REMOLINOS
Y REMANSOS. ANTOLOGÍA.
Jorge
Camacho Cordón
Mérida,
Editora Regional de Extremadura, Col. Geografías, 2025, 195 págs.
Ultílogo (“Poesía de los extremos”) de Elisabeth Falomir Archambault
Jorge Camacho Cordón (Zafra, 1966) escribió hasta 2016 poesía principalmente en
esperanto, a la que el autor austríaco Clemens J. Setz dedica un capítulo de Las
abejas y lo invisible. En 2018 apareció su primer libro de poemas en
castellano, Palestina estrangulada, reeditado en 2023. Quemadura,
de 2020, reunió su obra poética en español a lo largo de treinta años. Tiene
otros dos poemarios breves inéditos, Alce y reno (trilingüe) y Gadir
(bilingüe), así como la sección Quemaduras en la revista cultural en línea
Café Montaigne.
Remolinos y remansos contiene un nutrido número de composiciones que se agrupan en varios bloques, pero que dada la marcada diversidad temática y formal difícilmente se doblegan a clasificaciones; conviven así poemas que se abren a realidades muy distintas: el cosmos y los seres menudos, ciudades próximas y lejanas, la infancia y el destierro a la gran ciudad, las tiranías y los genocidios, reflexiones existenciales sobre la vida y la muerte… y todos ellos comunicados mediante soluciones formales que van desde los metros clásicos o populares (endecasílabos blancos o asonantados, formas arromanzadas), hasta el verso libre, e incluso soluciones experimentales (como los caligramas). “Los poemas de Jorge Camacho contienen otros mundos posibles. Quizá en esto consista, en rigor, la labor del poeta: en crear universos que se imbriquen sabiamente en este, que se solapen para permitir otras perspectivas […] También es labor del poeta -y en esto el autor demuestra un oficio envidiable- ensancharnos la imaginación para conseguir poblar esos mapas de nuevas entidades que no nos hagan conformarnos con lo que ya existe” [p. 186]. Reproducimos una de las composiciones con claro trasfondo biográfico.
Al margen
de pensamientos sobre la demolición de casas
(Me recuerdo, o lo recuerdo a él, con diez años
el día
de la mudanza
a la
nueva vivienda en la ciudad extraña,
esperando
a que desembalen el sofá
para
sentarse a leer de un tirón el libro escogido
de la
caja recién llegada y recién abierta.
Con
vaguedad
recuerdo
al muchacho de diez años
que,
absorto, lee Cómo murieron Hitler y los suyos
mientras
muebles y enseres
ocupaban
los espacios vacíos, vírgenes.
Y
recuerdo también que, casi 30 más tarde,
otro
yo algo más curtido por la vida,
ambihuérfano
y quizás más maduro,
volvió
por última vez al mismo piso,
al de
los padres, ya vendido,
sin
enseres ni muebles,
frío y
luminoso.
Como
escribió Miguel Espinosa,
las
historias principian realmente
por el
final.
Es
decir, sólo el segundo paréntesis
permite
apreciar la sutil curvatura del primero.)
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