EL COLOR DE LA GRANADA
Carla Badillo Coronado
Madrid, Visor, 2016, 116 págs.
Prólogo de Antonio Colinas
XXVIIII Premio Loewe a la Creación
Joven
Carla Badillo Coronado (Quito, 1985) es periodista, traductora,
narradora y poeta que ha participado en numerosas actividades y encuentros colectivos
y colabora habitualmente en la revista CartóNPiedra
con su espacio Vagón 204”. En 2011 resultó ganadora del Premio Nacional de
Poesía “César Dávila Andrade” con su poemario, aún inédito, Partituras incompletas (apuntes de música y
otras obsesiones)”. Su primer libro de versos publicado es Belongings / Pertenencias aparecido en
Los Ángeles (2009) en edición bilingüe. En 2016 logró el XXVIII Premio Loewe a
la Creación Joven otorgado por un jurado presidido por Víctor García de la
Concha a su libro El color de la granada.
En su estructura, el poemario se adosa a la vida del poeta, músico y ashik armenio Sayat
Nova (1712-1795) como revelan los distintos bloques del libro: niñez, juventud,
estancia en la corte, expulsión, en el monasterio, el sueño y la muerte del poeta
(fue ejecutado por los soldados del Sha de Persia Mohammad Kahn Qaja tras
negarse a renunciar a sus creencias). Sergei Paradjanov (1924-1989) llevaría al
cine su vida en una película de 1968 de la que procede el título del poemario,
que le costaría cuatro años de cárcel.
En el prólogo, Antonio Colinas resalta “de qué manera val alternando en
el poema el resplandor de la imagen con la meditación, las imágenes con las
escuetas reflexiones. La autora sabe que, en el fondo, ella ‘se debe al
silencio’, pero que ‘nunca aprenderá a callar’. Se sabe en posesión del don de
la poesía y su silencio no es sino un silencio poblado de palabras: porque de
algo está consciente Carla Badillo Coronado: ‘la verdadera luz jamás se describe’”.
[Prólogo, p. 8].
Reproducimos el primer poema de la octava parte, “Transfiguración del
poeta”.
CANTO I
Quien ahora escribe sobre esta página
pretende interpretarme
volverme a la vida a través de estos
poemas
Pero no soy yo, Sayat Nova, maestro de
los cantares
quien dirige sus manos, la cadencia de
las palabras
la exactitud del verso.
Alguien me escucha tocar el laúd y se
conmueve
Sus dedos, mensajeros entre dos mundos
conectados
por la belleza y el horror, benditos
sean.
Quien ahora escribe sobre esta página
traduce el canto de mi infinita
soledad
y se refugia en ella como un mendigo.
Mi voz, en efecto, proviene de la
eternidad
morada donde habitan los verdaderos
poetas
criaturas inmoladas por su capacidad
de soñar
artesanos del gozo y del dolor
sobrevivientes de un tiempo que jamás
fue suyo
ángeles ebrios de placer, santos de
nadie
alquimistas / bufones / demiurgos.
Ustedes -dueños de todo lo que no sé
nombrar-
benditos sean.
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