HOMBRE SOLO
Eduardo Moga
Madrid, Huerga y Fierro Editores, Col. Rayo Azul.
Poesía, 2022, 124 págs.
Licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, Eduardo Moga (Barcelona, 1962), es autor, como poeta (ha cultivado también géneros como el ensayo literario, la crítica o el libro de viajes) de los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1996), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999; 2ª edición, 2007), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008), Bajo la piel, los días (2010), El desierto verde (2011; 2ª edición, 2012), Insumisión (premio al mejor poemario del año de la revista Quimera, 2013; Latino Book Award, EE. UU., 2014), Décimas de fiebre (2014) y Dices (2014). Este mismo año aparece una selección de sus textos en Amargord Ediciones, con prólogo de Jordi Doce, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014). Más tarde, la editorial madrileña Vaso Roto publica Muerte y amapolas en Alexandra Avenue (2017) y ese mismo año la editorial Libros de Aldarán publica Lo profundo es la piel, una antología de poesía erótica al cuidado del poeta y ensayista Christian T. Arjona. En 2021 apareció Tú no morirás (Ed. Pre-Textos). Ahora, Huerga y Fierro Editores publica Hombre solo, un conjunto de poemas (y una composición final en prosa) de largo aliento y metros amplios y una expresión barroca, recargada, atenta todos los matices, complacida en su riqueza y complejidad léxica. Los textos versan sobre experiencias dramáticas vividas que enfrentan al sujeto lírico a la soledad tras la ruptura sentimental, la muerte de la madre y la enfermedad, a la conciencia de la fragilidad humana y a la incertidumbre de un futuro inquietante. Reproducimos un fragmento de una de las composiciones del bloque titulado “Poemas matrimoniales y otras perturbaciones”.
TRÍPTICO CONYUGAL
II
Tampoco me quedo ya en mi lado de la cama.
Ese era otro anillo. Y la cama, otro dedo
en el que compruebo una ausencia.
Esa ausencia es, ahora, una presencia absoluta,
contenida en los márgenes inabarcables
del colchón y la noche.
Ya
no me quedo en la mitad que me correspondía.
Ahora que he dejado atrás la mitad del camino,
ruedo hasta la frontera nunca visitada
y enseño el fatigado pasaporte
del individuo que soy, con la cara descolorida
y cada vez menos erecciones,
con el pijama sudado y los ojos negros
de
noche.
Pero he cruzado el confín espinoso
de la desaparición. Ese hueco ya no está habitado.
En ese hueco ya no hay cuerpo —ya no hay tiempo—,
sino un agujero desollado, un hoyo
en la que me aventuro tristemente a respirar.
Aunque yo tampoco estoy; aunque lo ocupe,
he alzado el vuelo
sin
abandonar las sábanas.
Lleno el hueco vaciándolo de su oquedad,
entregando mi materia a su nada,
revolcándome en su nada recluida,
en su heredad herida,
envolviéndome en su piel, como en la piel
sanguinolenta de un despellejado.
Ahí
radico:
en lo que no es.
Lo
he hecho mío: invadiéndolo,
deshabitándolo. Y sumo mis huesos fantasmales
a sus huesos fugitivos;
me vuelvo yo también hueso ido,
pero que pesa,
que se derrama en una soledad king size.
Vivir es amputar y ser amputado.
Morir, reparar una amputación con otra,
absoluta.
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