EXPÓN, QUE ALGO QUEDA
Eduardo Moga
Madrid, Ed. Polibea, Col. La espada
en el ágata, 2021, 240 págs.
Prólogo (“Eduardo Moga en el museo”) de Jesús Aguado
Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce. En prosa, el escritor ha cultivado géneros como el libro de viajes, con títulos como La pasión de escribil (La isla de Siltolá, 2013) y El mundo es ancho y diverso (Baile del sol, 2017), y los diarios: Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (La isla de Siltolá, 2015), Corónicas de Ingalaterra. Unavisión crítica de Londres (Vasarek Ediciones, 2016). Esta trayectoria como creador ha ido acompasada de una tarea crítica que ha ejercido en revistas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Ínsula, Turia o Quimera y ha recogido en volúmenes como De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2017), Homo legens (2017) El sonido absoluto (2019), El oro de la sintaxis (2020) o la edición (fue codirector de la colección de poesía de DVD Ediciones desde 2003 hasta 2012). Recientemente, ha visto la luz El paraíso difícil (2020) que recoge las entradas de su blog sobre nuestra comunidad.
Expón, que algo queda recoge
reseñas, aparecidas su blog, de sus visitas a museos de Londres, ciudad en la
que residió durante años, Extremadura (una visita al museo de Bellas Ares de
Badajoz y otra de poemas-objeto de Juan Ricardo Montaña, celebrada en el espacio
cultural Rufino Mendoza de Villanueva de la Serena), Barcelona y Madrid. Predominan
los artículos que comentan obras pictóricas (los Brueghel, Picasso, Sorolla, Caravaggio,
Goya, Constable, Matisse…), pero también recoge exposiciones sobre escritores
(Galdós, los Machado, autores del exilio español en Inglaterra), o hechos
históricos (Auschwitz, los celtas, los vikingos). “Lo que más me gusta de la
exposiciones -comenta en una entrada de su blog- no es lo que me enseñan sobre
lo expuesto, con ser mucho, sino lo que me enseñan sobre mí: cómo desafían lo
que creía saber y cómo cuestionan los mecanismos psicológicos que me habían
llevado a creer que lo sabía”.
En el prólogo, Jesús Aguado considera: “En él los cuadros, las
esculturas y los objetos que ha ido encontrando y analizando en sus salas han
acabado chisporroteando (como virutas unos, como troncos otros: cada cual según
su tamaño, su peso y su poder ignífugo) en el gran horno de su inteligencia […]
Inteligente y resolutivo …, sabe que tiene que ganar una apuesta, quizá la de
llegar a tiempo a sí mismo (coincidir con uno mismo es, da igual cómo se enfoque
esto, el objetivo de la mayoría de las filosofías y religiones), y que para
ello no hay segundos que perder ni pertrechos de los que no merezca la pena
deshacerse” [Prólogo, pp. 8-9] Reproducimos un fragmento del artículo dedicado
al pintor Turner que viene a confirmar cómo la contemplación de unos cuadros
puede ser un soporte sobre el que erigir un texto literario de notable calidad.
TURNER
“Los paisajes se dilatan en un encadenamiento de manchas sin entramado, en un tumulto de claridades inexactas. Los crepúsculos se enzarzan en rosas y amarillos deshilachados, en esplendores oleosos. En las marinas, abundantes, el agua y el cielo se abrazan en explosiones laxas, mientras, en sus laberintos, advertimos siluetas que podrían ser de barcos veloces o de barcos naufragados. Hasta la noche pierde su rotundidad tenebrosa: su extensión se matiza de fulgores y transparencias, de objetos en movimiento, de oquedades irradiantes. Y esto es lo que refleja la polícroma difuminación de Turner: el movimiento, el hacerse de los seres, de los hechos, en el flujo indetenible de la realidad. Su inconcreción tiene, pues, un sentido moral: el de la relativización de lo evidente, el de la captación de lo que cambia, el de la comprensión de la incomprensibilidad de todo. Sus latigazos de luz, dispersos, y las heridas que infligen a los óleos, prefiguran a los impresionistas y, con ellos, a la pintura contemporánea. Turner se percibe como irremediablemente moderno, como el Greco, como El Bosco, como Goya, contemporáneo suyo: como todos aquellos que desdeñaron las exigencias estéticas de su tiempo, para incorporar a su obra una percepción singular, una psicología propia. Turner transforma la realidad en la realidad vista, o, mejor, sentida, por Turner. Lo que vemos en sus cuadros no es la naturaleza, sino su alma cabalgando a la naturaleza, o penetrándola”. [pp. 232-233].
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