EL INFIERNO
COMUNICA
Raúl Aragoneses
Mérida, De la Luna libros, Col. Lunas de Oriente, 2022, 85 págs.
Raúl Aragoneses (Mérida, 1978) es licenciado
en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y trabaja como corrector
en el Departamento de Publicaciones de la Asamblea de Extremadura. Es autor del
álbum ilustrado Me llamo Jorge (2010)
y de textos dispersos que han ido apareciendo en antologías como Paisajes del infierno (2001) o Basta! Microficción contra la violencia de
género (2022), además de en revistas como Atril, Mordistritus o Quimera.
Reconocido con numerosos premios, ha sido el segundo finalista en la XV edición
de Relatos en Cadena (2022) de entre más de veintiséis mil microrrelatos
recibidos desde cuarenta y tres países. El infierno comunica que ahora publica
De la Luna libros reúne un conjunto de microrrelatos de variada temática que
incorpora recreaciones de relatos clásicos (bíblicos, históricos, mitológicos,
cuentos infantiles), motivos de la vida cotidiana y de las relaciones humanas... en textos agudos repletos de hallazgos con una prosa eficiente y versátil.
Reproducimos una de las composiciones en que todo contribuye a construir un
malentendido que la última palabra disipa.
EL TAMAÑO
IMPORTA
De todos los compañeros, la mía era la más pequeña. Nunca me había preocupado por su tamaño hasta que Marta me reveló la causa por la que prefería estudiar con Gonzalo. La suya, algo más grande de lo que esperaba, le permitía saciar su voracidad durante horas y aprender el francés por su cuenta. Las otras chicas del instituto la envidiaban por adelantada, de ahí que apenas encontrase amigas con las que conversar de ciertos temas fuera de clase.
Y es que la curiosidad de Martita aumentaba día a día, por ello cuando conoció a Ernesto se olvidó de nosotros. Todo el mundo en el pueblo había oído que la suya, en gran medida heredada del padre, era la más espléndida. Marta pasaba tardes enteras subiendo y bajando por ella con ayuda de una escalerilla, como poseída, hasta el punto de que perdía la noción del tiempo y la castigaban por llegar tarde a casa.
Durante uno de estos
correctivos fue a visitarla un primo carnal de su madre, quien le aseguró que
no había vicio en el mundo mejor que el suyo y le dio algo de dinero con el que
podría comenzar a montarla a su gusto. A nadie extrañó que, nada más levantarle
el castigo, la joven lo gastara todo en libros para formar, por fin, su propia
biblioteca.
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