LA PATRIA DE LOS
NÁUFRAGOS
José Antonio
Ramírez Lozano
Soria,
Diputación Provincial, 2020, 50 págs.
XXXVIII premio
de poesía “Leonor”.
José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) es autor de más de setenta
obras en prosa y verso, premiadas muchas de ellas con galardones prestigiosos
(Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero,
Ricardo Molina o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de
novela corta). Su obra poética arranca con Canciones a cara y cruz (Sevilla,
1974), libro al que siguieron otros muchos títulos (como Antifonario para un derrumbe, Bestiario de Cabildo, Cuarto creciente,
Azogue impuro, Pipirifauna, Santos llovidos del cielo, El arquero ciego, Aqueronte, Discurso de anatomía, La flor de la pavesa, Epifanías, A cara de perro…). Ahora, el Departamento de Cultura de la
Diputación Provincial de Soria publica La
patria de los náufragos, que consiguió el XXXVIII premio de poesía “Leonor”,
un libro cuyas composiciones giran en torno a la muerte, esa patria a la que
todos arribaremos al naufragar.
Reproducimos una de las composiciones.
EN MI DEFENSA
No quiero irme
de aquí de esta manera.
Quiero juntar
palabras para entonces
y que no pueda
así la Muerte irme matando
mientras queden
palabras por vivirme.
Mientras diga,
seré. Mientras escribo el verso
este de estarme
siendo
yo no tengo más
vida que este verso
que escribo en
mi defensa y nada puede
arrancarme de
él, porque no hay modo
de arrancar de
mis labios
lo que apenas si
es siéndolo todo,
bastándose en su
nombre para darse,
arista en la que
amparo mi vivir.
Nada temo si
digo pulpa del corazón,
élitro
de oro, umbría en que el deseo
celebra
su furtiva
consumación,
tímpano acaso el bosque,
vitral,
florida pascua en que los cuerpos
vencido
el tojo, cerca
la
humedad de las yeguas, arden,
estopa
y pedernal, ascua de vida,
digo.
T mientras tanto
ella, desheredada, absurda,
tan oscura en su
cerco, aguardando a que deje
de decir, a que
calle
la virtud que me
asiste para ser en su ausencia,
para vivir del
negro no decir que la nombra.
Miseria de
aguardar lo ajeno, que me cumple,
rendida como
perro a mi tardanza. Y tanto
que al final va
a ser ella, canina, mansa tierna,
la que venga a
comerme cada día en la mano.
La que en su
adversidad me dé el poema hecho.
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