LO JUSTO
Victoria Pelayo Rapado
Tenerife, Ed. Baile Del Sol, Col. Sitio de Fuego,
2021, 166 págs.
Graduada en Derecho por la Uned, Victoria Pelayo
(Zamora, 1960) logró en 19986 el premio Ciudad de La Laguna con Una amistad corriente. Tras varios años
alejada de la creación literaria, regresó con relatos aparecidos en revistas y
antologías como Versión Original, Eñe, La
Bolsa de pipas, En sentido figurado, Rumorvisual, Ariadna, Generación Subway.
Norbanova, Letras para crecer o Farraguas.
Con la novela Contratiempo fue
finalista del premio de novela Castedefels en 2013 (Edición digital) y con el
relato “Preparativos” ganó el XXI certamen Manuel Oreste Rodríguez López de
2016 (Paraleda, Lugo). En la XVI edición del premio Setenil 2019 fue finalista
al mejor libro de relatos publicado en España con Malos días (publicado por
la editorial De la Luna libros en 2018). Es colaboradora habitual del diario Hoy de Extremadura.
Ahora la
editorial tinerfeña Baile del Sol publica
Lo justo, una compilación de nueve
relatos situados en entornos distintos (un colegio de monjas, un teatro, una
pequeña aldea, una prisión…), protagonizados por personajes que, con excepción
del relato titulado “La ratonera” (próximo a lo kafkiano y a los tonos del
absurdo), parecen tomados del natural, “tan reales que podrían caminar a
nuestro lado por la calle sin que nos diéramos cuenta”. La mayor parte de ellos
desarrollan los pormenores de una reparación del pasado, pues en ese pasado los
personajes cometieron un error o fueron víctimas de una agresión o de una
pérdida: pudo haber sido la muerte de una hija adolescente, la desaparición de
unas niñas, el enfrentamiento de dos hermanos por una herencia que envenenará
la vida de todos, la invasión de la privacidad de una niña en el colegio que
llevará la desgracia a la familia, la
violación de una hija de catorce años… Los personajes a veces optan por la
venganza (una forma de acceder a lo “justo”: la mujer rompe una relación que la
ha dañado, otra agrede al violador de su hija…), en otros casos toman
decisiones bruscas (la familia cambia de residencia logrando al fin cierta paz,
una mujer rompe su matrimonio y abandona el pequeño pueblo que vive sepultado
en la mezquindad y en el odio). Puede
suceder, en fin, que el destino ofrezca un poco desagravio a tanto daño, como
sucede con la anciana de “Y ahora qué” que ha perdido a toda su familia (el
marido, su hija y las nietas) y vive sumergida entre las primeras brumas del
alzheimer y los recuerdos lacerantes, cuyo primer párrafo reproducimos.
“Hace mucho
rato que el sol se filtra por las rendijas, el que ella lleva inmóvil. Ha
pensado en moverse, en cambiar de postura y, aunque nota un cosquilleo en el
pie, decide seguir inerte, como muerta. No se moverá hasta que el calambre sea
insoportable, hasta que los pinchazos suban por la pierna y lleguen a la espalda,
hasta que el dolor la obligue a concentrarse solo en él, así no sentirá los
otros dolores, el otro dolor. Otro día. Otro día más en ese lacerante
equilibrio entre el recuerdo y el olvido, entre la enfermedad que avanza inflexible y los recuerdos que desaparecen.
Es bueno que se borren las malas reminiscencias, son tantas que la balanza se
inclina rotunda y precisa de su lado, sin titubeos, eso le gusta, que la
enfermedad barra y borre lo malo, aunque también se lleve lo bueno, ¡y es tan poco!
Si el tacto de una blusa o de una manta le recuerda el de sus manitas cuando
las llevaba al colegio o cuando le acariciaban la cara o el pelo, llega también
la rememoración del último día, cuando vestía a una niña mientras la madre
vestía a la otra. ¡El último día! Da igual si es un picor o un pinchazo o un
calambre o ganas de ir al baño o de estirar las piernas o de evitar la
tortícolis. Da igual, se prometió castigarse y lo hará. Así, mientras trata de
controlar su cuerpo mantiene su mente ocupada”. [pp. 91-92].
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