BAJO
EL SOL DE LA DEHESA
Manuel
Pecellín Lancharro
Badajoz,
Editamás, 2017, 326 págs.
Prólogo
de José María Fernández Gutiérrez
Dejando
a un lado su actividad de dinamizador cultural (director del servicio de
publicaciones de la Diputación Provincial, director del Centro de Estudios
extremeños y de su revista, presidente de la Asociación de Escritores
extremeños, cofundador y vicepresidente de la Unión de Bibliófilos extremeños,
entre otras numerosas tareas), la obra escrita de Manuel Pecellín (Monesterio,
1944) comprende una enorme relación de libros y artículos publicados en
periódicos y revistas, tanto regionales como nacionales y extranjeros. La mayor
parte de estas obras se proponen reconstruir la historia del pensamiento en
Extremadura. Ya su tesis doctoral se centró en el desarrollo del Krausismo en
la región; otros estudios suyos han atendido al pensamiento y la obra de Arias
Montano, Francisco Vera, Joaquín Sama, Juan Uña o Faustino Arévalo.
Pero Manuel Pecellín ha participado también activamente en el estudio y
promoción de la literatura en Extremadura. Él es el autor de la mejor revisión
histórica que se ha publicado hasta la fecha: los tres tomos de Literatura
en Extremadura (1982) que se han ido completando posteriormente con
artículos en distintas publicaciones en los que el autor ha atendido tanto a la
recuperación histórica de ciertos autores (Felipe Trigo, particularmente, pero
también el teatro extremeño del siglo XVI, por ejemplo) como a los escritores
contemporáneos (Manuel Martínez Mediero, Manuel Pacheco, Álvarez Lencero, José
Antonio Gabriel y Galán, los narradores últimos...).
Paralelamente a esta notable obra filológica
y crítica, Manuel Pecellín ha ido agavillando tímidamente páginas de auténtica
creación literaria, primero en una obrita de 1987 publicada por la editora
regional (Caleidoscopio), y más tarde en una segunda entrega de mayor
cuerpo, Historias mínimas (Badajoz, Del Oeste Ediciones, 2001) y Relumbre
de espejuelos (Beturia, 2010, con un soneto-prólogo de Santiago Castelo).
Recordamos de modo sucinto estas varias
facetas del escritor, en palabras del prologuista, “un hombre sabio, erudito,
ponderado y amante de los libros” porque todas ellas aparecen en esta
miscelánea publicada ahora por Editamás con ilustración de portada de Eduardo Naranjo. Al terreno del estudioso pertenecen trabajos como “Ramón Carande”,
“Editoriales privadas de Extremadura”, “Cervantes y Guadalupe” y “La primera
Biblia completa editada en Castellano”. De menor extensión son textos escritos
para responder a un homenaje o presentar un día del biblióflilo, los entregados
a una revista o un diario con motivo de
un acontecimiento cultural, las numerosas reseñas de novedades editoriales, y
no faltan los textos de pura creación como “pecios” y varios poemas. Reproducimos
un breve texto que remite a su vocación quizá más profunda, la filosófica.
ESTE
ANIMAL SIMBÓLICO
Entre las numerosísimas definiciones que
tratan de expresar los rasgos distintivos del hombre, prefiero la del filósofo
E Cassirer: “animal simbólico”. Efectivamente, este “mono desnudo” (D. Morris),
quizás demasiado obeso (J. E. Campillo), no siempre tan racional (Aristóteles)
y en ocasiones auténtico lobo (Hobbes), se caracteriza sobre todo porque tiene
a su disposición un número continuamente renovado de elementos significantes. Constituyen
lo que se conoce como “cultura”, el universo de discursos capaces de
conducirnos más allá de los puros impulsos inducidos por nuestra naturaleza
animal. El lenguaje ante todo, pero también la ciencia, la religión, la música,
las artes plásticas, el deporte, la gastronomía, la técnica e incluso el ocio
forman parte del mismo.
Tanto más culta es una persona cuanto más
cultivada está, es decir, mejor conoce e interpreta los símbolos. Por supuesto
que estos no son siempre “inocentes”, sino que a menudo se impregnan de los
valores de las clases depredadoras. De ahí el énfasis de Antonio Machado en
incrementar la “conciencia vigilante” para evitar nos den gatos por liebres y
hacer que sepamos distinguir “las voces de los ecos”.
Bienvenidas sean cuantas actividades
(presentaciones de libros, conciertos de música, debates múltiples,
exposiciones artísticas, certámenes de canto, coloquios con autores, muestras
bibliográficas, películas y vídeos, tormentas de ideas, charlas o conferencias)
contribuyen a difundir la cultura. Una ciudad es más o menos importante, no
tanto por sus industrias, bancos y comercios, sino por la capacidad que tiene
para defender y difundir la cultura entre sus ciudadanos.
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