MALOS DÍAS
Victoria Pelayo
Rapado
Mérida, De la Luna Libros, Col. Lunas de Oriente, 2018,
103 págs.
Nacida en Zamora en 1960,
Victoria Pelayo lleva residiendo en Cáceres desde el año 1991. En 1986 resultó
ganadora del premio de novela corta “Ciudad de La Laguna”, de Tenerife,
con Una amistad corriente. Su segunda novela, Los días
mágicos, es seleccionada entre los finalistas en el certamen de novela
corta “Casino de Mieres” en el año 1988.
Sus relatos han sido
recogidos asimismo en revistas como EÑE revista para leer, Triada
Ultramarina Literaria, Ariadna, Norbarnia,
Letras para crecer, Generación Subway, Letras cascabeleras, Cosecha Eñe… y en varias antologías: Un
rato para un relato (2010), Yo no leo (2011), ambas publicadas por la editorial cacereña Rumorvisual.
Esta misma editorial publicaría en 2012 una compilación de relatos, El roce.
Ahora, la editorial
emeritense De la Luna Libros saca a la luz un nuevo libro de la escritora, Malos días, que reúne diez cuentos
protagonizados por personajes que se enfrentan a situaciones imprevistas y
perturbadoras (Ángel es llamado para un empleo extraño: acompañar a un anciano
al que debe preparar un medicamento; Montse es rechazada como sirvienta de un
hotel a pesar de su entrega total al trabajo; Ana es detenida en la playa en
traje de baño por unos policías que le exigen su documentación…), y es que para
estos seres sencillos “los días no son fáciles ni transcurren plácidos”.
Reproducimos un fragmento del texto que cierra el volumen, “Mira”.
“Cuando vine a vivir con vosotros después de
la caída, me contaste que aquí los pájaros caían de los árboles, muertos,
fulminados por el calor. Exagerada, te dije, y abriste unos ojos grandes y
ofendidos. Ahora sé que era cierto, que es cierto. A pesar de calor de este
junio que parece julio, fuera se está bien sobre todo por las mañanas, cuando
funcionan los aspersores y la frescura del césped recién regado roza la piel.
Hablas porque sabes que escuchar es lo único que puedo hacer y comienzas cada
frase con Mira. Yo me río porque por más que miro no veo nada. Me preguntas que
cuántos coches hay, que de qué color son, que si veo a la gente, que de qué
color es tu vestido. Y giras delante de mí como una peonza hasta que te digo:
¡Amarillo! Veo bultos, apenas distingo una forma de otra, pero tú sigues con tu
inagotable indagación para averiguar hasta dónde alcanza mi vista. A tu edad
nada parece cansarte, ni siquiera empujar la silla, ¡y con este calor! Me
llevas alrededor del parque, donde las sombras son más tupidas, para
resguardarnos del abrasador sol de Extremadura. Me preguntas que si veo los
pájaros, ya sabes que no, e insistes que si veo las urracas, dices que son
grandes, que su plumaje destaca sobre la hierba, que dos pasos nos separan de
ellas. Pero no las veo, ¡no puedo verte a ti!, ¿cómo podría ver un pájaro?”.
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