LA
MALA INTENCIÓN
Chelo
Sierra
Cádiz,
Ed. Talentura, 2023, 185 págs.
Premio
de novela corta Ramiro Pinilla (2022)
Chelo Sierra nació en Madrid, estudió publicidad
y trabajó durante más de quince años como creativa publicitaria en distintas
agencias de la capital. En 2009 se trasladó a vivir a Torremenga (Cáceres) y
comenzó a escribir ficción. Es autora de los libros El síndrome de Peter Pan, Desencuentos, Los collares azules de Bleubaie,
De nada, La mirada del orangután
—finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en Espetenta
aña en 2017—, El efecto avispa, Bonsáis y Sesenta y dos vírgenes. A
pesar de su relación tardía con la literatura ha tenido la oportunidad de
explorar distintos géneros y ha sido premiada en más de una veintena de
certámenes literarios: Ana María Matute de Narrativa, Ciudad de Coria de
Cuentos, Relatos en Cadena de La Ser, Poesía Experimental de Badajoz, Artículos
de Opinión Enrique Segovia Rocaberti, José Luis Castillo-Puche y Salvador
García Aguilar de novela corta, entre otros. Columnista durante varios años en El periódico de Extremadura, actualmente
colabora con la revista cultural El
Ciervo.
Ahora la editorial independiente Talentura publica La mala intención, novela que se alzó el pasado año con el premio
de novela corta “Ramiro de Pinilla” y que se adosa ya desde el comienzo (Julia
descubre el cuerpo de un hombre que ha sido asesinado de varios disparos) a la
estructura de la novela negra: sigue una indagación policial, el interrogatorio
a unos sospechosos hasta culminar en un desenlace imprevisto pero verosímil.
Ahora bien, si la novela negra es una modalidad de la narración realista
predominantemente urbana, La mala
intención desborda resueltamente el referente elegido al prescindir de un
propósito testimonial (característico del género) y ambientar la trama en un
entorno rural (Ervilla, una aldea vagamente situada junto al río Tiétar)
contemplado, además, con una perspectiva urbana, moderna, imaginativa, irónica
y humorística. La cita con que se cierra la narración (“Ay ese afán por ver las
cosas sin una pizca de imaginación y sensibilidad artística, ese apego solo a
lo posible…”) confirman que nos encontramos ante una novela que se libera del
encorsetamiento del modelo y da acogida a lo imprevisto y lo fantástico con una
prosa consciente de su intención estética que rehúye las primeras soluciones
formales (clichés, expresiones rutinarias…), muy culta y lúcida tanto en el
relato de la indagación policial como en el de una historia de amor que va de
la fascinación al desencanto. Reproducimos un fragmento “coral” de la presencia
de la guardia civil en la taberna de la aldea.
“El bar de Ervilla, que además de ser el bar de Ervilla también se llamaba así, no solo estaba abierto: estaba abarrotado; algo que tampoco era tan difícil porque era un rectángulo de ocho por cuatro, con una barra de ladrillo visto que ocupaba un tercio de la superficie. Chon, la dueña, tenía buen ojo para los negocios, sabía cuándo merecía la pena levantar la persiana y cuándo estar ahí al pie del cañón resultaba ser una actividad improductiva, como de asociación cultural, es decir, sin ánimo de lucro. Esa mañana había abierto temprano dispuesta a servir carajillos y copas de licor de bellota a tutiplén. Pensó que después de un acontecimiento como el que había tenido lugar en el pueblo, todo el mundo tendría ganas de comentar la jugada y aportar sus conjeturas en un lugar neutral. Y no se había equivocado. Allí se encontraba una buena parte de la población censada, en su mayoría hombres que habían dejado a medias el pastoreo de las cabras, el arreglo de una caldera, la poda de las higueras, el fileteado de los pollos o el encofrado de un pilar con tal de no perderse el debate. A la docena larga de varones había que añadirle cuatro señoras que, después del paseo matutino, se habían animado a entrar en el bar y ya se habían metido entre pecho y espalda dos descafeinados con leche y media docena de huesillos cada una y comenzaban a sentir las estrecheces de las mallas del Lidl en la zona abdominal.
Los guardias entraron al local después de
salvar las tres barreras que se encontraron: la puerta de madera hinchada por
la humedad, la cortinilla anti-moscas de cordón de PVC y la humareda que se les
echó encima en cuanto pusieron un pie en el suelo de baldosas hidráulicas del
bar: hay días perturba-dores en que es imposible respetar las prohibiciones.
Aparte de fumar, también estaba prohibido matar y mira tú el caso que. Teo y el
guardia joven pasaron por alto el detalle porque no era ese pormenor sino un
asunto mayor el que tenían entre manos, y por-que el ansia de tomarse un café
caliente les convertía en seres vulnerables y mucho más tolerantes”. [pp.
125-126].
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