martes, 18 de julio de 2017

Eva María se fue...

   Conducía hace unos días en dirección a Mérida oyendo la radio (que no escuchándola), sumido en preocupaciones domésticas, cuando de repente sonaron los acordes veraniegos de una canción de mi juventud: “Eva María se fue / buscando el sol de la playa / con su maleta de piel/ y su biquini de rayas”. En ese momento sentí un leve estremecimiento que, sin té ni magdalenas, me abdujo por completo para un instante después depositarme suavemente (era verano de 1973, cuando Fórmula V dio a conocer esta joya de la música pop) en el patio de la casa de mis padres donde mi hermana y sus numerosas amigas bailaban al son de un tocadiscos de pilas, mientras, en el presente, una dulce nostalgia me invadía. ¡El verde dosel de la parra madurando sus racimos de uva albilla, la palmera desgañitándose con un gorjeo unánime de gorriones, las chicas moviendo rítmicamente sus púberes caderas… ¡Y todo lo había desencadenado una festiva tonada popular! Cómo no compartir la aguda observación de Faulkner; “el pasado no está muerto, ni siquiera es pasado”.
   Como no tenía mejor cosa que hacer que atender al tráfico (y a los rádares emboscados de la DGT) y escuchar la canción, me detuve en los versos, leves y ligeros como pompas de jabón, que, a pesar de su tono fresco y estival, relatan una separación (o una ruptura, la cosa no está del todo clara): “ella se marchó / y solo me dejó / recuerdos de su ausencia…”, y es que “sin la menor indulgencia [sic] Eva María se fue” (a la playa). Tras este episodio traumático, durante las noches de insomnio, al amante solo le queda el pobre consuelo de contemplar su fotografía (con su biquini de rayas, “bañándose en el mar / tostándose en la arena”), momento en que la canción exhibe un erotismo tímido y primario. Nada que pueda compararse con las sutiles sugerencias del éxito de este verano, “Despasito”: “Y es que esa belleza es un rompecabezas / pero pa montarlo aquí tengo la pieza”.
   Recordé entonces una viñeta de Forges (no la que reproduzco; otra que no he podido encontrar) que mostraba a la pareja camino de la playa: delante, Eva María con su biquini rayado lleva en la mano una pequeña radio de la que surgen los versos de la melodía, en tanto que el menda, detrás de ella, carga a hombros un enorme maletón y canturrea la letra corrigiendo el cuarto verso (“… con su maleta de piel / que un gilipollas llevaba”).
   ¿Es cierto que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, como afirma Jorge Manrique? No. Es falso. Tan falso como que Manrique dijera eso, como repiten tantos tontos. Lo que el poeta palentino dijo literalmente fue: “[contemplando] cómo a nuestro parescer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”; esto es, cómo tras los muchos años vividos sentimos la tentación de considerar (erróneamente) que cualquier tiempo pasado fue mejor.
   ¿Cómo es posible entonces que me emocionara una canción del pasado que por aquellos años yo odiaba minuciosamente? No lo sé. Solo sentí que cuando acabó la melodía se apagó de repente aquel destello luminoso (los gorriones gorjeando, las uvas madurando, las chicas contoneándose) y volví de nuevo a este mísero presente atento al destello luminoso de algún radar emboscado que podría encarecer de un modo notable mi viaje a Mérida. Y sin la menor indulgencia.


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