PARA CONOCER A
GARCÍA MÁRQUEZ
José miguel
Alzate
Manizales
(Colombia), Manigraf Grupo Editorial, 2015, 145 págs.
Nacido en
Aranzazu (Caldas, Colombia) en 1954, José Miguel Alzate inicia su carrera
literaria en el diario La patria
donde comenzó a hacer crítica literaria desde los diecisiete años, hasta
convertirse, en la actualidad, en uno de los columnistas más leídos del
periódico El tiempo, de Bogotá, en el
que colabora desde 2010. Su obra se abre a la crítica y al ensayo (Javier Arias Ramírez, un poeta de Caldas,
1989; Conceptos libres, 1997; Aranzazu, su historia y sus valores,
2000; Samaná en la historia, 2001; El sabor de la nostalgia, 2003; Entre la soledad y la angustia, 2013) y
al relato (Sinfonía en azul, 2002,
premio departamental de literatura en el género de cuento del año anterior). El
año pasado vio a luz su última obra, Para
conocer a García Márquez, un estudio pormenorizado sobre la vida y obra del
autor de Aracataca, del que reproducimos un fragmento que incide sobre el lugar
central de Cien años de soledad en su trayectoria literaria.
“Cien
años de soledad cuenta la historia completa de Macondo a través de la
familia Buendía desde que el primer José Arcadio y la primera Úrsula la
fundaron, mitológicamente, a doce kilómetros de un galeón español anclado en
plena selva. Pero apunta hacia algo más: es una metáfora minuciosa de toda la
vida americana, de sus peleas, sus malos sueños y sus frustraciones. Los cuatro
libros previos de Gabriel García Márquez aparecen ahora como meros afluentes de
esta novela total: los tropeles verbales de La
hojarasca han moderado su trote; las íntimas inclinaciones de cabeza de El coronel no tiene quien le escriba se
aplican –son sus mimas reticencias- a la historia de Remedios Buendía, una
casada impúber a quien García Márquez retrata mediante escamoteos psicológicos.
Solo Los funerales de la Mamá Grande,
último cuento de un libro homónimo, anticipa con sus tempestades episcopales y
su tremendismo babilónico, los mejores momentos de Cien años. Macondo ha sido
siempre, salvo en El coronel, el obsesivo protagonista de estas ficciones, el
surtidor de símbolos” [págs.136-137]
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