martes, 12 de junio de 2012

El misterio de Macongo



EL MISTERIO DE MACONGO

Samuel Serrano Serrano
Madrid, Huerga & Fierro, 2012, 194 págs.

 Nacido en Aracataca, Colombia, 1964, Samuel Serrano Serrano es doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Hasta el momento ha publicado los poemarios El hacha de piedra (2008), Canto rodado (Premio Nacional de Poesía «Ciudad de Bogotá, una ciudad que sueña» 1996) y Ritual del recluso (1991). Sus poemas han aparecido en las antologías: Cómo conocernos mejor: Brasil-Colombia (Medellín 1995), Antología de la poesía colombiana (Bogotá, 1996), Estruendomudo (Madrid, 2003), El corazón de la palabra (Salamanca, 2004), entre otras.  
Desde 1996 reside en Madrid, en donde ejerce la crítica literaria en publicaciones como Cuadernos HispanoamericanosQuimeraBabelia y Rinconete, revista virtual del Instituto Cervantes.
  Ahora la editorial madrileña Huerga &Fierro publica El misterio de Mancongo, un conjunto de ocho relatos cuyas tramas saltan de un continente a otro, pero en donde sobresale “la presencia repetida en sus páginas de Colombia y lo colombiano” [Prólogo] Reproducimos un pasaje del relato que da título a la compilación. En él, un escritor fracasado, Enrique Guillén, lucha sin éxito por convencer a todos de que Gabino, el premio Nobel colombiano autor de Un siglo de condenación, le ha arrebatado su universo vital y literario (ha contado la historia de su familia, los Buenhora, le ha robado argumentos narrativos…).

“Salté con el ratón varias páginas más adelante y el discurso continuaba en los numerosos capítulos que iban desgranando el modelo real de los principales personajes de la saga: el coronel que “había promovido 32 levantamientos armados y los había perdido todos”, la mujer más bella y estúpida de la tierra que sin saberse cómo ni por qué ascendía a los cielos en cuerpo y alma en medio de un revoloteo de sábanas, el misterioso anciano con sombrero de ala de cuervo que aparece y desaparece en el alquímico aposento de los pergaminos y, por fin, el marcado con la rúbrica de la infamia, el desgraciado niño con cola de cerdo con el que concluía la estirpe, personaje que como Guillén insinuaba impúdicamente podía tratarse quizá de sí mismo”[pp. 59-60]          

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