lunes, 19 de diciembre de 2016

Corónicas de Ingalaterra

CORÓNICAS DE INGALATERRA
Una visión crítica de Londres

Eduardo Moga
Madrid, Varasek Ediciones, 2016, 307 págs.

    Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce. Pero Moga es también un notable prosista que ha cultivado el libro de viajes en títulos como La pasión de escribil (2013), una selección de entradas de su bitácora, Corónicas de Ingalaterra, con el título de Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (2015), y los ensayos De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015) y, recientemente, Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2016).
   Ahora, la editorial madrileña Varasek Ediciones publica en su colección On the Road Corónicas de Ingalaterra. Una visión crítica de Londres, que recoge entradas de su blog escritas entre septiembre de 2013 y noviembre de 2015, fruto de su estancia en la ciudad y, más tarde, de sus frecuentes regresos a ella. El resultado es un minucioso reflejo de una urbe a la vez diversa y difícil, con innegables atractivos (intachable respecto a sus tradiciones, riquísima oferta cultural, museos gratuitos, jardines recónditos, multiculturalismo en todos los ámbitos) y numerosas facetas irritantes (duras condiciones climáticas, aglomeraciones constantes, distanciamiento y falta de empatía de sus habitantes que ellos consideran “estoicismo”, carestía de la vivienda), y es en este sentido en el que ha de entenderse el sintagma “visión crítica”; esto es, ecuánime, generosa en el reconocimiento y  radical en la censura, además de exhibir unas notables dotes de observación en una mirada aguda y bienhumorada.


Martes, 28 de julio de 2015
Vuelvo a Londres

   “Cuando llegamos a Heathrow, ya ha anochecido. Comprobamos enseguida la diferencia de temperatura: en España hemos pasado tres semanas en un horno de pizzería, y aquí rondamos los quince grados. Los que han cometido la imprudencia de no cambiarse los shorts por unos pantalones largos, lo sufren agudamente. Al día siguiente, otra comprobación me confirma que estoy de nuevo en Inglaterra: el cielo está gris; el fresco del día se gira a frío por la noche, y hasta chispea. Para los ingleses, hace calor; para mí, ha llegado el invierno. En la ciudad me asaltan los innumerables ciclistas y runners: todos circulan con su habitual determinación, poseídos por la pasión de la salud. Al cruzar el Támesis por el puente de Alberto, veo a dos cuervos disputarse, a graznidos y picotazos, el cadáver de una platija depositada en el fango de la orilla. Más allá, en la ribera sur, los edificios del nuevo complejo residencial de Battersea siguen creciendo: las cuatro chimeneas blancas de la central eléctrica están completamente envueltas por andamios, y a su alrededor brotan las estructuras como hongos gigantescos. Al lado de casa, los italianos se siguen reuniendo en Capitán Corelli para comer pizza, hablar alto y jugar a las cartas. Delante del restaurante hay aparcado un Rolls dorado. Siento una melancolía suave: me gustaría estar en España, sí, aunque fuese a cuarenta grados; me gustaría seguir charlando con los amigos, algo que aquí apenas tengo oportunidad de hacer; me gustaría seguir comiendo bien, y paseando por calles y lugares que forman parte de mi vida, porque forman parte de mi pasado. Pero también celebro esta extrañeza que aún me produce Londres, la belleza de los parques, la delicadeza de las mujeres, los rincones infinitos e incitantes. Quizá debería sentirme afortunado por tener dos casas. Aunque, cuando estoy en una, siempre deseo estar en la otra” [pp. 277-278]

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