LA PASIÓN DE ESCRIBIL
Relato de tres viajes a Hispanoamérica
Sevilla, La isla de Siltolá, Col. Levante, 303
págs.
Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es
autor de una dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994)
y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en
una antología reciente El corazón, la nada (Antología
poética 1994-2014). Pero Moga es también un notable
prosista que ha cultivado el libro de viajes en títulos como La
pasión de escribil (2013), una selección de entradas de su
bitácora, Corónicas de Ingalaterra, con el título de Corónicas
de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (2015),
y los ensayos De asuntos literarios (2004),
Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el
esplendor y la amargura (2011) y La disección
de la rosa (2015). Ha codirigido la colección de poesía de
DVD ediciones desde 2003 hasta 2012. Mantiene el blog Corónicas de Españia.
En la actualidad, es director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura.
La
pasión de escribil [sic], una expresión oída casualmente a una hablante
hispana, relata, como indica el subtítulo del libro, tres viajes a
Hispanoamérica (Venezuela, República Dominicana y México) invitado a lecturas
poéticas. Reproducimos un fragmento del texto prologal (“Haciendo las maletas”), un
espléndido poema en prosa sobre la condición del viaje que no es representativo
del tono general del libro, en el que con un registro de crónica viajera traza “una
irónica fotografía de la sociedad literaria de hoy y un ácido recuento
interior, en el que confluyen la fascinación por los lugares que se conocen y
el horror que esos mismos lugares inspiran, la ternura y la sátira, la soledad
de uno y la historia de todos. Y ello narrado con la prosa exigente, pero llena
de naturalidad, de un poeta esencial” [Texto de contraportada]
Haciendo las maletas
Viajar supone acrecentar la vida, o
alumbrarla de nuevo: como la poesía, el viaje vulnera el pacto que hemos
establecido con las cosas, por costumbre, conveniencia o desidia, y nos
devuelve siquiera sea transitoriamente, el sentimiento primigenio de existir.
Por el viaje, los cuchillos son más cortantes que nunca, el sol sale como un
gran cráter de oro, que jamás nos había parecido tan amarillo, y se pone como
una gran sangría estelar, inconcebible de sombras y púrpuras; los transeúntes
pasan con una movilidad desconcertante, hecha de brazos que bracean, y cabezas
que cabecean, y caras turbulentas de ojos y tristeza; y los árboles pasan,
también, con las raíces estremecidas, meneando el pelo y sacudiéndose los
pájaros. Todo se afirma en lo que es, como si rebrotara después de un largo
estiaje, como si, despojado de la espectralidad de lo cotidiano, naciese a la
materia, ensangrentada, significante. La repetición de la caricia anula el
placer de la caricia. Y su renacimiento solo puede provenir de los sentidos: en los viajes, las cosas, aun
las más ásperas, nos acarician, el mundo nos ausculta, el aire nos huele, nos
duele. Los viajes son una experiencia táctil: alcanzamos el conocimiento por la
piel, y ese aprendizaje nos descubre también a nosotros: somos más quienes
somos –o lo averiguamos, al fin- cuando los objetos dejan de ser amables,
cuando nos niegan su solidaridad, cuando sus signos han de ser descifrados.
Para comprenderlos, debe haber un yo que comprenda: es necesario hacerse cuando
está todo por hacer. El viaje disipa la
niebla de lo evidente. El viaje nos
permite dialogar con quien se esconde en nosotros” [pp. 11-12]
Muchas gracias por la entrada, Simón: por tu interès y cordialidad por lo que hago.
ResponderEliminarUn gran abrazo.