miércoles, 29 de diciembre de 2021

Diario durante mi estancia en el hospital


 

DIARIO DURANTE MI ESTANCIA EN EL HOSPITAL

 Manuel Pacheco

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Rescate, 2021, 309 págs.

Edición en introducción de Luis Alfonso Limpo Píriz

    Luis Alfonso Limpo Píriz (Olivenza, 1958) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Bellaterra, Barcelona. Es archivero-Bibliotecario del Ayuntamiento de Olivenza desde 1989 y Cronista Oficial de la ciudad desde el año 2000. Entre otras distinciones, es correspondiente de la Academia de la Historia de Portugal (2016), de la de las Bellas Artes de San Fernando (1998) y de la Real Academia de Extremadura de las Artes y las Letras (2009). Ha sido promotor de diversas iniciativas para fomentar el acercamiento y diálogo entre las culturas portuguesa y española, como los Encuentros de Ajuda (1985) o la revista Encuentros/Encontros (1989-2004); bajo su impulso se creó el Fondo Bibliográfico Portugués y de Estudios Ibéricos, dentro de la Biblioteca Pública Municipal de Olivenza. Traductor de los sonetos de Florbela Espanca (Charneca en flor, Editora regional de Extremadura, 2013) ha reunido lo esencial de la poesía de Manuel Pacheco en la antología Arpa dulce, rota, sonámbula (2020). Como historiador ha editado diversos repertorios que facilitan el acceso a las fuentes, y traducido parcialmente Napoléon et l'Espagne, obra cumbre del historiador francés André Fugier (La Guerra de las Naranjas: Luciano Bonaparte en Badajoz, 2007). Su producción bibliográfica profundiza verticalmente en el pasado de Olivenza, sin perder de vista la dimensión horizontal y el engarce de lo monográfico con contextos más amplios, bajo el principio de soslayar la evasión erudita hacia el pasado, sino privilegiando el servicio y compromiso con la sociedad y el presente.

   Ahora la Editora Regional de Extremadura publica en su colección Rescate Diario de mi estancia en hospital al cuidado de Luis Alfonso Limpo, una de las primeras obras en prosa de Manuel Pacheco (Olivenza, 1920- Badajoz, 1998), uno de los nombres imprescindibles de la literatura extremeña de la segunda mitad del siglo XX no incluida en la edición de Obra en prosa (1949-1995) preparada por Antonio Viudas Camarasa aparecida en la ERE en 1995. En la introducción a la presente edición (“La muerte y la doncella. Experiencia y creación en Manuel Pacheco”), el editor dilucida en origen del diario en unos episodios biográficos del escritor: “Consiguió un puesto como descargador de vigas en un almacén de maderas. Por aquel trabajo le pagaban una miseria. Hubo de ofrecerse también como descargador de vagones en la estación de ferrocarril. A pesar del cansancio que le provocaban estos duros oficios, por las noches se quedaba leyendo hasta que le vencía el sueño. Día sin leer, día perdido. Fue en el verano de ese año, 1942, cuando le sobrevino el principio de úlcera de estómago que motivó su ingreso y estancia de dos meses en el Hospital Provincial, narrada día a día en las páginas de este texto que rescatamos del cajón de sus inéditos […] La filosofía de la muerte, un hondo pesimismo de raíz existencialista, impregna el Diario desde su primera a su última página. Sorprendente, esa precoz afinidad de Pacheco con las corrientes literarias y de pensamiento que prevalecerán en Europa al término de la II Guerra Mundial. Heidegger definió al hombre como «ser para la muerte» y a la vida como «relámpago entre dos oscuridades». Pacheco dice que el hombre es «un muñeco que tiembla sobre la corteza de un grano de arena» y la vida «una sombra que se extingue apagada por otra sombra». Si la peste es el trasfondo de la meditación filosófica de Camus, en Pacheco será la tuberculosis, enfermedad no menos contagiosa y cruel. El Diario es como un parte de bajas. Si no supiéramos que se limita a dejar constancia de lo que sucede a su alrededor, a la manera de un corresponsal de guerra, diríamos que es un escritor de gusto tenebrista. La muerte, con la que el poeta convivió tan de cerca, es en Pacheco una realidad omnipresente no trascendida por ninguna esperanza redentora. La esperanza es para él «una flor engañosa», su perfume «veneno para la humanidad” [pp. 15-16]. Reproducimos una de las entradas del diario.

 Septiembre, 19

   Pasan los días tristes, monótonos, iguales. Me asfixio entre estas blancas pa-redes viendo estos espectros, estos harapos humanos, jirones de cosas castigados por todas las enfermedades. La leche y los huevos me hastían. El estómago le va cogiendo repugnancia a estas comidas en líquido. Deseo que el médico me cambie el plan. El estómago no me ha vuelto a doler. Ya no tengo calentura. Leo y escribo bastante. Lejos de la realidad, me sumo en el bálsamo bendito de los sueños. Sólo al ver estas salas blancas y frías, a estas camas y pobres hombres acostados en ellas, veo donde vivo. Estoy en el Hospital, donde traen los despojos de esta mentira que se llama vida, donde vienen harapos humanos en busca de remedio a sus males, quejas, rostros amarillentos, miembros paralizados, gritos, penas, miserias, dolores. Viendo esto diariamente me asfixio. La piedad se apodera de mí y siento pena por estos muñecos que sufren. Envenenados por los sufrimientos, en vez de desear la muerte, que es el eterno descanso, desean la vida. ¡Qué miserable y débil es la constitución humana! Siempre implorantes, los ojos fijos en el misterio pidiendo gracias. ¡Ese es el hombre! Un muñeco que tiembla en ésta que es en el espacio infinito menos que un grano de arena. Lo ignoto, lo misterioso, la muerte, la nada, el miedo al más allá, es lo que deshonra al hombre y lo hace miserable, débil para enfrentarse con la vida” [pp. 55-56].

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