lunes, 18 de marzo de 2019

Donde meriendan muerte los borrachos


DONDE MERIENDAN MUERTE LOS BORRACHOS
Lecturas de Poeta en Nueva York

José Antonio Llera
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2018. 135 págs.

   Profesor de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Madrid, José Antonio Llera (Badajoz, 1971) ha publicado su obra poética en numerosas antologías, en otras obras colectivas y en cinco poemarios: Preludio a la inmersión (1999), El monólogo de Homero (2007), El síndrome de Diógenes (2009), El desierto está creciendo [antología mínima] (2010) y Transporte de animales vivos (2013).
  Como investigador, sus trabajos se han centrado, de modo preferente pero no único, en la literatura española de los años veinte y treinta, con monografías  publicadas como El humor verbal y visual de La Codorniz (2004), El humor en  la obra de Julio Camba (2004), Rostros de la locura: Cervantes, Goya, Wiseman (2012) y Lorca en Nueva York: una poética del grito (2013). Ahora, la Editora Regional de Extremadura publica Donde meriendan los borrachos, una compilación de ensayos sobre Poeta en Nueva York aparecidos en varias revistas. Los poemas analizados son “Muerte”, “Norma y paraíso de los negros”, “Iglesia abandonada” y “Amantes asesinados por una perdiz”, sobre la relación, este último, de Federico García Lora y Emilio Aladrén. Reproducimos el primer bloque del poema (que había aparecido en la revista Ddooss en marzo de 1931).
  
AMANTES ASESINADOS POR UNA PERDIZ

-Los dos lo han querido, me dijo su madre.
¿Los dos...? No es posible, señora, dije yo. Usted tiene demasiado temperamento y a su edad ya se sabe por qué caen los alfileres del rocío.
-Calle usted, Luciano, calle usted...
-No, no, Luciano, no. Para resistir este nombre, necesito contener el dolor de mis recuerdos. ¿Y usted cree que aquella pequeña dentadura y esa mano de niño que se han dejado olvidada dentro de la ola, me pueden consolar de esta tristeza?
-Los dos lo han querido, me dijo su prima. Los dos.
Me puse a mirar el mar y lo he comprendido todo.
¿Será posible que del pico de esa paloma cruelísima que tiene corazón de elefante salga la palidez lunar de aquel trasatlántico que se aleja?
-Recuerdo que tuve que hacer varias veces uso de mi cuchara para defenderme de los lobos. Yo no tengo culpa ninguna. Usted lo sabe. ¡Dios mío! Estoy llorando.
-Los dos lo han querido, dije yo. Los dos. Una manzana será siempre un amante, pero un amante no podrá ser jamás una manzana.
-Por eso se han muerto, por eso. Con veinte ríos y un solo invierno desgarrado.


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