DIARIOS
(2012-2013)
(2012-2013)
Hilario Barrero
Sevilla, La isla de Siltolá, 2015, 359 págs.
Nacido
en Toledo en 1948, Hilario Barrero vive en Nueva York desde 1978, en cuya
universidad se doctoró con una tesis sobre Félix Urabayen y en donde hasta su
reciente jubilación ha dado clases de lengua y literatura españolas. Autor de cuatro libros de poemas, In tempori belli (1999, premio de poesía “Gastón
Baquero”), Agua y Humo (Cuadernos de
Humo, 2010), Libro de familia (El Brocense, Cáceres,
2011) y Tinta china (Cylea Ediciones,
2014) ha publicado hasta ahora los diarios Las estaciones del día
(2003), De amores y temores (2005) y Días de Brooklyn (2007),
todos ellos en la editorial asturiana Llibros del pexe. Más tarde aparecieron Dirección Brooklyn (Universos, 2009), Brooklyn en blanco y negro (Universos,
2009), Nueva York a diario (Impronta,
2013) y De Prospect Park a Zocodover
(Nueva York, Cuadernos de Humo, 2015). Ahora, la editorial sevillana La isla de Siltolá publica su última entrega tituada Diarios
que, como indica el subtítulo recoge entradas de los años 2012 y 2013, en donde
volvemos a encontrar todo lo que al escritor le interesa: “la ópera, los
libros, los museos, los mercados callejeros, las tienda de moda, la gente que
viaje en metro” [García Martín, J. L.] o, como leemos en la siguiente entrada,
uno de los cementerios de Nueva York en donde reposa parte de su pasado.
Martes, 29.-
Hemos vuelto al cementerio de Sleepy Hollow. Allí seguía el río Pocantico,
joven, saludable, ruidoso y feliz. Saltaba entre rocas, piedras cubiertas de
musgo, mordía las orillas como quien muerde unos labios, pasaba despertando
tinieblas, deshaciendo huesos, socavando el peso de la sombra. Envuelta en
otoño el agua era amarilla, oro cáustico corroyendo las raíces que querían
hundir sus dedos en la corriente. También estaba la muerte disfrazada de vida
llenando de silencio el recinto, incendiando los árboles y cerrando las puertas
de algunos mausoleos con la llave oxidada del olvido. Allí estaba el otoño como
un paño funeral para un entierro de primera, extendida su palidez cobarde, más
un lienzo rojizo de ascuas para la hoguera final. Allí estábamos los dos, de
nuevo, haciendo repaso de otros nombres que ahora son piedra, de otras voces
que ahora son de barro, recordando signos y brasas, nuestra vida, el amor
encendido, la casa iluminada. Con la tarde a cuestas recordamos nuestros
muertos, cuerpos que murieron salpicados de miseria y olvido, cuerpos gloriosos
con olor a azufre y a salitre. Llegamos a casa calados hasta los huesos,
mordidos por un silencio rabioso. Con un cansancio de fechas y de nombres,
volvemos en silencio sabiendo que algún día arderemos. [pp. 339-340]
Muchas gracias, Simón. Un abrazo cordial.
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