LA ESCAPADA
Gonzalo Hidalgo Bayal
Barcelona, Ed. Tusquets, 2019, 301 págs.
La trama de
la última novela de Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) se localiza en un sábado de noviembre de 2017 y arranca con el
encuentro casual en una librería del pasadizo de San Ginés del narrador, Bayal,
un profesor jubilado que visita con frecuencia Madrid, con un compañero de
estudios de la Facultad de Filosofía y Letras a quienes el grupo de compañeros
apodaba Foneto por sus agudas preguntas en las clases de Fonética y Fonología.
Como recuerda el narrador, el compañero de estudios, convertido en personaje
experto en falsas etimologías, retruécanos, calambures y otros juegos
lingüísticos, aparece en su primera novela, Mísera
fue, señora, la osadía (a él se le atribuye el verso que cierra la novela:
“lo triste que es ser nada y serlo solo”) y reaparece en El cerco oblicuo empeñado en una tesis doctoral sobre el poeta Saúl
Olúas.
Ahora será el
propio personaje el que reconstruya ante el narrador su vida a partir de su
separación. Sabremos así que por las mismas fechas abandonó los estudios
universitarios (un atractivo porvenir como profesor de Fonología en la
Universidad) y rompió una relación sentimental con una “muchacha” (ningún
personaje es conocido por su nombre), tras varias separaciones y reencuentros
en los que se mostró indeciso sobre el futuro de la relación, rota de modo
definitivo cuando él (¿también ella?) faltó a una última cita. El servicio
militar le llevó a abandonar Madrid y trasladarse a una ciudad de provincias.
Allí halla acogida en casa de unos tíos y a la muerte del marido “hereda” el
quiosco de prensa que él regentaba, tarea a la que dedica toda su vida hasta la
jubilación (el mismo destino de Gregorio Olías, el protagonista de Juegos de la edad tardía, de Luis Landero). Este es
sustancialmente el curso de una vida que podemos considerar baldía, repleta de
hechos incomprensibles: ¿Por qué deja de presentarse a unos exámenes que
aprobaría sin dificultad? ¿Cómo es que no hace nada por conservar a su lado a
la joven de la que está enamorado? ¿Por qué abandona la lectura incluso de la
prensa que vende en el quiosco? ¿Cómo, en fin, “un hombre brillante echa a
perder su brillantez”?
Como el
Meursault de Camús y como otros personajes de Bayal, el personaje podría
definirse como “héroe de la renuncia”, se muestra paralizado en las
encrucijadas, parece rebelarse contra la idea sartreana de la libertad
concebida como una condena en que es obligatorio optar (pero “dejar de tomar
una decisión es también una decisión”), se abandona a una vida que frustra
todas las expectativas vitales de la juventud (laborales, intelectuales, amorosas)
dedicado a una tarea absurda muy por debajo de lo que esperábamos de él.
Sentimos la tentación de concluir que ha sido él quien ha labrado
concienzudamente su propia desdicha, pero entonces recordamos, por contraste,
el destino del narrador que sí ha llevado a cabo todos los proyectos de
juventud a los que su compañero renunció y recordamos sus palabras: “también yo
he leído ya todos los libros y me he entregado a las tristezas de la edad y a mi
propia decadencia”. Por distintos caminos ambos (pero también otros personajes
bayalianos anteriores: el H. de Campos de
amapolas blancas, Lucas Cálamo, Severo Llotas, el “interventor”…) han llegado
a una misma melancólica conclusión que podemos encontrar en otra obra de Hidalgo
Bayal: “El hombre
de nuestro tiempo se siente desbordado por la pesadilla de la existencia y se
percibe impotente, salvo con un resquicio de lucidez para advertir las
sinrazones y la desdicha. La vida es amarga y melancólica y no caben promesas
de paraíso” [“La ficción y el afán”, Equidistancias].
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