LA SÍLABA DE
ÓNICE
José Antonio
Ramírez Lozano
Salamanca, Junta
de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 2019, 45 págs.
Premio Fray Luis
de León de Poesía
José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) es autor de más de setenta obras
en prosa y verso, premiadas muchas de ellas con galardones prestigiosos
(Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero,
Ricardo Molina o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de
novela corta). Su obra poética arranca con Canciones
a cara y cruz (Sevilla, 1974), libro al que siguieron otros muchos títulos
(como Antifonario para un derrumbe, Bestiario del cabildo, Cuarto creciente, Azogue impuro, Pipirifauna, Santos llovidos
del cielo, El arquero ciego, Aqueronte, Discurso de anatomía, La flor de la pavesa, Epifanías, A cara de perro…). Ahora, la
Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León publica La sílaba de ónice, ganadora del Premio
Fray Luis de León correspondiente a 1019.
Reproducimos una de las composiciones marcada
por el tono narrativo, la portentosa imaginación, lo insólito del entorno por
donde deambula el animal (un cementerio) y un registro lingüístico dominado por
las asociaciones léxicas imprevistas.
VACA SOLA
Hay una vaca
enorme aquí en mi sueño
que pasta entre
las tumbas.
Una vaca que
ignora el himno de los mártires,
el ciclo de las
témporas
y que apedrean
los deudos cuando acuden
con su
hebra de luto y sus flores de plástico.
Sobre su piel
dibuja el mundo
los negros
continentes, los océanos blancos.
Y ella ignora su
peso, la deuda de los días,
el signo que el
destino ha escrito en su testuz
y que solo los
hombres logran interpretar.
Su mugido es
oscuro, como el turbio
acecho de la ira,
la cuerna del hondero.
Y convoca en
agosto las tormentas de azufre,
los tábanos de
fuego que pregonan
el lubricán del
juicio, ese arrecife último
de las
generaciones.
Ella ignora la
promesa de Dios,
pero se deja,
mansa,
ordeñar por el
ángel de la desolación
mientras camina
lenta,
arrastrando sus
ubres, el hilo de su leche
sobre las matas
verdes de ortigas y chicoria,
sobre las tumbas
negras que aguardan todavía
el vano
despertar, el alba de la carne.
Una maravilla. Un prodigio de la imaginación hecho poema, como el verbo se hizo carne, pero a la inversa.
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