EL MISTERIO DE MACONGO
Samuel Serrano Serrano
Madrid, Huerga & Fierro,
2012, 194 págs.
Nacido en Aracataca, Colombia, 1964, Samuel Serrano Serrano es doctor
en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Hasta el momento
ha publicado los poemarios El hacha de
piedra (2008), Canto rodado (Premio Nacional de
Poesía «Ciudad de Bogotá, una ciudad que sueña» 1996) y Ritual del
recluso (1991). Sus poemas han aparecido en las antologías: Cómo conocernos
mejor: Brasil-Colombia (Medellín 1995), Antología de la poesía
colombiana (Bogotá, 1996), Estruendomudo (Madrid,
2003), El corazón de la palabra (Salamanca, 2004), entre
otras.
Desde 1996 reside en Madrid, en donde ejerce la crítica literaria
en publicaciones como Cuadernos Hispanoamericanos, Quimera, Babelia y Rinconete, revista
virtual del Instituto Cervantes.
Ahora la editorial madrileña Huerga &Fierro publica El misterio de Mancongo, un conjunto de ocho relatos cuyas
tramas saltan de un continente a otro, pero en donde sobresale “la presencia
repetida en sus páginas de Colombia y lo colombiano” [Prólogo] Reproducimos un
pasaje del relato que da título a la compilación. En él, un escritor fracasado,
Enrique Guillén, lucha sin éxito por convencer a todos de que Gabino, el premio
Nobel colombiano autor de Un siglo de condenación, le ha arrebatado su universo
vital y literario (ha contado la historia de su familia, los Buenhora, le ha
robado argumentos narrativos…).
“Salté con el ratón varias
páginas más adelante y el discurso continuaba en los numerosos capítulos que
iban desgranando el modelo real de los principales personajes de la saga: el
coronel que “había promovido 32 levantamientos armados y los había perdido
todos”, la mujer más bella y estúpida de la tierra que sin saberse cómo ni por
qué ascendía a los cielos en cuerpo y alma en medio de un revoloteo de sábanas,
el misterioso anciano con sombrero de ala de cuervo que aparece y desaparece en
el alquímico aposento de los pergaminos y, por fin, el marcado con la rúbrica
de la infamia, el desgraciado niño con cola de cerdo con el que concluía la
estirpe, personaje que como Guillén insinuaba impúdicamente podía tratarse
quizá de sí mismo”[pp. 59-60]
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