Cuando uno cree que todo ha sido escrito ya, en especial sobre esos temas universales como la naturaleza, la religiosidad o el amor, siempre encuentra que un escritor dotado puede formular un viejo motivo de un modo imprevisto y por tanto novedoso. Así describe Meir Shalev (Nahalal, Israel, 1948) el instante en que Jacob ve pasar a Judit y queda súbitamente enamorado de ella; esto es, en que cae complacido en la trampa que el amor le tiende.
“Judit se inclinó un poco hacia delante y el viento de la primavera, así me lo supongo y me lo imagino yo, jugueteó con el paño de su vestido, ciñéndolo a sus muslos y separándolo de ellos, y, como sucede siempre en el instante del enamoramiento, una vieja imagen salió a flote de las profundidades de Jacob pidiendo encontrar a su hermana.
Él tenía razón. Esas trampas son muy simples. Es cierto que basta con el revoloteo de una nubecilla sobre el sol, con el eco de un olor que acaba de pasar, con el ángulo de reflejo de una luz. Basta con adecuar una silueta al marco del recuerdo para que el hilo se tense y tire del palo, para que la compuerta caiga y la trampa funcione. Así es como el destino caza a su presa y se la lleva, víctima feliz y palpitante, a su guarida”.
(Por amor a Judit. Barcelona, Salamandra, 2004, p. 144)
Este libro me sorprendió gratamente. Pensé que nunca encontraría otro escritor como Isaac Bashevis Singer, capaz de atraparnos en una cultura y un mundo que nos "eran" ajenos.
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