sábado, 31 de diciembre de 2016

Gaya Nuño y Alberti, entre la firmeza y el vuelo


JOSÉ ANTONIO GAYA NUÑO Y RAFAEL ALBERTI,
ENTRE LA FIRMEZA Y EL VUELO

Hilario Jiménez Gómez
Soria, Diputación Provincial, 2016, 283 págs.

   Nacido en Montánchez en 1974, Hilario Jiménez es autor de una notable trayectoria poética, recogida en diversas antologías (Cuatro poetas en un tobogán, 2006; Encuentro en Guadalupe, 2008; Escarcha y fuego, 2010…) y en poemarios como En un triángulo de ausencias (2003), Versos color naranja (2003), Delirio in extremis de un aguador con sed (2004), Diario de un abrazo (2008), Hoy es siempre todavía (2012) y De la noche a los espejos (2015). Una amplia muestra de estos títulos ha sido recogida en Antología (im)personal (2015). En 2013, la Editora Regional de Extremadura publicó su diario Exprimiendo limones de madrugada.
   Pero Hilario Jiménez, licenciado en Filología Hispánica y profesor de enseñanza media, ha compaginado esta vocación poética con trabajos de investigación y ensayos sobre los poetas del 27 y la poesía española contemporánea en libros como Lorca y Alberti, dos poetas en un espejo (2001, reeditado en 2003) o Alberti y García Lorca, la difícil compañía (2009), ha coordinado el volumen Pablo Neruda, un corazón que se desató en elviento (2005) y preparado una antología de la obra de Félix Grande, Una grieta por donde entra la nieve (2006).
   Ahora, la Diputación Provincial de Soria publica Juan Antonio Gaya Nuño y Rafael Alberti, entre la firmeza y el vuelo, un ensayo que reconstruye la relación entre el poeta gaditano y Gaya Nuño, autor de obras de creación, recogidas en los dos volúmenes de Obras completas (2000, en edición de Consolación Baranda), pero ante todo, de una consolidada trayectoria como crítico de arte (El románico en la provincia de Soria, 1946; Historia del Museo del Prado, 1969, Historia de la Crítica de Arte en España, 1975…). Como recuerda Hilario, Gaya Nuño y Alberti se conocieron en Madrid durante la guerra (el escritor soriano, cuyo padre fue fusilado sin juicio previo, se incorporó al Batallón Numancia, en el que llegó a ser oficial. Tras la guerra es condenado a veinte años y un día de prisión) y su trayectoria posterior bien puede ejemplificar la suerte corrida por los dos exilios: el exterior de Rafael y María Teresa (París, Buenos Aires, Roma) y el interior de Gaya Nuño (cárceles, libertad vigilada, peticiones de rehabilitación rechazadas…).
   Como recuerda la esposa de Gaya, Concha de Marco, ambos escritores se encontraron en París en octubre de 1963 y a partir de entonces mantendrían una relación epistolar, pero el único proyecto conjunto en que pensaron colaborar, una edición de A la pintura (Buenos Aires, Losada, 1948, por entonces agotado), preparada por Gaya que publicaría Aguilar se frustró finalmente.
   Como en anteriores trabajos de Hilario Jiménez, nos encontramos ante una edición muy cuidada, pormenorizadamente anotada y con numeroso material gráfico (cartas, una diario inédito, postales, fotografías, volúmenes dedicados, dibujos…) procedentes de la Fundación Rafael Alberti (El Puerto de Santa María) y del Centro Cultural Gaya Nuño (Caja España-Duero, Soria), que viene contribuir a un mejor conocimiento del panorama cultural español durante un extenso tramo, tan rico como convulso, del pasado siglo.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Caducidad del signo


CADUCIDAD DEL SIGNO
Poesía reunida (1994-2016)

Juan Luis Calbarro
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2016, 235 págs.

   Nacido en Zamora en 1966, Juan Luis Calbarro es Licenciado en Filología por la Universidad de Salamanca, ensayista (Apuntes sobre la ideología en la obra de César Vallejo, North Charleston, 2013), editor, traductor, crítico de arte y crítico literario que ejerce desde 1998 en su blog Libros que me gustaron (o no). Desde 2004 reside en Palma de Mallorca, en donde dirige la editorial Los Papeles de Brighton. Como poeta, ha publicado hasta la fecha Trébol (Zamora, 1994) (con Julio Marinas) Elegía sajona (Zamora, 1998), Sazón de los barrancos (Cáceres, I. C. El Brocense, 2006), y Museos naturales (Palma de Mallorca, 2013).
   Ahora, la Editora Regional de Extremadura publica su poesía completa bajo el título Caducidad del signo, que añade a los poemarios citados varios cuadernos de poesía (Fin de siglo, 1995; Roma devicta, 2016…), un libro nuevo, Breviario de Fuerteventura (2002, con prólogo de Jorge Rodríguez Padrón) y varios poemas inéditos.
   Reproducimos una composición de Museos Naturales que contiene una reflexión sobre la diversa condición de los creadores (o de sus máscaras).

