EL ORO DE LA SINTAXIS
Eduardo Moga
Barcelona –Santiago de Chile, RIL Editores, 2020, 214 págs.
Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce. En prosa, el escritor ha cultivado géneros como el libro de viajes, con títulos como La pasión de escribil (La isla de Siltolá, 2013) y El mundo es ancho y diverso (Baile del sol, 2017), y los diarios: Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (La isla de Siltolá, 2015), Corónicas de Ingalaterra. Una visión crítica de Londres (Vasarek Ediciones, 2016). Esta trayectoria como creador ha ido acompasada de una tarea crítica que ha ejercido en revistas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Ínsula, Turia o Quimera y ha recogido en volúmenes como De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2017), Homo legens (2017) El sonido absoluto (2019) o la edición (fue codirector de la colección de poesía de DVD Ediciones desde 2003 hasta 2012).
Como estos últimos títulos, El oro de la sintaxis reúne un conjunto de críticas, artículos, ensayos y prólogos que pasan a sí de unos contenedores de textos, dispersos y de vida azarosa (las revistas), a otro (el libro) más perdurable. Con una sólida formación filológica y un vasto caudal de lecturas, Moga no duda en mostrar sus simpatías (en este volumen, la poesía de Walt Whitman, cuyas Hojas de hierba tradujo para Galaxia Gutenberg en 2019) y sus antipatías (la poesía de la experiencia y sus herederos, interpoetas y poetanautas), pero su actitud como lector y crítico sobresale por la empatía con la que se acerca a escritores, predominantemente poetas, cuyas preferencias retóricas intuimos muy ajenas a las suyas, en unas composiciones que vienen a confirmar, de modo palmario, que un texto crítico deber ser ante todo “otro texto”, tan cuidado como uno de creación. Reproducimos un fragmento de una de las composiciones titulada “La (in)felicidad de los escritores”.
“Algunos libros nos dan la felicidad; los mejores, mucha, si es que la felicidad puede medirse. Y, ante ese derroche de alegría y plenitud, de excitación y sosiego, pensamos que los autores han sabido compartir con nosotros lo que ellos sentían: que la han cocido en el horno de las palabras y nos la han entregado, caliente aún, recién salida de la conciencia. Se comprende. Es difícil leer el Quijote –pese a la mucha violencia que lo recorre, y que llevó a Navokov a aborrecerlo por su crueldad- sin experimentar una satisfacción que conmueve de arriba abajo y que no es descabellado identificar con la felicidad. Algo muy parecido pasa con los poemas de Antonio Machado o Walt Whitman. El español, aun melancólico o doliente, inspira una serenidad moral que asombra y ennoblece. El norteamericano, enumerativo, desordenado, canta al mundo y al hombre que nace, y proclama, con alborozo, la grandeza de ser. Los ejemplos podrían multiplicarse. Y, sin embargo, esa felicidad no ha sido objeto de transmisión, ni siquiera de transformación, sino propiamente, de invención. Esa felicidad no estaba en la persona del autor, sino en el alambique imprevisible de sus necesidades y sus circunstancias. Las personas felices no escriben: se limitan a disfrutar de su felicidad. A las que hacen literatura, en cambio, siempre les falta algo. Los escritores son, sin excepción –por normales que parezcan, aunque pocos lo parecen- gente enferma: enferma de dolores muy materiales, de esos que aquejan igualmente a los fontaneros y los actuarios de seguros, pero también, y sobre todo, de ansias de ser otro, de ser más, de ser siempre”. [p. 267].
Muchas gracias por tu lectura y tu cordial nota, querido Simón. Celebro que el libro te haya interesado. Te mando un abrazo fuerte.
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