viernes, 30 de marzo de 2018

22 héroes cacereños


22 HÉROES CACEREÑOS
KOBBA-DARSA 1924

Miguel Ángel Rodríguez Plaza
Cáceres, I. C. El Brocense, Col. Estudios Locales, 2017, 122 págs.

   Miguel Ángel Rodríguez Plaza (Oliva de Plasencia, 1950) ha sido Comandante de Sanidad Militar con destinos en varias ciudades españolas, pero también en lugares como el Sahara o Bosnia. Paralelamente a sus tareas de ayuda humanitaria ha dedicado su atención a la fotografía, con exposiciones individuales y colectivas, y a la investigación histórica. Sus trabajos en este último campo, de temática militar, pero también arqueológicos y artísticos, han aparecido en revistas como Alcántara, Revista de Estudios Extremeños, Grada y Revista Ayuntamiento de Badajoz.
   22 Héroes cacereños, aparecido en la Institución Cultural El Brocense, relata la heroica defensa de una loma cónica próxima al río Lau, Kobba-Darsa, realizada por el regimiento Serrallo 69, en el que figuraban alistados veintidós jóvenes campesinos cacereños. Cercados por las cabilas cercanas, con constantes amenazas desde las alambradas (“Paisa entregar fusila y trotar Tetuán; al no, cortar cabeza y quemar”), escasos de víveres, sin apenas municiones ni agua, lograron resistir los ataques del enemigo en unas condiciones extremas, hasta que la Legión consiguió liberarlos. El estudio está ilustrado por numerosas fotografías de los protagonistas, tomadas muchas de ellas de la prensa, regional y nacional, que cubrió ampliamente el acontecimiento ocurrido en el verano de 1924, tal vez para contrapesar la tragedia de Sidi Dris, Igueriben, Annual y Monte Arruit, de julio de 1921.
   Reproducimos un fragmento que relata el asedio de los rifeños a la posición.

   “Respecto al día 5 [de julio] leemos un telegrama procedente de Uad Lau, por Ceuta a Tetuán (desde donde operan los aviones) a las 08,37 horas: “Coba Darsa dice si le echan barras de hielo y leche líquida en latas [leche condensada] podrán resistir y ruego a V.E. se lo lleve la aviación”.
   Efectivamente, la aviación lanzó paquetes con socorros sobre la posición, debido a que ya no se contaba con nada, ni elementos de cura para los heridos, a los que personalmente curaban los dos oficiales con elementos improvisados.
   De los paquetes arrojados por la aviación, solo se recogió uno de hielo, otro quedó en la alambrada siendo motivo de enconada lucha por recuperarlo tanto la fuerza de la posición como el enemigo, resultando un soldado más herido (Teodoro Olivares) y dos muertos de los atacantes. El soldado Juan Hoyas quiso salir del recinto pero el teniente Pueyo se lo impidió ‘porque iba a una muerte segura’.
   El jefe de la posición agradece por telegrama el servicio aéreo. Manifiesta que la barra de hielo recogida alivia algo, pero no resuelve la situación que sigue siendo apurada, pues al no haber agua no se come”. [pp. 39-40].

lunes, 26 de marzo de 2018

El verano del Endocrino


EL VERANO DEL ENDOCRINO

Juan Ramón Santos
Tenerife, Baile del Sol, 2018, 219 págs.

