UNA NIÑA ESTÁ PERDIDA EN SIGLO XX
Gonçalo M. Tavares
Barcelona, Seix Barral, 2016, 237 págs.
Trad. de Rosa Martínez-Alfaro
Como hago
habitualmente, leí varias obras del primer autor invitado al Aula Literaria
Guadiana, Gonçalo M. Tavares (El Señor
Valéry, El Señor Brecht…), que me dejaron entre desconcertado y sorprendido
(el laconismo de los pequeños relatos, la radical originalidad de los narradores
-en Short movies el narrador es una
cámara cinematográfica-, los tonos ensayísticos…), pero fue la lectura de Una niña está perdida en el siglo XX (el
título original es Uma menina está
perdida no seu século á procura do pai), la que me dejó por completo
conmocionado. En el arranque de la trama, segmentada en pequeños capítulos, Marius,
prófugo de una amenaza no explícita, encuentra en la ciudad a Hanna, una
muchacha discapacitada (trisomía 21) que dice estar buscando a su padre, pero
no puede dar más información que su edad (catorce años) o el color de sus ojos
y de su cabello (a todas demás preguntas responde: “No”). Juntos viajan a
Berlín, ciudad en la que, según ciertos indicios (la chica a otra pregunta
responde: “Blin”), pueden estar un padre que ha perdido a su hija (o la ha
abandonado). En su búsqueda irán conociendo a otros personajes tan excéntricos
(tan alejados de la normalidad) como ellos: el fotógrafo de animales que parece
interesado en captar la imagen de la joven, el hombre que, junto con sus hermanos, pega carteles por la ciudad
instando a una revolución indefinida, el
anticuario Vitrius, el artista que pinta imágenes tan diminutas que solo pueden
contemplarse con un microscopio, el dueño del hotel, Moebius, que lleva tatuada
en la espalda la palabra judío en todas las lenguas o su esposa, por la que
descubre que en el hotel sin nombre, situado en una callejuela de Berlín, las
habitaciones en lugar de estar numeradas llevan nombres de campos de
concentración alemanes.
“-¿Las habitaciones no tienen número? –
pregunté.
-Solo tienen nombre. El hotel es
pequeño, es fácil llegar a ella. Está después de este largo pasillo. Encontrará
la habitación rápidamente.
Miré de nuevo la
placa de madera. No había ninguna duda. Lo que había escrito en la placa de
madera era AUSCHWITZ.
-¿Este es el nombre de la habitación?
-Sí -respondió ella.
-¿No tiene otra?
-Tenemos otra libre. Y con dos camas.
Pero si es por el nombre de la habitación, no le servirá de mucho.
Y se apartó para
que pudiera ver detrás de ella el plano de las habitaciones. Todas tenían el
nombre de un campo de concentración: TREBLINKA, DACHAU, MAUTHAUSEN, GUSEN.
Marius pensó en
varias cosas al mismo tiempo. Sintió el impulso de dar media vuelta de
inmediato y sacar a Hanna de allí, pero no lo hizo.
-¿Por qué hacen eso?
-Porque podemos -respondió la señora
secamente-. Somos judíos”.
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