EL POETA ASEGURA BUSCAR CLAVES

Está el poeta tímido, está el sabio,
está el que se demora en sustantivos,
sin miedo a los apodos,
y está el que es torrencial, innecesario
salvo en su fuero interno incandescente.
Está el poeta sucio, y está el limpio.
Está el que señorea las imágenes
como si fueran dunas
y está el que explica todo
como si hubiese urgencia.
Cualquiera de ellos miente
cuando afirma que busca explicaciones,
que el verbo es vía de conocimiento:
estar y ser son pies incompatibles.
El poeta, si es listo, solo busca
creerse vivo aún
sobre las angarillas,
desconocer el miedo,
alquilarle galones a un destino
tan opaco como otros. Despistarse.
Entretener a sus perseguidores.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Acordes de una antigua canción


ACORDES DE UNA ANTIGUA CANCIÓN

José Agudo
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2016, 49 págs.

   Residente en la actualidad en Barcelona, ciudad en la que fundó con otros escritores la revista de arte y literatura Alisma, José Agudo, nacido en Fregenal de la Sierra en 1952, ha publicado los siguientes libros de poesía: Naufragios (1992), Conciencia de mí mismo (1995), Dibujando la Rosa de los Vientos (1996, I premio del certamen nacional “Ciudad de Torrevieja”), Hombre desnudo (2006, premio de poesía “Villa de Chiva de 2004), y Esta frágil conciencia (2008), ganador del XXVIII Premio Hispanoamericano de poesía “Juan Ramón Jiménez”. Ahora, la Editora Regional de Extremadura publica Acordes de una antigua canción, del que reproducimos un poema.

COMO CANTOS RODADOS

Como cantos rodados,
esas hojas de otoño de las ciudades grises,
el brillo de la luna en las esquinas,
los charcos apacibles de una lluvia
que llegó de repente un día cualquiera,
las aceras remotas
con soportales viejos y luz domesticada,
los gritos de los niños exaltados
en las plazas de agosto con palomas
y sol de mediodía
y turistas felices
que vinieron de lejos.

Esas hojas de otoño de las ciudades grises,
como cantos rodados,
igual que los olvidos que jamás se sabrán.

Y después, de repente, el silencio,
insondable y oscuro, intratable:
una orilla ya sin nada ni tiempo,
ya sin tiempo ni nadie.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Viaje a Colombia (y IV)

IMPRESIONES DEL VIAJE

   Siempre resulta de interés saber no solo cómo nos vemos a nosotros mismos sino cómo nos ven los demás. En cierta ocasión, le pedí a una alumna australiana recién llegada al Colegio que escribiera un texto sobre los aspectos de la vida española que le habían sorprendido o extrañado. Un resumen de sus "sorpresas" sería el siguiente: vestimos y comemos muy bien (pero muy tarde), hablamos muy alto toqueteándonos constantemente, los hijos tardan mucho en independizarse, es frecuente que en una misma casa convivan familiares de tres generaciones (abuelos, hijos, nietos), estamos más tiempo en la calle que en casa (excepto a la hora de la siesta en que ¡hasta cierran los comercios!), en contra de lo que creemos apenas hay inmigrantes, los jóvenes pasan las noches de los fines de semana fuera de casa, los padres entran a bares y cafeterías ¡con sus hijos pequeños!… 
   Pues bien, en esta ocasión me propongo hacer algo similar, dar unas sucintas impresiones de mi viaje a Colombia desde la perspectiva de un observador externo.


   Ya en un viaje anterior me sorprendió la generosidad de los escritores para regalar sus libros (la viuda de un poeta fue dejándome en el hotel todos los libros de su marido). En esta ocasión ha pasado lo mismo (volví con más de cuarenta libros). El desprendimiento con que se comportan tiene, a mi juicio, una segunda explicación: las carencias en la distribución son aun mayores que en España y apenas hay relación editorial entre naciones limítrofes. Es frecuente ver a los escritores con bolsas o mochilas llenas de ejemplares que van repartiendo a colegas y críticos.