   Nacido en Plasencia en 1975, Juan Ramón Santos es Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas y autor de novelas, relatos y libros de poesía. Fue Fundador de la Asociación Cultural Alcancía, de Plasencia, y desde 2005 coordina con Nicanor Gil el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán”. Desde 2015 ocupa la presidencia de de la Asociación de Escritores Extremeños y es, asimismo, el Coordinador de las Aulas literarias de la región. Como escritor, se dio a conocer con una compilación de textos breves titulada Cortometrajes (Mérida, Editora Regional, 2004), al que siguieron El círculo de Viena (Gijón, Llibros de Pexe, 2005), Cuaderno escolar (Mérida, Editora Regional, 2009), Palabras menores (Mérida, De la Luna libros, 2011) y Perder el tiempo (Mérida, De la Luna libros, 2017), además de colaborar en libros colectivos como Relatos relámpago (2007) y Por favor, sea breve (2009). Como poeta, ha publicado Cicerone (De la Luna libros, 2014) y Aire de familia (Sevilla, La isla de Siltolá, 2016). Asimismo, es autor de dos novelas: Biblia apócrifa de Aracia (Badajoz, Libros del Oeste, 2010) y El tesoro de la isla (De la Luna libros, 2015).
   Ahora, la editorial tinerfeña Baile del Sol publica su tercera novela, El verano del Endocrino, cuya trama se sitúa en un territorio por el que nos habíamos movido en novelas anteriores: Labriegos y el embalse del Cárdeno, Pomares, Aldeacárdena, Ochavia… y ciertos personajes proceden asimismo de Biblia apócrifa de Aracia y de El tesoro de la isla: el maestro de escuela, Constante, que ahora es el narrador de la historia, el zapatero Trancón…, contribuyendo así a la erección de un universo propio y familiar. Pero, como en los títulos citados, también es un espacio impregnado de literatura con constantes referencias y guiños a otros autores y a otras obras. Ya desde las primeras páginas la trama se aproxima al arranque de varias novelas de Gonzalo Hidalgo Bayal (un forastero llega a una aldea o una ciudad), especialmente con uno sus títulos, Paradoja del interventor. Las similitudes son tantas que no pueden leerse sino como un homenaje: ambos personajes son forasteros que “caen” de repente en un entorno urbano en el que nadie (ni siquiera el lector) conoce su nombre ni su oficio ni su condición, de modo que acabarán por ser conocidos por un apodo nada definitorio (una palabra que le han oído pronunciar), y ambos generarán en ese entorno la expectación de los enigmas. Pero pronto su distinto talante hará que la trama diverja: frente a la apatía “existencial” del personaje de Bayal, el Endocrino se embarca desde un principio en iniciativas que le granjearán un cierto reconocimiento en la aldea: consigue elucidar el “caso” de las gallinas que su amo encuentra reducidas a un amasijo de plumas ensangrentadas, el de la desaparición de la talla de la Virgen de  la Jara de su ermita justo el mismo día en que se celebra la romería y el del joven que cae con su automóvil al embalse (cuya solución intuye pero no puede aclarar)… En posteriores encuentros casuales de sucesivas salidas conocerá al peregrino compostelano a quien acompaña durante una jornada (y que le mostrará la belleza de los conocimientos botánicos), vivirá la aventura de los boy scouts saldada con una humillante derrota, compartirá agua y comida con el vigilante forestal que en su torre lía cigarrillos estupefacientes uno tras otro, con el guarda de la presa degradada que cuenta la historia de su construcción una y otra vez… para acabar descubriendo, junto con un cabrero, que la tierra ha detenido su movimiento de traslación alrededor del sol.
   De las numerosas referencias a otras obras y autores, sobresalen por su número y su calado los guiños cervantinos, comenzando por la condición excéntrica del protagonista y la dudosa sensatez de su comportamiento (“más allá de las dudas sobre su lucidez o su locura”), las madrugadoras salidas de la aldea procurando no ser visto (“el Endocrino escapaba furtivamente de Labriegos entre solares sin vistas y callejas sin ventanas, más en busca de dehesas desiertas que de huertos bulliciosos”) y los regresos (como confirma de modo palmario el texto que citamos al final de esta entrada), los recorridos rurales sin meta y los escenarios campestres, la estructura episódica (aventuras autónomas sin apenas relación entre sí), el despropósito de sus propósitos, la estación del año (El Quijote se ambienta en un interminable verano en que llueve levemente una sola vez, como sucede en este verano del Endocrino), el humor… y, en fin, la concepción del tiempo.
   Distingue Rafael Sánchez Ferlosio entre dos concepciones temporales: el tiempo adquisitivo en que cada instante cobra sentido en el siguiente, en que el vivir se ordena con un fin pues se ha sometido a un proyecto (el tiempo que  late, por ejemplo, en la trama de El Lazarillo de Tormes basada en el medro a cualquier precio) y el tiempo consuntivo, en que cada momento se agota en sí mismo, un tiempo sin finalidad, como el que subyace en la mayor parte de las aventuras de El Quijote. Uno de los personajes de la novela, el zapatero Trancón, permite ejemplificar el paso de uno a otro. Como se nos dice, el zapatero tuvo numerosos clientes durante la construcción del embalse en que la población de las aldeas de alrededor creció notablemente: era preciso atender al desgaste del calzado que sufría tanto en las fatigosas tareas como en los momentos de ocio (juegos de niños, danzas de adultos…), pero luego, una vez terminada la presa, los obreros abandonaron con sus familias tanto el pueblo del zapatero, en donde apenas residen ahora unos pocos vecinos, como los pueblos de alrededor, dejándole numerosos pares de zapatos que no pasaron a recoger. El zapatero prosiguió tercamente en su tarea, arreglando unos zapatos con otros, perseverando en un oficio que ahora nadie demanda, sumido en ese otro tiempo sin propósito alguno, convertido en un obrero singular que recuerda a otros personajes de Paradoja del interventor, de Gonzalo Hidalgo Bayal (autor de una lúcida presentación de la novela de Santos): el muchacho que atiende una cantina sin bebedores, el guardabarreras que acude a diario a su caseta cuando ya no pasa ningún tren, el afilador cuyo trabajo nadie reclama, el barquillero tras una ruleta a la que nadie juega… Parte de las aventuras de la trama de El verano del Endocrino se suceden sin relación causal entre ellas, en este tiempo sin propósito, y será el zapatero el que con sus inextricables profecías lo ponga en el camino de abordar la más quijotesca (o caballeresca) de las aventuras que lo llevará a conocer a los tres ancianos ensimismados de Traspuestas, al Maestro alemán que asierra sus libros para acomodarlos en las baldas de su librería, al Fauno sordomudo que guarda un rebaño de cabras, y al perro tuerto de su primer caso en Labriegos, que, como sucede en El coloquio de los perros, le contará sus andanzas “picarescas” y lo guiará hasta la cueva en que al fin podrá enderezar ese gigantesco “entuerto”.
   Comunicada en un registro culto de amplios periodos oracionales con una marcada predilección por el léxico campestre, la novela no exhibe tesis ni explícitas ni tácitas y su originalidad se asienta en la excentricidad de sus personajes (en que se mezclan las facetas verosímiles y fabulosas) y en la imprevisibilidad del desarrollo de la trama, pero su orientación, claramente existencial, tiene que ver con el sentido de la vida humana enfrentada a los enigmas de una realidad que oculta recelosa sus mensajes.
   Reproducimos un fragmento que evidencia la fascinación por el universo cervantino: como Don Quijote en varias aventuras, el Endocrino cae al suelo con su montura (una bicicleta prestada) rematando así con un nuevo fracaso una descabellada salida de la aldea.

