PLANES PARA NO ESTAR MUERTO
Diego González
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col.
La Gaveta, 2016, 69 págs.
Licenciado en Ciencias de la Información y diplomado en Dirección
Cinematográfica y Guion, Diego González (Villanueva de la Serena, 1970) ha
desarrollado su labor profesional en diversos medios de comunicación y trabaja,
en la actualidad, como guionista y productor de contenidos audiovisuales. Autor
de dos poemarios, Mil formas de hacer la
colada (Málaga, Cedma, 2006) y Mudanzas
en los bolsillos (Castellón, Ellago Ediciones, 2007), el escritor ha
publicado relatos en compilaciones antológicas como Estrechando círculos (Don Benito, 1999) y Siempre relatando (Diputación de Badajoz, 2005). En 2006 logró el
premio “Felipe Trigo” de novela corta con La
importancia de que las abejas bailen.
Con
una impronta poética semejante a la de la novela anterior, ve ahora la luz, en
la Editora Regional de Extremadura, Planes
para no estar muerto, una novela corta en que una sucesión de aparentes
microrrelatos, todos titulados, construyen, mediante una expresión ceñida y
escueta, las trayectorias de Ashe, el narrador, Dao Ji, el anciano obligado a
un regreso a su tierra que tiene la condición de la derrota y Xiu Mei, la
niña-gato empujada por sus padres a la prostitución, tres seres marcados por el
desarraigo, la infelicidad y la certeza de la muerte (que, como se sabe, prefiere a quien no tiene proyectos pendientes).
Reproducimos el momento en que sus destinos se cruzan en un instante
crucial para todos ellos.
EL MIEDO
Tengo
miedo, ha dicho Dao Ji mientras pagaba. Aquí tienes tu dinero. Dudo si debo
cogerlo, pero finalmente lo hago. Es un trabajo y Dao Ji tiene descuento porque
se marcha, Y es mayor. Demasiado. Y está aterrado porque sabe que va a morir.
Los chinos regresan a China cuando mueren o cuando han cumplido su historia.
Aquí solo quedan los jóvenes y los fantasmas. Y Dao Ji siente pánico porque es
de Qingtian, del lugar en que nueve de cada diez partes son montañas. Y en
Qingtian ya no debe quedar nada ni nadie de lo que había cuando Dao Ji se fue.
Hace 50 años.
Tengo
miedo, me dice mientras escribe unos números sobre un papel para asegurarse de
que nada se pierda en su memoria. Lleva las cuentas de sus negocios en pequeñas
hojas que maneja cuidadosamente con sus largos y huesudos dedos. Es viejo, casi
tanto como su pánico, así que le insisto en que no se preocupe, que yo me
encargo de todo, y le agarro con fuerza la mano que tiende el dinero para que
me crea. Estoy asustado, solloza Dao Ji, porque voy a regresar y no tengo una
bonita historia para mis muertos. No se preocupe, repito, yo cuidaré de que
esté en paz con ellos.
Entonces saco del bolsillo un papel doblado. Es lo pactado. Aquí tiene la
lista. Está escrita con rotulador de punta fina, como le gusta a la niña-gato.
Así podrá leerla en la oscuridad.
En
unos días Dao Ji ya no volverá a verme. Se marchará para siempre y dejará a la
niña-gato conmigo. Por eso busca un orden en las cosas, para que todo salga
bien. [pp.15-16]
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