EL CHINO
Henning Mankell
Barcelona, Tusquets, 2008
Trad. del sueco de Carmen Montes
Dado que uno de los valores literarios consagrados hoy en día es el de la originalidad, los autores de narrativa han tendido a rehuir la llamada "literatura de género", pues de un lado pesa sobre ella una escasa consideración crítica y, por otro, restringe el ámbito de la libertad personal a la hora de idear tramas o crear personajes. En una dirección diametralmente opuesta, otros autores han encontrado en este tipo de relatos un filón en el que han penetrado para, desde su interior, dinamitarlo o, al menos, desbordar sus límites. Henning Mankell (Estocolmo, 1948), un escritor muy conocido dentro y fuera de Suecia, se ha movido entre la docilidad a los esquemas de la novela negra (como la serie de narraciones policiacas protagonizadas por el inspector Kurt Wallancer, traducidas a treinta idiomas y adaptadas al cine y a la televisión: Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La leona blanca...) y la tentación de sobrepasar los contornos del género, tendencia en que se sitúa la novela que reseñamos.
El chino comienza con una poderosa secuencia narrativa que los suplementos culturales de los diarios reprodujeron cuando la novela salió el pasado mes de noviembre: un lobo hambriento penetra en Suecia desde Noruega atravesando los bosques nevados. En Hesjövallen, una aldea de la región de Hälsingland, percibe el olor de la sangre fresca, encuentra un cadáver que arrastra hasta la linde del bosque y, tras quitarle un zapato de piel, comienza a devorarlo.
Será este uno de los diecinueve cadáveres, todos salvajemente mutilados y casi todos torturados antes de morir, que la estupefacta policía sueca irá encontrando en las pocas casas de la aldea. ¿Quién ha podido matar a unos pacíficos ancianos, junto con sus animales domésticos, de un modo tan brutal? ¿Por qué ha dejado con vida a tres personas, un matrimonio y una mujer enajenada, que por distintas razones no servirán como testigos? Las primeras pesquisas policiales dan entrada a un personaje imprevisto, la jueza Brigitta Roslin, pues una pajera de víctimas fueron padres adoptivos de su madre, un parentesco lejano que la impulsa a aproximarse a la investigación y a unos diarios que el hombre, Jan August Andrén, emigrante a Estados Unidos y capataz de cuadrillas de obreros que construyeron el ferrocarril desde el Pacífico hacia el este, dejó en un cajón.
Este diario se solapará con otro que un joven chino indigente escribe tras un largo recorrido que le lleva desde su región natal a Canton. Allí será atrapado por redes esclavistas y llevado a Estados Unidos en donde trabajará, como tantos otros colies, para la Central Pacific a las órdenes de capataces despiadados. Saltamos así de una narración “policial” que prescinde intencionadamente del suspense (una peculiaridad arriesgada: el lector adivina en todo momento qué sucederá a continuación) a un relato de aventuras repleto de acción, peligrosos viajes, muertes violentas y escapadas, que en forma de manuscrito llegará a las manos de un descendiente, Ya Ru, un joven y emprendedor empresario de la pujante China “capitalista” que amasa una fortuna a la sombra del poderoso Partido Comunista en vísperas de los Juegos Olímpicos de Pekín.
Este personaje, protagonista del tercer bloque narrativo, permite, en sus acaloradas discusiones con su hermana Hong, incorporar a la novela temas candentes habituales en los artículos de opinión de la prensa occidental: la introducción en China de un sistema capitalista sin una paralela liberación del marco político (lo que contribuye a la irrupción de una clase empresarial corrupta de comportamientos mafiosos), el neocolonialismo chino en África presentado como un proyecto de ayuda a naciones abandonadas a su suerte por Europa (la antigua colonia portuguesa de Mozambique, el Zimbabwe de Mugabe), el secreto plan de trasladar a grandes contingentes de campesinos chinos al continente africano, la demolición del viejo Pekín y su hundimiento bajo amplias autopistas y rascacielos, la agresión al medio ambiente...
Finalmente, tras retrotraerse a episodios sucedidos muchos años atrás, tras deambular por cinco países y tres continentes, la narración volverá a sus orígenes y se cumplirá, como sospechábamos, una estricta justicia literaria, en que hasta ese lobo “extranjero”, que había prefigurado al comienzo de la novela la irrupción del asesino, compartirá, en el cierre de la trama, su suerte, pero la impresión final sobre esta novela de novelas (negra, de aventuras, de denuncia sociopolítica con aspiraciones a best seller), de esta narración desmesurada, es que los distintos relatos se entorpecen entre sí y no contribuyen, pese a recursos narrativos externos como la circularidad y otras conexiones argumentales, a armar una obra unitaria.
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