DONDE MERIENDAN
MUERTE LOS BORRACHOS
Lecturas de Poeta
en Nueva York
José Antonio Llera
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2018. 135 págs.
Profesor de Literatura Española en la
Universidad Autónoma de Madrid, José Antonio Llera (Badajoz, 1971) ha publicado
su obra poética en numerosas antologías, en otras obras colectivas y en cinco
poemarios: Preludio a la inmersión
(1999), El monólogo de Homero (2007),
El síndrome de Diógenes (2009), El desierto está creciendo [antología
mínima] (2010) y Transporte de
animales vivos (2013).
Como investigador, sus trabajos se han
centrado, de modo preferente pero no único, en la literatura española de los
años veinte y treinta, con monografías
publicadas como El humor verbal y
visual de La Codorniz (2004), El
humor en la obra de Julio Camba
(2004), Rostros de la locura: Cervantes,
Goya, Wiseman (2012) y Lorca en Nueva
York: una poética del grito (2013). Ahora, la Editora Regional de
Extremadura publica Donde meriendan los
borrachos, una compilación de ensayos sobre Poeta en Nueva York aparecidos en varias revistas. Los poemas
analizados son “Muerte”, “Norma y paraíso de los negros”, “Iglesia abandonada”
y “Amantes asesinados por una perdiz”, sobre la relación, este último, de
Federico García Lora y Emilio Aladrén. Reproducimos el primer bloque del poema (que
había aparecido en la revista Ddooss
en marzo de 1931).
AMANTES ASESINADOS
POR UNA PERDIZ
-Los dos lo han querido, me dijo su madre.
¿Los
dos...? No es posible, señora, dije yo. Usted tiene demasiado temperamento y
a su edad ya se sabe por qué caen los alfileres del rocío.
-Calle
usted, Luciano, calle usted...
-No,
no, Luciano, no. Para resistir este nombre, necesito contener el dolor de mis
recuerdos. ¿Y usted cree que aquella pequeña dentadura y esa mano de niño que
se han dejado olvidada dentro de la ola, me pueden consolar de esta tristeza?
-Los
dos lo han querido, me dijo su prima. Los dos.
Me puse
a mirar el mar y lo he comprendido todo.
¿Será
posible que del pico de esa paloma cruelísima que tiene corazón de elefante
salga la palidez lunar de aquel trasatlántico que se aleja?
-Recuerdo
que tuve que hacer varias veces uso de mi cuchara para defenderme de los
lobos. Yo no tengo culpa ninguna. Usted lo sabe. ¡Dios mío! Estoy llorando.
-Los dos
lo han querido, dije yo. Los dos. Una manzana será siempre un amante, pero un
amante no podrá ser jamás una manzana.
-Por
eso se han muerto, por eso. Con veinte ríos y un solo invierno desgarrado.
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