   “Aunque aparatoso, el accidente no tuvo mayores consecuencias para el ciclista que un brazo magullado, varias contusiones y arañazos en la barbilla, las rodillas y el costado y un amargo sabor a sangre y tierra seca que fue expulsando a escupitajos de la boca mientras volvía a casa. Más grave era, sin embargo, el estado de la bicicleta, que acabó con el manillar torcido, los frenos flojos y la rueda delantera ahuevada, pero se  la habían prestado y no le pareció oportuno abandonarla allí, a su suerte, en mitad del monte. Por eso no tuvo más remedio que emprender el regreso a pie, con una leve cojera, arrastrando a duras penas la bicicleta, que se negaba a mantener la línea recta y rodaba oscilando rítmicamente de arriba abajo como, si también cojeara o como si le hubiese entrado de repente el hipo. En tan lamentables condiciones habría tardado varias horas en llegar al pueblo de no haber tenido la suerte, dentro de su desgracia, de encontrarse con un vecino que regresaba a casa en tractor  y que, haciendo una no pequeña obra de misericordia, los recogió a ambos, bicicleta y ciclista, en el remolque y los llevó silbando feliz hasta la plaza” [p. 48].

jueves, 22 de marzo de 2018

Homo legens



HOMO LEGENS

Eduardo Moga
Palma de Mallorca, Los papeles de Brighton, 2017, 305 págs.

   Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce, la crítica literaria que ha ejercido en revistas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Ínsula, Turia o Quimera y ha recogido en volúmenes como De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2017) o la edición (fue codirector de la colección de poesía de DVD Ediciones desde 2003 hasta 2012).
   Otros géneros en prosa cultivados por el escritor han sido el libro de viajes, con títulos como La pasión de escribil (La isla de Siltolá, 2013) y El mundo es ancho y diverso (Baile del Sol, 2017), y los diarios: Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (La isla de Siltolá, 2015), Corónicas de Ingalaterra. Una visión crítica de Londres (Vasarek Ediciones, 2016). En la actualidad, es director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura.
   Homo legens, que ahora publica la editorial mallorquina Los papeles de Brighton, reúne reseñas críticas aparecidas en las revistas citadas arriba, junto a estudios, prólogos y ensayos de mayor extensión y calado, que el autor ha distribuido en tres bloques: “En español”, el más numeroso, “En inglés”, con cuatro reseñas, y “En otras lenguas”, que recoge textos sobre autores que escribieron en francés, gallego y catalán. Como en títulos anteriores, Eduardo Moga se revela como un lector pertinaz y entusiasta, dotado de una sólida formación filológica, atraído por la literatura clásica y contemporánea, con una marcada predilección por los géneros poéticos. Sus valoraciones rehúyen por igual el tono de los suplementos culturales de los periódicos con su crítica amistosa, publicitaria e hiperbólica y los registros academicistas, lastrados con frecuencia por una prosa ilegible, convencido tal vez de que un texto crítico debe ser también un “texto literario”. Reproducimos un breve fragmento en que al enjuiciar un poemario (Matriz de la ceniza, 1999, de Máximo Hernández) nos recuerda la tradición literaria a la que el libro se adosa.

