LECTOR QUE RUMIA
Eduardo Moga
Madrid, Ed. Polibea, Col. La espada en el ágata, 2023, 455 págs.
Prólogo de
Antonio Ortega
Licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, Eduardo Moga (Barcelona, 1962) ha publicado diversos poemarios, entre los que destacan La luz oída (premio Adonáis, 1996; edición commemorativa, 2021), Las horas y los labios (2003), Cuerpo sin mí (2007), Bajo la piel, los días (2010), Insumisión (2013, premio de la revista Quimera al mejor poemario del año), El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014) (2014), Muerte y amapolas en Alexandra Avenue (2017), Lo profundo es la piel. Antologíade poesía erótica (2017), Mi padre (2019), Tú no morirás (2021) y Hombre solo (2022). Ha traducido a Ramon Llull, Jaume Roig, Évariste Parny, Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Carl Sandburg, Wi-lliam Faulkner, Frank O'Hara, Charles Bukowski, Harold Norse, Evan S. Connell, Penelope Fitzgerald, Diane Wakoski y Tess Gallagher, entre otros autores. Practica la crítica literaria en Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Turia y Quimera, entre otros medios, y mantiene la sección «Otras latitudes» en La Sombra del Ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla. Ha publicado los libros de viajes La pasión de escribil (2013), El mundo es ancho y diverso (2018) y Diarios de viaje (2016-2019) (2021); dos selecciones de entradas de la bitácora Corónicas de Ingalaterra (2015 y 2016); los diarios El paraíso dificil. Siete años en Extremadura (2013-2019) (2020), Expón, que algo queda (Polibea, 2021) y La ciudad encontrada. Crónicas de Sant Cugat (2021) y varios volúmenes de ensayos: Homo legens (2017) o el más reciente, El oro de la sintaxis (2020). Ha sido codirector de la colección de poesía de DVD Ediciones, así como director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura en Extremadura. Mantiene el blog Corónicas de Españia. A esta vasta y notabilísima obra literaria, añade el escritor ahora Lector que rumia, una compilación de artículos publicados en su blog y en varias de las revistas especializadas citadas más arriba. Los textos se agrupan en varios bloques: “Sobre literatura actual” (en especial, poemarios aparecidos recientemente), “Sobre clásicos del siglo XX” (Delibes, Eliot, Hemingway Proust…), “Sobre clásicos de siempre” (San Juan, Quevedo, Shelley…) y “Algunos artículos” de temática variada. Se trata, como puede verse, de una muestra más de una las pasiones del escritor, la lectura y la lúcida reflexión sobre lo leído, una tarea no muy alejada de su obra creativa, pues como acertadamente considera el prologuista, “la escritura crítica de Eduardo Moga constituye una parte determinante de su obra literaria porque viene a reafirmar con certeza la aseveración que Ricardo Piglia hiciera en su libro Formas breves, cuando con su personal convicción declaró que «la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas». Todos los libros de Eduardo Moga —poéticos, ensayísticos, de crítica literaria, traducciones, sus escritos periodísticos—dan razón de una vida que se escribe, a su manera, en cada uno de ellos, y que, al mismo tiempo, instauran una poética que se ordena y se modela en todas y cada una de sus páginas”. [Prólogo, 13] Reproducimos un fragmento de una de las composiciones del último bloque.
EL PESADO
EL pesado, entre los escritores, es aquel
que está seguro de que su obra es la mejor que hayan visto los siglos desde
Homero (o antes de él) y desea hacértelo saber a cada instante, en cada
estación del año, con cada libro o artículo que publica, o, mejor, con cada
libro o artículo que se publica sobre él. El pesado no tiene escrúpulos ni conoce
la fatiga. Antes, cuando lo digital no se había adueñado de la sociedad, el
pesado se veía limitado, muy a su pesar, a los parsimoniosos procedimientos de
la comunicación analógica y, singularmente, del correo postal. Sus libros caían
entonces en el buzón como caen las hojas de los árboles en otoño o las
campanadas de las iglesias los domingos y las fiestas de guardar: metálica,
metódica, implacablemente. O bien, para superar las lentitudes o negligencias
del cartero (qué iluminador aquel epigrama del Eladio Cabañero: «¡Cojones!,
dijo el cartero. / Tres libros de Marrodán / y estamos a dos de enero»; Marrodán
fue un pesado de narices), el pesado hacía acopio de ejemplares —o de
artículos, o de fotocopias, o de lo que fuese que hablara de él— y se lanzaba
al río de la existencia con ellos a cuestas, ya fuese en macuto vietnamita, ya
en menesterosa pero suficiente bolsa de supermercado, para asestárselos al
colega desprevenido con el que se cruzase por la calle. Hoy en día, atrapados
por las redes como estamos, el pesado inunda el espacio con sus noticias,
poemas, crónicas, artículos, homenajes, presentaciones y publicaciones, y nos
aplasta con ellos. No obstante, el pesado que lo es de verdad, el pesado
pesado, el pesado pata negra, es capaz de combinar ambos medios: fumiga con sus
novedades el universo digital, pero no renuncia a la distribución artesanal de
antaño”. [pp. 339-340].
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