lunes, 26 de junio de 2023

Díptico romano

DÍPTICO ROMANO

LAS AMARGURAS DE TIBERIO

EL ENIGMA DE PONCIO PILATO

Tomás Martín Tamayo

Mérida, Editora Regional de Extremadura, col. Vincapervinca, 2022, 566 págs.

   Nacido en Campillo de Llerena en 1947, Tomás Martín Tamayo, maestro y escritor, fue consejero de Cultura, Educación, Deportes y Patrimonio, y diputado autonómico. Ha publicado novelas, relatos cortos y libros de poesía y cuenta con una decena de premios literarios, al tiempo que figura en antologías nacionales e hispanoamericanas. Entre sus títulos destacan, en prosa, Cuentos de madrugada (1979), Cuentos al alba (1984), Cuentos de la maldita resignación (1997), Cuentos en verde aceituna (2006), El enigma de Poncio Pilatos (2008), Cuentos del día a día (2015) o El secreto del agua (2016); también ha publicado los libros de poemas Abstracción de la culpa (1981), De cielo en cielo (2004) y El dolor confinado (2020). Colabora en diferentes medios nacionales como ABC, El Mundo, eldiario.es, o elconfidencial.es, y mantiene una columna semanal en el diario HOY y en El Norte de Castilla; ha recibido el Premio de Periodismo de la Asociación de la Prensa de Badajoz, así como el Premio de Periodismo Ciudad de Badajoz.

   Ahora la Editora Regional de Extremadura publica Díptico romano que incluye las novelas La amargura de Tiberio y El enigma de Poncio Pilato (que había visto la luz en la editorial Planeta en 2010). Fiel a uno de los propósitos más notables de la novela histórica (la reconstrucción de periodos y personajes históricos singulares llenando esos huecos que los historiadores suelen dejar obligadamente), las dos novela erigen las figuras Poncio Pilato, prefecto romano en Judea, y de Tiberio, el emperador “para mí más inteligente, singular y enigmático de todo el Imperio Romano” (“¿Por qué Tiberio y Pilato?”). Resulta esclarecedor que la noción de “enigma” (de unos enigmas que tratan de elucidarse) se repita en los propósitos de dos narraciones que con firme pulso formal tratan de contribuir a la construcción de la “vida privada de las naciones”. Reproducimos un fragmento en que se relata la reacción de Tiberio a la muerte de su hermano (ante el displicente desdén de Augusto). 

   “Cuando Druso se dispuso a volver, cayó del caballo sobre un leño seco que le atravesó el muslo. Con la herida sangrante, apenas vendada, se negó a retirarse y siguió luchando. Al anochecer había perdido mucha sangre y cayó desfallecido. Cuando le retiraron el improvisado vendaje, la herida presentaba muy mal aspecto y no lograron que Druso recuperara la consciencia. La noticia llegó a Roma tres días después. El joven general se encontraba en una situación límite. Sin consultar la opinión de Augusto Tiberio, que había llegado días antes, acompañado de dos médicos, recorrió en cuarenta y ocho horas doscientas millas para socorrer a su hermano. La herida estaba infectada y Druso no había recuperado el conocimiento. Murió cuatro días después, de gangrena, en los brazos de Tiberio que, haciendo gala de su carácter retraído e inexpresivo, no exteriorizó dolor alguno. Sin apenas dormir y comer, estuvo a su lado, aliviándole con paños fríos el sudor copioso que perlaba su frente. Sostuvo la cabeza durante horas y cuando expiró, en una muestra inédita de ternura, alisó su cabello, acarició su cara macilenta, cerró sus ojos, apretó el cadáver contra su pecho y lo dejó en manos de los soldados, como si hubiera concluido un acto rutinario. Aquella misma tarde y antes de trasladar e1 cadáver de Druso a Roma, los soldados se alinearon a lo largo de tres kilómetros, para rendirle homenaje, pero Tiberio no salió de su tienda. Al día siguiente pidió a los soldados que lucharan como lo había hecho Druso, montó en el caballo de su hermano y ocupó su puesto para continuar la batalla.

   El cadáver de Druso llegó a Roma, en medio de un dolor generalizado, Augusto salió a recibirlo, acompañado le toda la domus augusta. Al no ver a Tiberio preguntó al tribuno que lo escoltaba:

         -¿Dónde está su hermano?

         -Imperator, Tiberio ocupó el puesto de Druso en Germania, para continuar la lucha… Incluso montó en su propio caballo. ¡Está luchando!

         -Es un trozo de escarcha –farfulló Augusto visiblemente irritado”. [pp. 66-68].

 

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