sábado, 15 de julio de 2017

Tarde azul y jackpot



TARDE AZUL Y JACKPOT

Juan Carlos Elijas
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Poesía, 2017, 51 págs.
Prólogo de Miguel Albadalejo

   Nacido en Tarragona en 1966, Juan Carlos Elijas se dio a conocer con un poemario titulado Vers.so.s atávicos (1998), al que siguieron La tribu brama libre (2009), Versus inclusive (2004), Camino de Extremadura (2005), Talking’ heads (2006 y 2007), Al alimón (con Manuel Camacho,2006), Delfos me has vencido (2009) y Cuaderno de Pompeya (2009), compendiados en una edición reciente, Ontología poética (La isla de Siltolá, 2015).
   Ahora, la Editora Regional de Extremadura publica Tarde azul y jackpot, un conjunto de once poemas extensos, la mayoría subdivido en varios apartados, que, en palabras del prologuista “constituye una particular tentativa de transitar por algunos de esos lugares de los que uno vuelve sin palabras, a fin de traer de vuelta un cierto registro del tránsito, Ya desde el primer poema “Sol de la mañana”, se atisban varios de los motivos que se entrecruzan para vertebrar este breve poemario: los estigmas de la soledad, la espera ante la muerte inminente, el elocuente silencio de los establecimientos mortuorios, la angustia frente al vacío existencial, etc. Materias, todas ellas, acerca de la cuales difícilmente se puede hablar y se habla, no solo porque faltan las palabras, sino a veces también, como explica Norbert Elias en La soledad de los moribundos (1982), porque falta el interlocutor”. [Prólogo, p. 8].
   Reproducimos el primer apartado del poema que cita el prologuista, ambientado en un geriátrico (pero todos habitamos en lugares semejantes: escuelas, fábricas, cárceles, templos, residencias…), en que una naturaleza exhuberante y repleta de vida (manzanos, cerezos, limoneros, fresas y sandías,…) no logra ocultar los presagios ominosos de la muerte (cipreses plateados, fuentes por las que llegará el barquero...).

SOL DE LA MAÑANA

             I

Miradnos, los lechosos
ancianos sometidos
a las sillas, bajo los cipreses plateados
que alzan su firmeza
de verduzcas, flamígeras
copas junto a la tapia del asilo.

Miradnos, la existencia resumida
en un azar de campanas y estrellas,
testigos de los últimos
soles de la mañana,
a merced de un tiempo enfermero.

Miradnos, pendientes del pañal y la insulina,
contemplando en los huertos
manzanas y ciruelas,
los encarnados cascabeles
del cerezo, las fuentes
por las que habrá de arribar mañana
el dispuesto barquero
desde la bocana de un seco paladar.

Miradnos, justo al lado
del limonero, frente a fresas
 y sandías, con nuestra
demencia ingenua y nuestras
flaquezas, con nuestro humor
canino, acariciando
los gatos que intuyen la llegada de la fosa
y tañen la danza final
con un ronroneo de colmillos afilados,
de áspera y rosada lengua
de escamas y cosquillas.

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