   Antes del viaje, había dedicado los meses de verano a leer literatura colombiana (especialmente, narrativa). Cito algunos títulos que me parecen no solo dignos de mención sino muy por encima de nuestros marías y mendozas y revertes: La vorágine (que ya había leído), una novela fundacional de José Eustasio Rivera, Diario de Lecumberri (escrito en esta cárcel mexicana por Álvaro Mutis), El eskimal y la mariposa de Nahun Montt (premio nacional de novela “Ciudad de Bogotá”, un durísimo reflejo de la capital colombiana bajo la violencia), El día señalado, de Manuel Mejía Vallejo (premio Nadal de 1963), El ruido de las cosas al caer (premio Alfaguara de 2011), de Juan Gabriel Vásquez, pero también su libro relatos (Los amantes de todos los santos) y sus demás novelas (Los informantes, Las reputaciones, La forma de las ruinas…), Metatrón y En esta borrasca formidable, de Philip Potdevin, La Oculta y El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, Delirio (premio Alfaguara de 2004) y Pecado, un libro de relatos que su autora, Laura Restrepo, presentó en la feria, Después y antes de Dios (de Octavio Escobar, del que creo haber leído todo lo que ha escrito y que recibió por esta novela el premio nacional de narrativa del Ministerio de Cultura precisamente durante la Fiesta del Libro de Medellín), El cine era mejor que la vida, de Juan Diego Mejía, director de la Feria del Libro…, pero también leí, antes o durante mi estancia allí, a poetas como Nelson Romero (premio nacional de poesía de 2015), Lucía Estrada o Uriel Giraldo, nombres que, junto a otros muchos, configuran una aportación de primer orden a la literatura escrita en español.


   En los actos propios de la feria del libro, a los que asistí y en los que participé, prima la espontaneidad sobre la programación: el resultado es que se desarrollan con naturalidad, algo muy de agradecer, pero tienden al desorden. Pondré un solo ejemplo: en Manizales, la organización había incluido en el programa una “mesa redonda” (un conversatorio) sobre novela negra. Alonso Aristizábal, el presentador, se presentó cuando los participantes llevaban quince minutos conversando, pidió excusas, presentó (entonces) el acto y le dio la palabra a Susana Martín Gijón (que acababa de hablar); otro de los contertulios, Ramón Illán, en lugar de responder a la pregunta del moderador, recordó una serie de crímenes sucedidos en Santa Marta (su ciudad natal, la del tranvía) y por qué los había rechazado como materia novelesca, Gonzalo España habló a continuación y terminó su intervención anunciando que se marchaba porque temía perder el avión. Nadie mostró el más pequeño signo de extrañeza.


      Si Manizales es una ciudad hermosísima (con una feria calcada de la de abril de Sevilla: toros, jinetes (y amazonas) por las calles céntricas, coches de caballos, peinetas y faralaes), Pereira es una ciudad grande pero anodina y Medellín, una ciudad desmesurada con enormes desigualdades: un sur que acoge a las grandes fortunas, con chalés ajardinados, bloques y hoteles de muchas plantas que suben por la ladera de la montaña entre amplias zonas verdes, y un norte plagado de comunas en que se apiñan en precarias viviendas millones de desheredados donde malviven jóvenes sin futuro empujados a la delincuencia común o captados por los narcotraficantes y convertidos pronto en sicarios. Frente a las ciudades, la naturaleza de Caldas y Antioquia es exuberante, tanto la de aquellas áreas cultivadas por el hombre (extensísimos cafetales, haciendas ganaderas) como las zonas que todavía no ha podido dominar (así, el espectacular parque nacional de Los Nevados en que se levanta el Nevado del Ruiz con 5311 metros de altitud). Sorprendentemente, los escritores colombianos muestran un insólito desinterés por este territorio, que parece recién creado por Dios, cultivando una literatura eminentemente urbana (en ello, hay una razón estética: en literatura, los hijos matan a los padres; la generación en pleno proceso creador en estos momentos se ha consolidado rechazando las propuestas de una generación anterior que mostró un marcado interés por lo rural).


   El resultado final, por lo que pude ver (regresé antes de la clausura de la feria), puede calificarse de exitoso, aunque no en todas las actividades (con su mezquindad habitual, la SGAE colombiana consiguió arruinar un concierto que, ante la cantidad exigida a la organización de la feria en Manizales, hubo que cancelar) y la acogida que nos dieron fue en todo momento afabilísima. A las actividades propias de cualquier feria del libro (conferencias, presentaciones, mesas redondas -que ellos llaman conversatorios-, espectáculos para niños y jóvenes, conciertos…) se sumaba el contacto directo con los escritores (con los que me reencontré y con los que conocí ahora: Laura Restrepo, Octavio Escobar, Ramón Illán, Magela Baudion, Juan Calzadilla, Guillermo Martínez, Piedad Bonett, Gonzalo España, Triunfo Arciniegas, Lucía Estrada, Orlando Mejía, Nelson Romero, Philip Potdevin, Juan Diego Mejía, Irene Vasco, Adalberto Agudelo, Orlando Mejía, Patricia Acosta, Samuel Vásquez, José Miguel Alzate, Octavio Arbeláez…), las constantes invitaciones a comer fuera del hotel…, en un entorno marcado por dos temas de conversación, la actuación de la selección colombiana en los partidos de clasificación para el Mundial de Moscú de 2018 y el tratado de paz con la guerrilla; si el primero unía a todos, el segundo los dividía en dos facciones (los que, a pesar de todo, apoyaban el proceso, y los que consideraban la oferta del gobierno como una derrota humillante ante una guerrilla ya vencida). Ojalá tengan éxito en el segundo empeño y en el primero disputen la final con España (y gane el mejor).



