lunes, 16 de julio de 2018

El oído miope


EL OÍDO MIOPE

Adriana Villegas Botero
Bogotá, Penguin Random House, 2018, 146 págs.

   Nacida en Manizales (Colombia) en 1974, Adriana Villegas Botero es periodista, abogada y magíster en estudios políticos que ha trabajado en medios de comunicación como El Espectador, Canal Capital y Unimedios. En 1999 logró el Premio Nacional Simón Bolívar con el equipo de El Espectador que cubrió el terremoto del Eje Cafetero. En la actualidad, dirige la Escuela de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales, escribe reseñas de libros en Quehacer Cultural y es columnista del diario La Patria.
   Ahora, la editorial Penguin Random House publica su primera novela en que, a modo de diario narra cómo Cristina, una joven víctima de la crisis en Colombia (y de la delincuencia que asola sus ciudades: un ratero ha asesinado a su padre para robarle en las proximidades de un cajero automático) llega a Nueva York, ciudad en la que, tras ver rechazada la homologación de su título académico, se ve obligada a trabajar en la limpieza de casas por un salario de supervivencia. La joven es una inmigrante ilegal más que ha de recurrir a la compra de documentación falsa (la green card, el carné de la Seguridad Social) en una ciudad mestiza y extraordinariamente dura para el recién llegado descrita en plazas, calles y parques pero también en los sórdidos interiores domésticos, en la que coincidirá con asiáticos, musulmanes estigmatizados, hispanos, judíos ortodoxos (“Solo quiero que entiendas que no debes tocar nuestros alimentos porque eres impura”)… con el terror constante a la expulsión.

   “A las 7:15, el metro está atestado de gente. ‘Atestado’ se dice crowded. En medio del tumulto, con el tren en movimiento y la grabación con la voz masculina que advierte: ‘Please dont’lean against the door’, un turista alemán enorme empieza a decir, primero con un susurro y luego a los gritos, que alguien le acaba de robar su cámara fotográfica. El metro se detiene, entra un policía, la gente protesta porque es la hora de ir al trabajo. El alemán está desencajado. Dice que está de luna de miel, que tiene ahí todas las fotos del viaje, que por favor le devuelvan la cámara. En el vagón van más de cien personas. Pronto llegan más policías y ordenan a todos bajarse del metro y ubicarse en filas. Hombres a un lado, mujeres al otro.  Cristina quiere llorar. Siente pánico por sus papeles falsos. Tres policías mujeres requisan a su grupo. Las que pasan la requisa se pueden ir. Cristina decide pasar adelante rápido. En NY todo el mundo va de afán y si ella se queda de última puede levantar sospechas. Queda junto a una chica trans. Cristina la mira con curiosidad hasta que una policía le grita ‘next¡’. Cristina desocupa su morral. Saca el cuaderno, el libro de clase, Dubliners, la billetera, los guantes, la bufanda, el gorro, un sánduche, las gafas, una manzana, Time Out, un mapa del metro, una vara de incienso. Se para con piernas y brazos abiertos. La catean como recordándole quién tiene el poder. No le abran la billetera. La dejan pasar. Esto podrá ser el primer mundo, pero tiene inmigrantes hasta del cuarto mundo y rateros que hablan en todos los idiomas” pp. 110-111].



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