RETRATO DE UN HOMBRE INMADURO
Luis Landero
Barcelona, Tusquets, 2009, 234 págs.
En las novelas publicadas hasta ahora desde Juegos de la edad tardía (1898), Luis Landero había mostrado su atracción por el esquema de novela de personaje, trazando recorridos extensos por la vida de uno o unos pocos protagonistas que dibujaban la trayectoria cierta de un fracaso. En Retrato de un hombre inmaduro, la novela de menor extensión y la que menos tiempo le ha llevado, ha incorporado a la trama, en contra de lo que sugiere el título, numerosos fragmentos de vidas, ni excepcionales ni ejemplares, con las que el protagonista se cruza en su existir. Aunque el narrador alburquerqueño siempre se ha sentido más solidario con los seres que habitan sus novelas, su dotes de observador del entorno y de lo que el paso del tiempo ocasiona en su apariencia son asismismo notabilísimas:
“Verá. Cuando paseo por mi barrio me gusta ver algunas ruinas de aquel triste entonces. Hay por ejemplo una ferretería donde venden tapones de corcho, ratoneras, moldes de latón para repostería, trampas de alambre para pájaros. Hay una ortopedia con lavativas, bragueros y zapatos con alza. Un establecimiento de confecciones –fajas, refajos, corsés, sujetadores que algo tienen de arreos-. Junto a un bareto que proclama su modernidad en una absoluta carencia de estilo, hay un ultramarinos con frutas escarchadas, escabeches al peso, bacalao, un corte de tocino viejo, alubias de tal sitio y dulzainas y longanizas de tal otro. ¡Y la retórica! “Garbanzos de León”, leí una vez, y debajo: “Ultra super extra finos” [p. 100]
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