Viaje a Colombia III

MEDELLÍN

   Con unos tres millones y medios de habitantes, Medellín pasó de ser la ciudad más violenta de Colombia (el centro de operaciones de Pablo Escobar, quien ofreció al gobierno pagar la deuda externa con USA a cambio de derogar los tratados de extradición) a ser declarada en 2013 la ciudad más innovadora del mundo. Su Fiesta del Libro y la Cultura, que este año celebraba entre el 9 y el 18 de septiembre su décima edición bajo el lema “Nuevos Mundos”, está considerada como la cuarta más importante de América Latina, contando este año con escritores invitados de Estados Unidos, Argentina, Dinamarca, Chile, México, Ecuador, Bolivia y España.
   El viaje desde el aeropuerto Olaya Herrera, situado en el interior de la ciudad,  al hotel Poblado de Alejandría duró bastante más que el vuelo, pues el conductor desconocía la forma de llegar, nada extraño en una ciudad laberíntica. En contra de lo que suele ser habitual, nos encontrábamos en los barrios del sur, el área más acomodada de Medellín, con chalés y bloques de gran altura en medio de amplias zonas verdes. El propio hotel tiene quince plantas con gimnasio y jacuzzi en la azotea, el único lugar amueblado con un cenicero: en las habitaciones un aviso a navegantes amenaza con sumar 150000 pesos en concepto de suplemento de limpieza en caso de que se fume en el interior.


   La Fiesta, celebrada en el Jardín Botánico, ha recibido unos 420300 visitantes y más de 350 invitados entre los que se encontraba la Secretaria General de Cultura, Miriam Díaz Cabezas, al frente de la delegación extremeña (junto con Antonio Parral, alcalde de Medellín), pues Extremadura era la región invitada a la feria (hasta el último momento compitió con Nueva York). Por su pabellón, en el Patio de las Azaleas, que incluía dos exposiciones fotográficas y una muestra bibliográfica de escritores extremeños, pasaron unas setenta mil personas a lo largo de la feria. Enviaron sus libros a la muestra la Editora Regional de Extremadura, la Diputación Provincial de Badajoz, los ayuntamientos de Don Benito y de Medellín, la Asociación Torre Isunza, la Universidad de Extremadura…, pero también editoras nacionales como Visor, Planeta, Alfaguara, Siltolá, Aristas Martínez, Periférica o De la Luna libros… Todos los ejemplares, no destinados a la venta, fueron donados a bibliotecas públicas de la ciudad.

   Con el lema “Medellín en Medellín”, unas cuatrocientas personas asistieron a charlas y mesas redondas impartidas en el Orquideorama por los escritores Susana Martín Gijón, Yolanda Regidor, Efi Cubero, José Manuel Díez, Antonio Gómez, Manuel Simón Viola, Alonso Guerrero, Irene Sánchez Carrón y Antonio María Flórez.



   En la programación académica participaron Tomás García Muñoz (sobre el origen de “Medellín”: “Historia y razones de un nombre”, con mucho éxito de público), Eduardo Moga, director de la Editora Regional de Extremadura, Mario Quintana (editor) y Ramón Pérez Parejo, profesor de la Universidad de Extremadura. En el apartado artístico hubo conciertos de Luis Pastor y Lourdes Guerra, Chloe Bird, Mamen Navia y Juan María García, y se proyectaron películas extremeñas como El país del miedo (de Francisco Espada), Venidos del cielo, Malpartida Fluxus Village, así como los cortometrajes del Catálogo Jara. Incluso hubo un lugar para demostraciones gastronómicas de cocina extremeña (tortilla de patatas, chacina ibérica, gazpacho, sangría…) con más éxito que las conferencias, ofrecidas por el cocinero dombenitense Domingo Álvarez Zambrano.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Viaje a Colombia II