   “La muerte, decía Unamuno, es el gran escándalo de la existencia. Y Ernesto Sábato la consideraba uno de los grandes problemas del hombre: el otro es haber nacido. Pero también es su gran motor: gracias a la muerte, cada momento es único; sin ella, vivir sería solo una eterna repetición de actos sin finalidad. La historia del hombre es la historia de su estupor ante la muerte. Y la literatura no ha sido ajena, no podía ser ajena, a ese asombro nuclear y a las preguntas que suscita. En el barroco europeo, época de crisis y, por lo tanto, de miedos y dudas, como hoy mismo, proliferó la reflexión sobre la muerte: la meditatio mortis, a la que afluyeron los antecedentes medievales, asimismo abundantes -danzas, triunfos y espejos de la muerte, además de obras singulares como las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, de gran influencia en la tradición española-, se convirtió en una especia de género específico, cultivado por poetas, moralistas y pintores. En ese humus barroco y estoico, tenebrista y áureo, se incardina Matriz de la ceniza, una reedición contemporánea de los tratados -y los diálogos- sobre la muerte, tan característicos de nuestra historia literaria” [p. 82].

[“Sobria y encendida meditación sobre la muerte”, publicado en Máximo HERNÁNDEZ, Entre el barro y la nieve. Poesía reunida, edición de Juan Luis Calbarro, Palma de Mallorca: Los papeles de Brighton, 2016, pp. 39-54].

viernes, 16 de marzo de 2018

Vidas a la intemperie


VIDAS A LA INTEMPERIE

Marc Badal
Logroño, Pepitas de calabaza / Cambalache, 2017, 214 págs.
Prólogo de Irene García Roces

   Nacido en Barcelona en 1976, Marc Badal Pijoan compagina la investigación y la dinamización en el ámbito de la agroecología y del desarrollo rural con las tareas cotidianas en varios proyectos de núcleos de montaña abandonados.
   Además de artículos en revistas como Resquicios, Raíces, Cul de Sac, Ekintza, Zuzena o Archipiélago, ha publicado los ensayos Cuadernos de viaje. Fragmentos y pasajes históricos sobre semillas (Fundación Cristina Enea, 2016); Mundo clausurado. Monocultivo y artificialización (autoedición, 2016); Vidas a la intemperie. Notas preliminares sobre el campesinado (Campo Adentro, 2014); Fe de erratas. La agitación rural frente a sus límites (autoedición, 2011) Los pies en la tierra. Reflexiones y experiencias hacia un movimiento agroecológico [coord.] (Virus, 2006).
   Vidas a la intemperie, que ahora publican conjuntamente las editoriales Pepitas de calabaza y Cambalache, reúne dos ensayos. Al que da título al volumen, subtitulado “Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino”, le sigue Mundo clausurado. Monocultivo y artificialización. Ambos textos nos hablan de “la pérdida de un mundo, el campesino, compuesto por muchos pequeños mundos que, como Marc Badal advierte, se han ido alejando de nuestras latitudes en silencio, víctimas de un 'etnocidio de rostro amable'” [Prólogo]. “Somos -considera el escritor- los descendientes del campesinado. En sentido figurado y literal. Provenimos de un mundo que no hemos conocido y serán otros quienes nos cuenten cómo era. Los campesinos no pueden hacerlo. Han desaparecido y nunca escribieron su historia. Vivimos en el mundo que crearon. No podemos dar un solo paso sin pisar el resultado de su trabajo. Tampoco abrir los ojos sin ver el trazo de su huella. Una obra que es todo lo que nos rodea. Todo aquello que pensamos que es tan nuestro por el hecho de estar ahí. De toda la vida”.
   Reproducimos un fragmento en que deja constancia  de que así como los lectores adolescentes carecen de conciencia retórica de los textos literarios, los campesinos no poseen una conciencia estética de la naturaleza: forman parte de ella y les falta un mínimo de distanciamiento.
  
