CUENTOS A LA CARRERA
Nueve autores Caldenses
Manizales, Alianza por la Lectura /Fundación Luker,
2015, 64 págs.
Cuentos a la carrera es una compilación
de relatos de nueve escritores caldenses que la Alianza por la Lectura,
dependiente de la Corporación Cívica de Caldas, publica en colaboración con la Fundación Lunker para que puedan ser leídos por los usuarios de los taxis de la
ciudad (ese es el sentido del título). Con una tirada de 2000 ejemplares, el
volumen recoge los siguientes relatos: “Fábula del carbonero”, de Adalberto Agudelo Duque (Manizales, 1943), “El canario de la casa de la esquina”, de
Alonso Aristizábal (Pensilvania, 1945), “Lo que la WD nunca dijo del Coyote”,
de Octavio Escobar Giraldo (Manizales, 1962), “Epigolatría”, de Antonio María Flórez (Don Benito, 1959), “Arthur Rimbaud visita el Tequendama”, de Eduardo García Aguilar (Manizales, 1953), “El retrato”, de Orlando Mejía Rivera (Bogotá, 1961),
“La aparición de la virgen”, de Fabio Vélez Correa (Risaralda, 1947), “Calamidad
doméstica”, de Adriana Villegas Botero (Manizales, 1974) y “El cumpleaños de la
señorita Etelvina”, de Jorge Eliécer Zapata Bonilla.
Reproducimos un fragmento del relato de Adalberto Agudelo.
FÁBULA DEL CARBONERO
IV
“El
invierno fue largo. Vientos huracanados, lluvias tormentosas, truenos y
relámpagos. El fruto rojo de los cafetos y la pulpa blanca de los guamos se
pudrieron sin gusanos en las mismas ramas. Arriba y abajo se caían las colinas
a engrosar con tierra, rocas y árboles el caudal de los pequeños riachuelos y
de los grandes ríos. De los montes se perdieron los cocuyos, las libélulas, los
abejorros. Ni el monte daba leña, ni la
leña fuego, ni la lluvia tregua. En las montañas las casitas blancas se desprendieron
del firmamento. Ya no unían el cielo y la tierra los diminutos trazos de humo
azul y blanco. Entonces los hombres empezaron a preocuparse. Los inviernos son
más largos y más tristes en el campo si no hay fuego en el fuego, ni calor en
los camastros, ni pan en los manteles. Cuando escasea la leña hasta los pájaros
se van de las fincas. Sin embargo, una mañana temprano, en medio de la lluvia y
la tormenta, los niños vieron asombrarse la luz del sol: una banda de
afrecheros llegó a posarse en los cafetos, los guamos, los yarumos, los mangos.
Qué raro, pensó uno, esos pájaros no son sociables. Después, uno a uno se
fueron muriendo. Y eran tantos, tantos,
que lo cubrían todo: hasta los caminos, lisos de lodo y hojarasca podrida,
recibieron el cuerpo pequeño y yermo de los pájaros-
Movidos por
el miedo y el asombro los hombres se reunieron. Con los niños, las mujeres y los ancianos empezaron a recoger
los muertos. Hicieron una gran fosa en la raíz de carbonero. Después la
cubrieron con hojas húmedas y troncos negros.
Por la
tarde arreció la tormenta. Pero el carbonero, derecho y orgulloso en la ladera,
vio encender su corazón de corcho en el fogón de los labriegos.” [pp. 6-7].
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