LA COMPOSICIÓN DE LA SAL
Magela Baudoin
Bolivia, Plural Editores, 2014, 118 págs.
Presentación de Alberto Manguel
Nacida en Caracas en 1973, Magela Baudoin es una escritora boliviano-venezolana que ha cultivado géneros
periodísticos como el artículo, el reportaje, la entrevista y la columna en
periódicos y revistas bolivianos, un terreno al que pertenece su primer libro (Mujeres
de costado, 2010). Sus relatos han aparecido en antologías y revistas
digitales como Otro cielo (Argentina), Suelta (Guatemala) y Círculo
de poesía (México). Con su primera novela, El sonido de la H., logró
el Premio Nacional de Novela de Bolivia de 2014. Su siguiente libro, La
composición de la sal, obtuvo el Premio Hispanoamericano de Cuento “Gabriel
García Márquez” de 2015 y ha sido publicado recientemente en España por la
editorial barcelonesa Navona.
La composición de la sal reúne catorce relatos, que son “sin duda
singulares, ofrecen meticulosas observaciones, comparten un acto secreto y
aluden a algo siempre mayor que el argumento que proponen. Es como si Baudoin
nos contara sus relatos con la mayor aparente franqueza, pero nosotros, los
lectores, intuimos detrás de las palabras una reticencia oscura, motivos nunca
confesados, razones secretas, personajes y lugares de cuyo nombre Baudoin no
quiere acordarse” [Presentación, p. 11].
Reproducimos un fragmento del relato que cierra la compilación, en que dos
seres desvalidos dejan insinuadas de modo indirecto tres tristes vidas sometidas
a destinos despiadados.
“-Abuelo.
-¿Qué?
-No te vayas.
-No comiences de nuevo.
-Déjanos ir contigo en el camión, prometo que me encargaré de mamá, que
no molestaré con la pelota.
-Mira qué bien te queda –dijo el abuelo, despeinándole el cabello liso,
que ya le cubría los ojos.
-No quiero que te vayas.
-No llores –la voz era autoritaria y dulce al mismo tiempo-: ya eres un
hombre.
-Mentira, solo tengo seis años.
El abuelo le limpió los mocos con su pañuelo blanco de tela.
-¿Por qué no puedo ir a la mina? Mamá también podría venir.
-La mina no es lugar para una mujer enferma –le dijo colocándole en el
bolsillo corto un atado de billetes-. Ten, hasta que vuelva.
-Y si ella no…
-Aguantará, es fuerte. Tú sólo hazla reír.
Ahora era el viejo el que tomaba la taza de peltre. La habitación había
perdido claridad, con la caída de la tarde. Comenzaba a tornarse oscura y fría.”
[p. 117].
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