sábado, 10 de mayo de 2025

El Espíritu de los Quelcinos

EL ESPÍRITU DE LOS QUELCINOS

Juan Ignacio Rengifo Gallego

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Geografías, 2024, 214 págs.

   Juan Ignacio Rengifo Gallego, es profesor titular del área de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Extremadura. Apasionado de los espacios rurales y sus tradicionales formas de vida, ha convertido a estos en los protagonistas de los relatos de ficción que escribe con regularidad, algunos de los cuales ha publicado en periódicos y revistas. Aunque tiene una prolífica trayectoria como autor de libros, capítulos de libros y artículos, relacionados con su actividad académico-investigadora, es El Espíritu de los Quelcinos su primera novela de ficción.

   En la estela de la Comala de Rulfo, el Macondo de García Márquez, la Celama de Mateo Díez, la Santa María de Onetti o la Murania de Hidalgo Bayal, El  Espíritu de los Quelonios contiene la completa invención de un territorio, la comarca de los quelcinos (árbol ficticio vagamanete emparentado con los “Quercus”), un entorno agreste y aislado, rico en especies de caza menor y mayor, con Belmucón como capital, que ha sabido conservar hasta los primeros años de  la década de  los setenta su naturaleza intacta (los quelcinos y los rasos, el macizo de Montealto, los valles de los Molinos y de los Alisos, las cuerdas de Peñas Blancas y de la Garrapata) y todas sus tradiciones: leyendas, , agrupaciones culturales, creencias míticas y costumbres seculares. Con un antiguo referente moral (el filósofo Nuriócrates) que predicó la concordia, el entendimiento y el diálogo, y liderado por Liulmerio, hombre recto, apreciado y respetado por todos, este mundo armónico tendrá que enfrentarse a la traición y a la revuelta de un grupo de convecinos que trata de disgregar con nuevos usos la Hermandad de los Monteros, una de las asociaciones fundacionales de este entorno, como primer paso para abrirlo al exterior y anular su identidad. Contada con una notable riqueza léxica, con una singular habilidad para la invención, la trama se enriquece, a la manera cervantina, con historias incrustadas o secundarias (el asesinato de los tres jóvenes, la caza del jabalí, la muerte de Tristán por un rayo…), pues a la primigenia propuesta narrativa (la creación demiúrgica de un universo a la vez ficticio y verosímil), le acompañan otros narradores impulsados por el puro placer de contar. Reproducimos un fragmento que incorpora una descripción de la comarca.  

   “Más allá del río Negro se extendía el denominado territorio de los Quelcinos, área selvática y montañosa de gran extensión, con límites marcados nítidamente por sus cuatro puntos cardinales. Aquel extenso pedazo de tierra gloriosa debía su nombre a la especie arbórea dominante en la zona: el Quelcino (Quercus fasianus), fuente principal de la que manaba el espíritu. Esta especie leñosa, endemismo singular de la zona que no era conocido en ningún otro lugar del Reino de Hesperia, medraba con suma facilidad dada su perfecta adaptación a las especiales condiciones edáficas y climáticas del territorio. Su tronco robusto recordaba al de una encina, su enrama-do al de un alcornoque y sus hojas perennes, de color verde intenso por su cara superior, y de color rojizo por el envés, a las de un quejigo. Producía una bellota con tres cabezas que era muy carnosa y difícil de separar del cascabullo: la trillota. Los quelcinos eran árboles de una extraordinaria belleza que se caracterizaban por tener un tronco bastante alto que, generalmente, era rematado por un ramaje denso que crecía en sentido horizontal, abarcando una amplia superficie de vuelo. Como resultado de ello, el bosque de quelcinos contribuía a dibujar un Paisaje grandioso en lo estético y en el volumen, tanto en el Plano vertical como en el horizontal.

   Las fronteras de la comarca de los Quelcinos venían perfiladas, hacia el mediodía, por el río Negro y, hacia septentrión, por el apéndice montañoso llamado Montealto. Sobre el mapa, Montealto presentaba una ligera orientación noreste-suroeste, de la que brotaban, como lo hacen los dedos una mano, cinco valles y seis tentáculos montañosos, denominados cuerdas, que separaban los valles. Las cuerdas eran conocidas por los nombres de Peñas Blancas, Las Cabras, Estrecha, Temeraria, del Oro y La Garrapata”. [pp. 59-60].

 

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