OESTE
Pureza Canelo
Mérida,
Pre-Textos /Editora Regional de Extremadura, 2013, 68 págs.
Nacida en
Moraleja en 1946, Pureza Canelo irrumpió en el panorama de la poesía española
con Celda verde (premio Adonais de
1970), al que siguieron otros títulos como Lugar
común (1971), El barco de agua
(1974), Habitable. Primera poética
(1979), Tendido verso. Segunda poética
(1986), Pasión inédita (1990), Moraleja (1995), No escribir (1999), Dulce
nadie (2008), A todo lo no amado
(2001) y Cuatro poéticas (2011).
Directora Gerente de la Fundación Gerardo Diego desde 1999, Pureza Canelo ha
recibido premios como el “Juan Ramón Jiménez” (1980), el “Ciudad de Salamanca”
(1998), el “Francisco de Quevedo de la Villa de Madrid” (2009) o el premio “Ciudad
de Torrevieja” (2010).
Ahora, la Editora Regional de Extremadura y
la editora valencia Pre-Textos publican en coedición Oeste, un conjunto de veinte poemas en prosa, que se abre con un
breve poema (“Mi oeste”) procedente de A
todo lo no amado. Las composiciones recogen, sin el lastre ominoso de
la nostalgia, imágenes de la niñez, destellos nítidos del pasado, paisajes que al
ser recordados en la distancia regresan convertidos en pura poesía (“Adelanto
del otoño, manjar de planeta: olor a paja y tierras mojadas. Grandeza de los
pastos, hermano horizonte”, Pastos). Reproducimos una de estas estampas que
reúne la imagen de la lavandera extendiendo la ropa blanca sobre unos juncos y la
de la creadora recogiendo esa misma realidad en un papel en blanco para salvar del olvido,
al modo machadiano, un mundo luminoso y afirmativo.
CITA
En la piedra lavas y extiendes ropa sobre
juncos que hacen de sombrilla en el verdinal junto al puente. Mujer de vestido
oscuro se afana en lo blanco como la luna hace huecos de luz en el huerto.
A esa edad de contemplación iniciaba los
poemas de mi ignorancia que hoy me desesperan, la lengua niña desconocía el
estilete de vivir para llegar a esencia.
Hoy mujer con papel blanco lo extiende en
cualquier punto de su cita con el tiempo. La visión cambia de atalaya, los
dedos deformes de escritura se vuelven arroyos, estampa de fidelidad a esa
mujer que lavó en mi río maltratando sus manos al sol y al hielo.
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