PEREIRA

  Pereira, capital del departamento de Risaralda situada en los valles de los ríos Otún y Cauca, es la ciudad más poblada del eje cafetero (unos 700 000 habitantes si se cuenta toda el área metropolitana). La carretera baja en fortísimas pendientes y numerosas curvas desde los 2200 metros de altura de Manizales a los 1400 de Pereira entre interminables cafetales y bosquecillos de guaduas (también llamadas cañazas o tacuaras). El mismo día de nuestra llegada y tras alojarnos en dos hoteles (los pagaban facultades distintas), dimos una charla en la Universidad Tecnológica de Pereira, moderada por el escritor y profesor de la Universidad Rodrigo Argüello (quien, más que moderar, se dedicó a exhibir cuánto sabía de narrativa colombiana decimonónica), en la que intervine brevemente (tengo comprobado que cuando en un acto participan creadores y críticos el público prefiere, con toda razón, escuchar a los primeros). La sala estaba abarrotada de chicos y chicas, la mayoría vestidos con la camiseta amarilla de la selección colombiana, que permanecieron en sus asientos hasta cinco minutos antes de que empezara un Colombia-Brasil, partido que vimos mientras dábamos cuenta de un asado colombiano regado con cerveza (rubia, roja y negra, todas extraordinarias). Perdió Colombia por dos a uno.



  Al día siguiente, visitamos la Plaza de Simón Bolívar, la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza y varias librerías de lance, en las que compré un solo libro (de Federico García Lorca, en una edición al cuidado de Guillermo de Torre de 1952 que  incluía tres “prosas póstumas”) pues sabía que, como pasó en el viaje anterior que hice a Colombia, me vendría con un montón de libros regalados y dedicados (más de cuarenta en esta ocasión).


  Por la tarde, el director del Departamento de Español, Arbey Atheortúa Atheortúa (con un nombre común en Colombia y apellidos vascos) nos llevó en el audi de su ex esposa a Santa Rosa de Cabal, un pueblo en cuyas proximidades se encuentran unas piscinas termales situadas en las laderas del Nevado del Ruiz a donde llegamos ya de noche. Con un bañador prestado y el lío de pantalones, cortavientos, camisa, zapatos con los calcetines y el móvil dentro, me acerqué a la pileta a la que caía un chorro de agua hirviendo que surgía del subsuelo volcánico, todo ello iluminado por unos potentes focos en cuyo halo se fundían la niebla nocturna de la montaña y el vapor del agua caliente. Metidos todos en la piscina (Susana, Arbey, Eduardo y José Manuel) nos tomamos un par de cervezas por barba cuidando de que las salpicaduras de las zambullidas del Duende Josele no cayeran dentro de las latas.



   A la mañana siguiente volamos a Medellín. Entre ambas ciudades hay unos 195 kilómetros y estaba previsto que los hiciéramos por carretera atravesando el hermoso valle del Cauca y varias estribaciones andinas, pero un corrimiento de tierras, que inutilizó un carril de la carretera, lo desaconsejó. En el aeropuerto, una bellísima policía colombiana me quitó un mechero y me dijo con los brazos cruzados y mirada escrutadora: “Deme también el otro”. “No llevo más”, le respondí con entonación firme y resuelta (y sí, llevaba otro, en el bolso, y me quedé sin ninguno). Con parecidos malos modales a Eduardo Moga le confiscaron en El Dorado, el aeropuerto de Bogotá, un desodorante que había “volado” por toda Europa.

martes, 20 de diciembre de 2016

Viaje a Colombia I

   Aunque en esta iniciativa han colaborado numerosas instituciones públicas españolas (Ministerio de Cultura, Secretaría General de Cultura de la Junta de Extremadura, las dos diputaciones provinciales, los ayuntamientos de Don Benito y Medellín…), lo cierto es que quien consiguió involucrarlas a todas, tras meses de viajes y negociaciones, fue Antonio María Flórez (y me parece justo recordarlo aquí). De madre dombenitense y padre colombiano, Antonio María fue, asimismo, quien convenció a los responsables políticos y académicos de las tres ciudades (Manizales, Pereira y Medellín) para invitar a Extremadura a sus respectivas ferias del libro (la primera vez en su historia, como región o comunidad autónoma, que Extremadura es invitada a una feria internacional del libro) y cubrir los gastos de estancia y desplazamiento dentro de Colombia.
   El primer grupo en viajar lo formamos José Manuel Díez, poeta y líder hasta su desaparición de “El desván del duende” (su último trabajo, con el nombre artístico de Duende Josele, es “La semilla” en versión CD y CD-libro), Susana Martín Gijón, autora de la saga de novela negra “El trébol de cuatro hojas”, Eduardo Moga, poeta, crítico literario y director de la Editora Regional de Extremadura, y yo. Tras la consabida espera de tres horas en Barajas, tomamos un vuelo de Avianca con destino a Bogotá, en donde tuvimos que esperar otras tres horas para el vuelo a Manizales, un viaje interminable en el que no faltó un percance kafkiano en el control de inmigración, que Eduardo Moga ha contado mejor de lo que pudiera hacerlo yo en su blog Corónicas de Españia.

