigmáticos, con frecuencia ininteligibles por el alto grado de transmutación lingüística, por su “radicalidad metafórica”, pero, por ello mismo, intensamente atractivos (como una octava de Perito en lunas; también Miguel Hernández, en su afán de ocultamiento, llegó a suprimir los títulos de los poemas).
   Reproducimos un fragmento del análisis que Eduardo Moga, un lector y crítico pertrechado con un enorme caudal de lecturas, hace de unos versos del poeta chileno en que no ha roto por completo su anclaje con la realidad.

   “En el poema III de La opción, por ejemplo, el protagonista es el viento de otoño, que enmarca una escena campestre. Y así reza la segunda estrofa:

Viento obtuso, me atrapas
por lo tú, por lo selva, por lo tirano y ávido
-lo fatuo
de tus naipes sin límite-.
Polvareda sin cuerpo,
vuélame el arrayán de sensatez, las jarcias
de aflicción. ¡A volar
con tu adulterio agreste, tu elixir de tañidos!” (O, 14)

   El viento ha dejado de ser un fenómeno atmosférico y se ha convertido en muchas otras cosas, sin dejar de ser viento: aparece al principio de la estrofa, para que no haya duda de su figuración, pero luego se embosca en otras realidades con las que puede asimismo identificarse: una cárcel, una jungla, un opresor, un juego, un espectro, un infiel, un alquimista, un músico. Todo se proyecta en el yo, con el que el viento establece una dualidad –“me atrapas por lo tú”- no siempre equilibrada: el viento enmaraña al poeta, lo sorbe y esclaviza, se engríe con él, lo desequilibra y, a la vez, lo consuela, lo eleva, en fin, a un ámbito de libertad, sin fidelidades ni orden, donde su estruendo resulta balsámico. El viento se hace otro y hace otro del poeta: todo es otro en el poema, aunque sigamos reconociendo sus orígenes, su raíz fáctica. No siempre es así, desde luego”. [pp. 96-97].

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