jueves, 14 de julio de 2022

Los nombres de la nieve

LOS NOMBRES DE LA NIEVE

Dionisio López

Santiago de Chile-Barcelona, RIL Editores, 2022, 74 págs.

Ilustraciones de Javier Fernández de Molina

    Dionisio López nació en Cáceres en 1978 donde se licenció en Filología Hispánica tras cursar la carrera entre las universidades de Extremadura y Salamanca. Es profesor de literatura. Ha publicado relatos y poemas en diferentes obras personales (Entramados, 2017), antologías (Abrazos de náufrago, 2009; Al final poesía, 2013; ...Y si todos dicen que es de noche, 2019; Conclausa, 2020; Cuentos de AFAL, 2020; El club de los relatores, 2020; Letras para los ODS, 2020...) y en revistas literarias (Sinergia, 2008; Heterónima, 2019; El Espejo, 2021...). Ha adaptado, junto a otros profesores, textos dramáticos de distintas épocas (Quedamos en el XVII, Quedamos en el XIX). Dirige el blog de reseñas literarias Aves de paso. Los nombres de la nieve se compone de tres bloques o “libros” (“Blanco”, “Silencio, “Azul”) enmarcados por dos poemas, uno de apertura (“Memoria”) y otro de cierre (“Pavesa”), unos textos sobres los que Javier Rodríguez Marcos considera en contraportada: “La vida pone a veces a prueba a la poesía y le demanda un nombre para aquello que no lo tiene. A sangre y fuego, terriblemente. Si no sirve entonces, no servirá nunca. O solo será retórica, ejercicio de estilo. Mejor callar entonces. Los nombres de la nieve nace de una de esas pruebas, de uno de esos momentos en que las palabras se confunden con un aullido y construyen un salmo negro no nacido para alabar a Dios sino para maldecirlo. Sabemos que la nieve que-ma. El libro que ha escrito Dionisio López, también”. Reproducimos una composición del libro segundo (“Silencio”).

 XIV

INSOMNIO

Cuando cayó la primera gota,

negra como el silencio,

yo no sospechaba la tormenta.

 

Lenta y muda, espina de la noche,

hambriento gusano en la carne,

inundó mis huesos, desgarró el barro y la palabra

(hachazo de yerro en el tiempo y el polvo)

y yo miraba al cielo sin saber que no miraba.

 

Después llegó un otoño de sombras en el pasillo,

donde un lago invisible ya era parte de mí.

 

Como un esbozo encallado

las manos negras de su piel,

el vacío respirar por las paredes,

la cuna fría en sus ojos,

se fueron clavando en un paisaje

con aire de cementerio.

 

Deambulo cada noche por la casa

acariciando la huella de tus pasos,

como un perro herido por los rincones

busco el viento de una ausencia

y pregunto en el vacío de la nada

a un dios callado y cobarde. Ciego.

 

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