MANIZALES

   Manizales es la más pequeña de las ciudades que visitamos (unos 450 000 habitantes), pero es, sin duda, la más hermosa (y la más española: su himno es un pasodoble). Situada como un nido de águilas (o de cóndores) a 2200 metros de altitud en los Andes Centrales, crece de un modo tentacular por montes y quebradas de tal modo que ni desde el avión se consigue tener una panorámica completa de su superficie, pero lo que sí puede contemplarse desde cualquiera de su rincones, en los días claros, es la fumarola del cercano volcán Nevado del Ruiz, el más septentrional del cinturón volcánico de los Andes, activo durante los últimos dos millones de años (en 1985 la erupción de uno de sus cráteres arrasó la ciudad de Armero provocando 25000 muertos). Cuando al atardecer del día uno de septiembre aterrizamos en su pequeño aeropuerto, los organizadores nos felicitaron por nuestra suerte: las cenizas del volcán unos días y la niebla otros obligan a desviar los vuelos a una ciudad cercana, pero nadie las tenía todas consigo cuando el pequeño avión se descolgó de las nubes a una velocidad pasmosa y, con un ruido ensordecedor, enfiló la diminuta pista del aeropuerto de La Nubia.


   Manizales celebra la feria del libro entre el 1 y el 6 de septiembre y, de modo paralelo, su Festival internacional de Teatro, que este año llegaba a su 50ª edición (Octavio Escobar, director de la 7ª Feria del libro nos regaló entradas para todas las obras que se representaban durante los días que permanecimos allí), pero la ciudad estaba conmocionada cuando llegamos por otro acontecimiento más excitante, el partido de clasificación para el Mundial de Rusia de 2018 entre Colombia y Venezuela, de máxima rivalidad (ganó Colombia).
 Enclavada en el llamado eje cafetero, un entorno bellísimo con todos los tonos imaginables del color verde, Manizales crece a partir de un eje o avenida central (la avenida Santander, por el apellido del general que se opuso a Bolívar) que une un extremo (el centro histórico, con una catedral construida a prueba de seísmos), con otro, en que se levanta la torre de Herveo (o del cable), por la que los fundadores conseguían sacar de esta región montañosa el café hasta el río Magdalena.


   Junto a esta torre se encuentra el hotel en que nos hospedamos y a cinco minutos a pie, el Campus Palogrande de la Universidad de Caldas (Manizales tiene diecisiete universidades, la mayoría privadas), en cuyo paraninfo se celebraron todos los actos literarios, con los pasillos atestados de alumnos pues en Colombia el curso académico va desde enero a noviembre. Además de escuchar a escritores como Adalberto Agudelo, Juan Manuel Roca, Juan Gabriel Vásquez, Orlando MejíaLucía Estrada o Piedad Bonett, participé en dos actos: el primero, fue una charla, bastante informal, sobre Cervantes, junto a Alonso Aristizábal y Octavio Escobar; el otro contó con la presencia del Rector de la Universidad, Felipe César Londoño López: tras trazar una panorama de la literatura en la región en las últimas décadas, los escritores (Susana, Antonio María, Eduardo, José Manue) leyeron una muestra de su obra literaria. El acto se cerró con un coloquio con los asistentes.


Cáceres Express


CÁCERES EXPRESS

Julia Lama
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2016

   Graduada en Comunicación audiovisual, dibujante e ilustradora, Julia Lama (Cáceres, 1991) ha colaborado en la asociación Extrebeo (asociación cultural de amigos del cómic de Extremadura) y en diversos fanzines y revistas. La Editora Regional de Extremadura (que ha prestado atención a formas artísticas como el cómic o la novela gráfica en varias ocasiones: Buñuel en el laberinto de las tortugas, de Fermín Solís, El capitán Extremadura -contra el mal-, de Esteban Navarro…) publica ahora Cáceres Express, un “travelogue” (diario de viaje), que se suma a una tradición de la que la autora da cuenta en la apertura del relato, con títulos como La ruta Joyce, de Alonso Zapico (un cuaderno de viaje por los lugares en que vivió el narrador irlandés para documentar su novela gráfica Dublinés) o Pyongyang, de Guy Delisle (una novela gráfica ambientada en Corea del Norte). Elaborada en las Navidades de 2014, Cáceres Express traza un recorrido por diversos lugares de la que sin duda es la ciudad más hermosa de nuestra comunidad: el Parque del Príncipe, el Paseo de Cánovas, la Plaza Mayor, las de Santa María, San Jorge y San Mateo, el Palacio de las Veletas y la judería, lugares cercanos como los Berruecos o la Montaña, festividades más atractivas (San Jorge, Womad, Semana Santa, mercado medieval de las tres culturas) y otros datos de interés, con unos textos repletos de subjetividad, desenfado y humor.
   Reproducimos una de sus páginas.


lunes, 19 de diciembre de 2016

Corónicas de Ingalaterra

CORÓNICAS DE INGALATERRA
Una visión crítica de Londres

Eduardo Moga
Madrid, Varasek Ediciones, 2016, 307 págs.

    Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce. Pero Moga es también un notable prosista que ha cultivado el libro de viajes en títulos como La pasión de escribil (2013), una selección de entradas de su bitácora, Corónicas de Ingalaterra, con el título de Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (2015), y los ensayos De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015) y, recientemente, Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2016).
   Ahora, la editorial madrileña Varasek Ediciones publica en su colección On the Road Corónicas de Ingalaterra. Una visión crítica de Londres, que recoge entradas de su blog escritas entre septiembre de 2013 y noviembre de 2015, fruto de su estancia en la ciudad y, más tarde, de sus frecuentes regresos a ella. El resultado es un minucioso reflejo de una urbe a la vez diversa y difícil, con innegables atractivos (intachable respecto a sus tradiciones, riquísima oferta cultural, museos gratuitos, jardines recónditos, multiculturalismo en todos los ámbitos) y numerosas facetas irritantes (duras condiciones climáticas, aglomeraciones constantes, distanciamiento y falta de empatía de sus habitantes que ellos consideran “estoicismo”, carestía de la vivienda), y es en este sentido en el que ha de entenderse el sintagma “visión crítica”; esto es, ecuánime, generosa en el reconocimiento y  radical en la censura, además de exhibir unas notables dotes de observación en una mirada aguda y bienhumorada.


Martes, 28 de julio de 2015
Vuelvo a Londres

   “Cuando llegamos a Heathrow, ya ha anochecido. Comprobamos enseguida la diferencia de temperatura: en España hemos pasado tres semanas en un horno de pizzería, y aquí rondamos los quince grados. Los que han cometido la imprudencia de no cambiarse los shorts por unos pantalones largos, lo sufren agudamente. Al día siguiente, otra comprobación me confirma que estoy de nuevo en Inglaterra: el cielo está gris; el fresco del día se gira a frío por la noche, y hasta chispea. Para los ingleses, hace calor; para mí, ha llegado el invierno. En la ciudad me asaltan los innumerables ciclistas y runners: todos circulan con su habitual determinación, poseídos por la pasión de la salud. Al cruzar el Támesis por el puente de Alberto, veo a dos cuervos disputarse, a graznidos y picotazos, el cadáver de una platija depositada en el fango de la orilla. Más allá, en la ribera sur, los edificios del nuevo complejo residencial de Battersea siguen creciendo: las cuatro chimeneas blancas de la central eléctrica están completamente envueltas por andamios, y a su alrededor brotan las estructuras como hongos gigantescos. Al lado de casa, los italianos se siguen reuniendo en Capitán Corelli para comer pizza, hablar alto y jugar a las cartas. Delante del restaurante hay aparcado un Rolls dorado. Siento una melancolía suave: me gustaría estar en España, sí, aunque fuese a cuarenta grados; me gustaría seguir charlando con los amigos, algo que aquí apenas tengo oportunidad de hacer; me gustaría seguir comiendo bien, y paseando por calles y lugares que forman parte de mi vida, porque forman parte de mi pasado. Pero también celebro esta extrañeza que aún me produce Londres, la belleza de los parques, la delicadeza de las mujeres, los rincones infinitos e incitantes. Quizá debería sentirme afortunado por tener dos casas. Aunque, cuando estoy en una, siempre deseo estar en la otra” [pp. 277-278]

sábado, 17 de diciembre de 2016

Planes para no estar muerto


PLANES PARA NO ESTAR MUERTO

Diego González
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. La Gaveta, 2016, 69 págs.