   “La mirada del campesino era capaz de captar un cúmulo de significaciones imperceptibles para los demás. Incluso también para los campesinos de otro pueblo. Pero era incapaz de ver aquello que llama más nuestra atención cuando vamos al campo. Lo primero que salta a la vista cuando alguien de fuera contempla un lugar. Especialmente si es de ciudad.
   Los campesinos no veían el paisaje.
   Colores encendidos al amanecer, lágrimas de rocío sobre las hojas, reflejos argentinos en los bandos de palomas.
   Ninguna de estas visiones despertaba en el campesino un estado de embriaguez. No le transportaban a los más hondo de su ser. Ante ellas no le asaltaban los grandes misterios de la existencia.
   Su relación con el entorno era demasiado cercana. Con su trabajo reflejaba el rostro de la tierra y a su vez se había moldeado por ella. Un elemento más del conjunto. Y para ver un  paisaje se requiere cierto distanciamiento.
   La lejanía de la cultura y del arte. La distancia que impone el desconocimiento y la novedad.
   Como el pintor y el poeta, en el campo nosotros solo vemos paisajes. Que no son otra cosa que el resultado de nuestra mirada ajena” [p. 151].

domingo, 11 de marzo de 2018

El Damero Maldito



   El pasado domingo, El Damero Maldito de El país elegía unos versos de un poema de Félix Grande (“Calle vacía. Ante un paisaje de Antonio López”) como solución:

“A ese a quien no se ve yo lo conozco
o yo lo reconozco, o lo recuerdo,
o lo busco sin fin… ¡Dios lo bendiga,
tan solo como va, tan lejos!”.

   Este domingo, la elegida es Francisca Aguirre, su esposa (y viuda), con un poema titulado “Desmesura”:

“Y todo es distinto: el dolor fue
más cauto, más sensato,
la lujuria lloró en su madriguera.
Y el tiempo inauguró sus máscaras:
hubo un pequeño espanto en los rincones…”.

Y qué si te quiero


Y QUÉ SI TE QUIERO

Susana Díaz Morcillo
Paterna, Valencia, I. Comunicación Gráfica, 2016, 259 págs.

   Susana Díaz Morcillo (Medellín, 1983) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura y Máster en Formación e Investigación Literaria en el Contexto Europeo en la UNED. Tras varios años dedicada al género poético en el que obtuvo varios premios, en 2016 publicó su primera novela.
   La trama de Y qué si te quiero arranca en un hospital sevillano en donde Helena despierta tras un grave accidente. Ante un doctor y una paciente de su edad, la joven se muestra desconcertada: está por completo sola y apenas guarda algún recuerdo de su pasado. Un diario encontrado en su equipaje por la policía permite reconstruir retazos de su vida: ha huido de un país árabe al que ya no puede regresar (ha desobedecido y abandonado a su padre, ha rechazado un matrimonio convenido por la familia), ha mantenido una relación sentimental con un hombre europeo… En el centro de la encrucijada, la muchacha trata de reconstruir una nueva vida en un entorno digno para  la mujer: “No sabía si volvería a abrir los ojos o no, pero al menos había encontrado lo que buscaba, lo que tanto ansiaba recuperar: una vida…, la mía…, y mi libertad”.

   “Le dediqué una sonrisa de complicidad a mi nueva amiga mientras recogía el diario. En aquel momento algo cayó al suelo: un DNI y una carta. Cogí en primer lugar el DNI, pero  no decía mucho más de lo que ya habíamos ido descubriendo: “Alejandra Hasna Poulán Gazani. Sharjah. Emiratos Árabes Unidos”. Después, abrí la carta:
   “Linda, tu salvaje melena ondulada y tus grandes y rasgados ojos azabaches me tienen hechizado. Pronto estaremos juntos, aunque tenga que sacrificar mi vida por ello. Mi pequeña fierecilla, te amo tanto”.
  Me quedé sin habla pensando en qué podría haber llegado a hacer meses atrás para encontrarme en un país desconocido, con un nombre que no era el mío y con una carta que podría llegar a confirmar un amor prohibido.
   Valeria me quitó de las manos el DNI y la carta. Leyó una y otra vez aquellos documentos para cerciorarse de lo que había escuchado de mis propios labios y añadió:
         -No saquemos conclusiones precipitadas. Leamos el diario; solo él puede darnos las respuestas.
   Volví a leer para Valeria la misma página, la misma que yo leí antes de quedarme dormida… y todo mi sueño apareció, como por arte de magia, narrado a continuación.
         -Es precisamente eso lo que soñé –interrumpí”. [pp. 45-46].