EL
SECRETO DEL AGUA
Badajoz,
Diputación Provincial, 2017, 420 págs.
Nacido en Campillo de
Llerena en 1947, Tomás Martín Tamayo es un reconocido articulista que ha
publicado sus columnas en periódicos regionales (Hoy, Diario.es /
Extremadura) y nacionales (El Mundo, ABC, Público, El Confidencial),
una selección de los cuales apareció en 2002 (222 artículos de Hoy).
Además de un libros de poemas (Abstracción de la culpa), su trayectoria
literaria, reconocida con numerosos premios, ha transitado de modo preferente
por el relato, lo que le ha llevado a participar en numerosas antologías del
género (Narrativa Extremeña actual, Alquimia, 100 narradores
hispanoamericanos, Estrechando círculos, La narración corta en Extremadura,
Ficciones, Instintos naturales), y a publicar hasta el momento cuatro
compilaciones de cuentos: Cuentos de madrugada (1979), Cuentos
al alba (1984), Cuentos de la maldita resignación (1997)
y Cuentos en verde aceituna (2006), antologados en una edición reciente, Cuentos del día a día (Sevilla, Punto Rojo, 2015).
Como novelista, Martín Tamayo ha publicado El enigma de Poncio Pilatos (2008), una novela histórica de
extraordinaria acogida, y El manto de
légamo (2011), ambientada en la Extremadura de Posguerra.
Y en los años más duros de este periodo,
correspondientes a la presencia de Ibáñez Martín en el Ministerio de Educación
(entre 1939 y 1951) se localiza el primer bloque de El secreto del agua, publicada ahora por la Diputación Provincial de Badajoz. La construcción de un pantano sacará a la luz la complicidad en la
defensa de sus intereses de los vencedores de la reciente contienda:
terratenientes arrogantes, sacerdotes y obispos obsequiosos, políticos
corruptos…, que logran desplazar la ubicación de la presa para defender las
tierras de los propietarios, anegando, de este modo, la aldea de Encinares. A
estos poderosos adversarios habrá de enfrentarse Antonio, el maestro del pueblo,
cuya oposición a la presa le llevará a la muerte bajo la apariencia de un
suicidio.
Años más tarde, su hijo adoptivo emprenderá,
con todos los medios de la presidencia de una empresa petrolera que ostenta, una
pormenorizada investigación que no culminará hasta que el vaciado del pantano
muestre de nuevo la aldea y otros enigmas ocultos por las aguas. Nos
encontramos, por todo lo dicho, en el territorio del compromiso, ante una
literatura erigida desde una posición ética que viene a confirmar cómo los
métodos utilizados durante la Dictadura y los empleados en los años
de la Democracia son distintos, sí, pero todos ellos, igualmente indignos.
Reproducimos un párrafo en que el maestro ha
de enfrentarse al primer intento de doblegar su actitud.
“Los inspectores siguieron al maestro y uno
de ellos se adelantó para sentarse en su sillón. Antonio abrió un cajón lateral
de la mesa y sacó varias carpetas de gomillas, con anotaciones en la portada. El
inspector que se había sentado puso enérgico la mano sobre las carpetas y el
maestro retrocedió, desconcertado por la actitud hostil que demostraban los
inspectores.
-¿Tienen la bondad de decirme qué es lo que ocurre’
¿Quiénes son ustedes?
-Nosotros somos inspectores de la Delegación del
Ministerio de Educación Nacional y desde luego no hemos venido para ver
papeles. Así que déjate de carpetitas y de cuadernitos.
-Pues ustedes dirán qué es lo que quieren ver.
El inspector sentado comenzó a curiosear en
el cajón central de la mesa, mientras el otro iniciaba el interrogatorio en un
tono que casi parecía la lectura de una sentencia.
-¿Se reza al entrar y salir de la escuela?
-No, no se reza. En ninguna instrucción se dice que sea
obligatorio rezar al entrar y salir de la escuela.
-¿Y se dice en alguna instrucción que los niños pierdan
el tiempo haciendo puzles o leyendo periódicos?
-No, no se dice, pero es el método que yo utilizo.
-¿Para qué?
-Para que aprendan a trabajar en equipo, para que sean
cuidadosos con el material que se les entrega, para que aprendan a seleccionar
los colores, para fomentarles la paciencia, para… [p. 38].
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