NI
UNA PUTA FOTO
Javier Velilla
Madrid, ViveLibro, 2017, 414 págs.
Nacido en Don Benito, Javier Velilla es un
ingeniero agrónomo que ha residido por razones laborales en Madrid, Valencia,
Oxford y, en la actualidad, en Arabia Saudí. Ni una puta foto, su primera novela, desarrolla su trama en dos
bloques alternos muy contrastados. Uno de ellos se sitúa en el mes de julio de
2006 en Valencia y Madrid: Luis Cortés se empecina en contactar con cinco
mujeres con las que mantuvo una relación sentimental antes de conocer a Amalia,
su actual esposa con la que ha tenido cuatro hijos y con la que mantiene una
relación apacible. Por este motivo, es más sorprendente lo insólito de su
empeño. Tras leer sus diarios, escritos durante la década de los ochenta, Luis
visita a Lola, la joven de Guareña que rompió la relación de un modo cruel (y
ahora regenta una óptica y vive con su pareja), intenta encontrar Kika (pero ha muerto prematuramente de cáncer), habla con Cita, sobreviviente de varias rupturas sentimentales
dispuesta a marcharse a La India (y que le pide cien euros), visita a Carolina, que lo
echa de su consulta y le recrimina la inconsciencia de su propósito, y a Maga, la joven de las
juventudes socialistas abandonada por su esposo. Todas ellas son mujeres
fuertes que han afrontado con dignidad la derrota de los sueños de juventud y
que reaccionan con un recelo inicial a la llegada de este conocido del pasado.
¿Qué se propone? ¿Reanudar una relación extinta?
Los diarios, que Luis les pide que lean,
responden a esta pregunta. Sumido en una crisis existencial que se niega a
aceptar, Luis trata de salvar de la desaparición y del olvido unas experiencias
amorosas asediadas por todas las poderosas emociones concéntricas del amor: la
inseguridad, la esperanza, la pasión, los celos, el rencor, las infidelidades…
Todas ellas comprenden entonces que su plan responde a un miedo no expreso al paso del
tiempo, a la vejez y a la muerte, en tanto los diarios vienen a convertirse
en un sucedáneo de perduración, logrando que esas vidas, de las que no conserva
“ni una puta foto”, no hayan sido del todo baldías. Pero su empeño, como le
avisa una de las mujeres (“Si fueras feliz en casa, no estarías aquí… puedes
hacer daño a otras personas”) es malsano (“Esos viajes al pasado pueden
desquiciar a gente que sea emocionalmente vulnerable”) resulta peligroso y, en
el fondo, autodestructivo, pues las fuerzas que invoca en su desatinado empeño
son incontrolables. En el desenlace, una frívola aventura erótica con su primera novia y un
descuido con su teléfono móvil ocasionarán un daño injusto e irreparable y precipitarán
su caída.
Reproducimos un párrafo de este momento
narrativo.
“-¿En mi cama?
Él piensa tan rápido como puede qué excusa
puede dar, tiene que haber una salida, pero necesita ver el texto, qué coño ha
escrito la imbécil que le haya mandado el puto mensaje. Luego se da cuenta de
que tiene que ser Lola, es la única que ha estado en su casa, la única que ha
estado en su cama.
-Déjame ver, no sé de qué me estás hablando.
Y tiende su mano con cuidado, en un
movimiento suave hacia Amalia, como procurando no espantarla, que no se asuste,
que no reaccione de forma violenta. Ella no se mueve, pero contesta con un tono
de voz que es ya un poco más fuerte que el anterior.
-Sí lo sabes, cabrón. Tu Duquesa en mi
cama.
Ha pronunciado el nombre como si tuviera la
boca llena de vómito, y de hecho Luis piensa por un momento que ella va a
vomitar; tan grande es el asco que ha sentido desde los dos metros que los
separan.
-Dame el móvil, por favor.
Ella lo deja caer, no lo ha tirado, y tal vez
ha sido un gesto involuntario, como si la fuerza hubiera desaparecido de su
mano, como si se hubiera rendido a la evidencia, como si ya no hubiera remedio
ni nada importara”. [p. 406]
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