TRES MARGARITAS Y TREINTA Y TRES RELATOS CORTOS
Javier Velilla
Madrid, Ed. Doce Calles, 2019,164 págs.
Prólogo de María del Mar Gómez Fornés
Fotografías de Javier Velilla, Inés Velilla, Macarena
de Mergelina Robatto y archivo Doce Calles
Nacido en Don
Benito en 1964, Javier Velilla es un ingeniero agrónomo que ha residido por
razones laborales en Madrid, Valencia, Oxford y en Arabia Saudí. Su primera
novela, Ni una puta foto (Madrid,
Vivelibro) apareció en 2017. Ahora la editorial madrileña Doce Calles publica
Tres margaritas y treinta tres relatos cortos en edición bilingüe (inglés y
español) con un prólogo de María del Mar Gómez Fornés, quien define el libro
como “una recopilación de pequeñas historias que exploran los límites del
microrrelato. Una ráfaga de propuestas literarias cargadas con las vivencias y
anhelos que han marcado al autor en los últimos dos años, rodeado por un
desierto implacable y una cultura desconocida, rebosante de enigmas y
contradicciones. Historias que huelen a cuero, a pelo de mujer árabe, a besos
robados, a rostros que se esconden tras un velo impenetrable y sueños que se
rompen; a esperanza y desencanto, a dolor y a amor. A amor imposible, a
principios, finales y a la amargura sutil que provoca el tiempo que no se para”.
Reproducimos una de
las composiciones.
FRONTERAS
Diario de viaje.
Jordania. En la
carretera del desierto, camino de Petra, paramos a comer en el restaurante
Karaban Sarai, y me sorprende que todo el mundo me hable en español. Ali, que
es el dueño, me lo explica: su hijo, Sotgui, lleva el nombre de su abuelo
jordano, que estudió farmacia en Salamanca, donde se enamoró y se casó con
Anselma, la madre de Ali.
Después de una
comida excelente, tomamos café, me enseñan orgullosos sus pasaportes españoles
y me dicen preocupados que no entienden lo que pasa en Cataluña, y me hablan de
la Constitución que juraron.
Salgo de local, un
poco alucinado, mientras Ali grita “Viva España” y “Visca Catalunya” a mis
espaldas. Digo “Viva” sin volver la vista atrás y seguimos camino de la
fortaleza de Shoubaq, o del Monte Real, que es nuestra próxima parada.
No todos tenemos
que pensar igual, vivo mi vida sobre la base de esa creencia, para mí
indiscutible, y disfruto de la diversidad que me rodea. Trabajo, cada día, con
gente de 20 países distintos, o más, hace tiempo que perdí la cuenta, de todas
las religiones y colores, en un país donde no hay libertad y cada día descubro,
una y otra vez, fascinado, que todos somos iguales, que todos somos diferentes.
Ayer visitamos la
frontera a los pies de los Altos del Golán. Una valla infame y dolorosa,
orgullosa en su amenazante presencia, asquerosa. Allí huele a muerte, a odio y
a miedo. Aún hay un campo sembrado de minas, esperando, agazapada, para volver
a matar. Y mirando este paisaje difícil de describir he sabido, otra vez, que
no quiero más fronteras” [p. 68].
No hay comentarios:
Publicar un comentario