EL
DIARIO DOWN
Francisco
Rodríguez Criado
Alicante,
Ediciones Tolstoievski, 2016, 123 págs.
Nacido en Cáceres en 1967, Francisco Rodríguez Criado es autor de
numerosos relatos incluidos en algunas de las mejores antologías recientes (Relatos
relámpago, Mérida, 2006; La quinta dimensión, Mérida,
2009; Velas al viento, Granada, 2010; El cuarto género
narrativo, Madrid, 2012…) y de tres compilaciones propias: Un
elefante en Harrods (Mérida, De la Luna Libros, 2006), Siete
minutos (Palma de Mallorca, La bolsa de pipas, 2003) y Sopa de
pescado(Mérida, ERE, 2001). Además de dos ensayos y tres obras de teatro, ha publicado hasta el momento una narración coral ambientada en la ciudad
de Cáceres, Historias de Ciconia (Mérida, De la Luna Libros,
2008) y Mi querido Dostoievski (Ediciones de la Discreta, 2012),
una novela epistolar.
El diario Down, que ahora publica la
editorial alicantina Tolstoievski, se abre con la terrible
noticia de que su primer hijo, nacido en las Navidades de 2013, padece síndrome
de Down y precisa, además, una intervención quirúrgica a corazón abierto. “Al
quinto día dejé de llorar, me senté al ordenador y comencé a escribir estas
líneas”. Este es el arranque de un diario que a la par que va dejando
constancia de los sucesivos episodios de la atención al bebé reflexiona sobre las
emociones que embargan a los padres desde la consternación inicial y el dolor
por haber sido sometidos, ellos y el niño, a una “condena” injusta hasta la
asunción íntegra de su papel de padres de un niño que solo es diferente (“Sé
que este viaje, por duro que sea -o quizá precisamente porque es duro-, nos
tiene reservada la mejor de las recompensas”). Reproducimos un fragmento.
“Francisco que no
escatima en mofas (siete meses de vida atesoran ya mucha sabiduría, que en él
se traduce en sentido del humor), a veces interrumpe la toma del biberón, me
mira y, sin poder evitarlo, se echa a reír. Es la sonrisa más bonita que he
visto jamás. Es más que eso: es una sonrisa medicinal, una sonrisa irónica que
habla, que parece decir: “Tranquilo, viejo,
ya va quedando menos”. (Las cursivas del vocativo son suyas).
Y en ese instante,
durante esa sonrisa, comprendo que tanto esfuerzo tiene su sentido. Que dormir
es cosa de cobardes. Que visitar a los médicos es más divertido que un crucero
por las Bahamas. Que el cansancio es un regalo de los dioses y que ese cromosoma
extra es justo, porque lo que por un lado te quita por otro te lo da. Francisco
mantiene la mirada fija sobre mí y, antes de entregarse nuevamente a su
biberón, se echa a reír de nuevo.
De repente lo
hacemos los dos: reírnos. Hemos madurado mucho y ahora sabemos que para ser
felices no nos hacen falta grandes planes”. [pp. 84-85]
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