   Licenciado en Ciencias de la Información y diplomado en Dirección Cinematográfica y Guion, Diego González (Villanueva de la Serena, 1970) ha desarrollado su labor profesional en diversos medios de comunicación y trabaja, en la actualidad, como guionista y productor de contenidos audiovisuales. Autor de dos poemarios, Mil formas de hacer la colada (Málaga, Cedma, 2006) y Mudanzas en los bolsillos (Castellón, Ellago Ediciones, 2007), el escritor ha publicado relatos en compilaciones antológicas como Estrechando círculos (Don Benito, 1999) y Siempre relatando (Diputación de Badajoz, 2005). En 2006 logró el premio “Felipe Trigo” de novela corta con La importancia de que las abejas bailen.
   Con una impronta poética semejante a la de la novela anterior, ve ahora la luz, en la Editora Regional de Extremadura, Planes para no estar muerto, una novela corta en que una sucesión de aparentes microrrelatos, todos titulados, construyen, mediante una expresión ceñida y escueta, las trayectorias de Ashe, el narrador, Dao Ji, el anciano obligado a un regreso a su tierra que tiene la condición de la derrota y Xiu Mei, la niña-gato empujada por sus padres a la prostitución, tres seres marcados por el desarraigo, la infelicidad y la certeza de la muerte (que, como se sabe, prefiere a quien no tiene proyectos pendientes).
   Reproducimos el momento en que sus destinos se cruzan en un instante crucial para todos ellos.

EL MIEDO

   Tengo miedo, ha dicho Dao Ji mientras pagaba. Aquí tienes tu dinero. Dudo si debo cogerlo, pero finalmente lo hago. Es un trabajo y Dao Ji tiene descuento porque se marcha, Y es mayor. Demasiado. Y está aterrado porque sabe que va a morir. Los chinos regresan a China cuando mueren o cuando han cumplido su historia. Aquí solo quedan los jóvenes y los fantasmas. Y Dao Ji siente pánico porque es de Qingtian, del lugar en que nueve de cada diez partes son montañas. Y en Qingtian ya no debe quedar nada ni nadie de lo que había cuando Dao Ji se fue. Hace 50 años.
   Tengo miedo, me dice mientras escribe unos números sobre un papel para asegurarse de que nada se pierda en su memoria. Lleva las cuentas de sus negocios en pequeñas hojas que maneja cuidadosamente con sus largos y huesudos dedos. Es viejo, casi tanto como su pánico, así que le insisto en que no se preocupe, que yo me encargo de todo, y le agarro con fuerza la mano que tiende el dinero para que me crea. Estoy asustado, solloza Dao Ji, porque voy a regresar y no tengo una bonita historia para mis muertos. No se preocupe, repito, yo cuidaré de que esté en paz con ellos.
   Entonces saco del bolsillo un papel doblado. Es lo pactado. Aquí tiene la lista. Está escrita con rotulador de punta fina, como le gusta a la niña-gato. Así podrá leerla en la oscuridad.
   En unos días Dao Ji ya no volverá a verme. Se marchará para siempre y dejará a la niña-gato conmigo. Por eso busca un orden en las cosas, para que todo salga bien. [pp.15-16]

viernes, 16 de diciembre de 2016

Los haikús del tren


LOS HAIKÚS DEL TREN

Almería, El Gaviero Ediciones, 2007, 127 págs.
Prefacio del autor.

   Licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, Eduardo Moga (Barcelona, 1962), es autor, como poeta (ha cultivado otros géneros) de los libros Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1996), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999; 2ª edición, 2007), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008), Bajo la piel, los días (2010), El desierto verde (2011; 2ª edición, 2012), Insumisión (Premio al mejor poemario del año de la revista Quimera, 2013; Latino Book Award, EE. UU., 2014), Décimas de fiebre (2014) y Dices (2014). Este mismo año publica una selección de sus textos en Amargord Ediciones, con prólogo de Jordi Doce, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014).
   Hace algunas semanas, el autor tuvo a bien traerme en su visita al aula Guadiana de Don Benito algunos de sus libros, entre los que se encontraba un ejemplar de la espléndida edición de Los haikús del tren aparecida en El Gaviero Ediciones. Compuestos, como se dice en el prefacio, entre finales de 1999 y principios de 2000, los poemas nacen en el curso de los viajes diarios que realiza por razones laborales, circunstancia que convierte al medio de transporte en hilo conductor de estos brevísimos textos: “El tren, pues, constituido durante casi una hora diaria en síntesis del mundo, me llenaba los ojos de imágenes. Y eran esas imágenes, y los instantes encarnados en ellas, lo que yo quería apresar en palabras: lo que el haikú quiere apresar en palabras. Sin embargo, aprendí que la percepción se educa: la sensibilidad ha de rastrillar el conjunto de estímulos que se ofrecen al ojo –y que éste capta indiscriminadamente-, para escoger, al fin, los que considere más susurrantes o perturbadores. El haikú, como todo poema, nace en la piel, pero crece tras ella: en la razón y en la sinrazón, en la sintaxis y la subversión de la sintaxis” [pp. 10-11].
   Reproducimos tres composiciones.

Un perro azul,
un niño columpiándose.
Pasan, fugaces.

Viajan calladas,
sin mirarse a los ojos,
las soledades.

Los pasajeros del tren
con que me cruzo
están muy lejos.