miércoles, 24 de enero de 2018

Un recuerdo de Félix Grande


   En una de sus conferencias sobre poesía popular (que tanto influiría en su propia obra), Federico García Lorca recordaba un par de versos de una estrofa anónima:

   “Cerco tiene la luna,
mi amor ha muerto”.

   “En estos dos versos populares -comentaba- hay mucho más  misterio que en todos los dramas de Maeterlinck, misterio sencillo y real, misterio limpio y sano, sin bosques umbríos ni barcos sin timón donde no pueden llegar sino contadísimos poetas”.
   Recordé esta conocida anécdota cuando me encontré con Félix Grande en Don Benito, el primer escritor invitado al Aula Guadiana cuando esta comenzó su actividad en otoño de 2002. Por la noche, en la Casa de Cultura, el poeta recitó en las fronteras del susurro, como si fuera un único poema, haciendo un notorio silencio entre composición y composición, Las rubáiyatas de Horacio Martín (1978, Premio Nacional de Poesía). Cuando finalizó y antes de que comenzara el coloquio, que a la postre no tuvo lugar, se levantaron del fondo de la sala un guitarrista y Miguel de Tena que interpretó varios palos de su repertorio. Premio Nacional de Flamencología y miembro de la Cátedra de Flamencología y Estudios Folklóricos, el poeta, a quien no le habíamos dicho nada, quedó muy impresionado.
   Por la noche, en el hotel ante un par de copas trabamos conversación sobre asuntos dispares. Por entonces, yo era ponente de un taller del relato y la poesía y andaba preocupado por el escaso interés que mis alumnos mostraban por la lectura (uno de ellos, un poeta muy prolífico, me repetía ufano que no había leído en su vida un libro de poemas), asegurando que era imposible que pudiera escribir algo legible una persona no lectora. Siguiendo con la lógica de este argumento, afirmé que solo alguien conocedor de la tradición y de la literatura contemporánea se encontraba en disposición de componer un texto digno y, desbarrando ya por completo, dije que, en sentido estricto, el perfil idóneo para escribir sería el del catedrático de literatura vocacional, pues él era quien mejor podría conocer las soluciones formales, los pertrechos retóricos que todas las corrientes literarias, desde los narradores del mester de clerecía hasta los creadores de vanguardia o los profesores poetas el Veintisiete, habían puesto en juego para la expresión literaria
   Félix me miró con seriedad y me dijo: Chiss, chiss, escucha:

   “En la torre está el reloj,
el mochuelo en el olivo,
en mi corazón la pena:
Cada cosa está en su sitio”.

   Y añadió: “A ver, Simón, ¿dónde quedan al lado de este poema tus dámasos y tus salinas y  tus guillenes?". No pude por menos de darle la razón mientras pensaba que había perdido una inmejorable oportunidad de quedarme callado, y fue entones cuando recordé los versos citados por Lorca en su conferencia, al tiempo que la copla me hizo evocar otros versos del poeta granadino que él citaba para ejemplificar que “todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”, y añadía: “en alguno de mis poemas ni siquiera yo sé lo que pasa, porque el misterio también lo es para el poeta, que lo comunica pero no lo comprende:

   “Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña”.

   Entonces, a la luz, de la copla de Francisco Moreno Galván, citada por Félix Grande, creí entender estos versos del poeta granadino por sus analogías que llegaban incluso a la expresión (“el caballo en la montaña” / “el mochuelo en el olivo”): cada cosa está en su sitio; esto, es cada realidad acaba sometida a su propio destino (como el amante despechado condenado a la melancolía, como el bandolero herido en una de sus correrías nocturnas).
  Nos encontramos en todos estos ejemplos en el territorio de la poesía popular (o neopopular) en que la extraordinaria concisión formal y la sencillez de los recursos retóricos ni impiden ni perturban la expresión lírica de temas universales, a la vez que exigen un lector avispado atento a lo que el texto dice pero también a lo que sugiere. ¿De qué habla, por ejemplo, este poemita de Manuel Machado?

   “Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera
camino de cualquier parte”.

   Bajo la aparente banalidad de una simple oración causal se esconde, en realidad, la “narración” de una ruptura amorosa y lo hace aludiendo al lugar en que esta transcurrió (los amantes conversando en la reja, el galán rondando la calle de la joven): esa calle, nos dice el poema, ha perdido para el amante su particularidad y se ha convertido, al término de la relación, en el camino de cualquier otra historia de amor que la vida pueda depararle, un buen ejemplo, como recordaba Borges, del peso semántico de las palabras no expresadas. El poema “cuenta” una historia y oculta otra que es preciso reconstruir en  la lectura.
   Algo parecido ocurre con esta quadra portuguesa en que la novia pone fin a una cita de amorosa, pero ¿en verdad está despidiendo a su amante? ¿Qué sutiles sugerencias ocultas sus palabras?

       "El candil se está apagando.
La alcuza no tiene aceite.
No te digo que te vayas…
ni te digo que te quedes”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario