miércoles, 19 de mayo de 2021

Lo que no será

LO QUE NO SERÁ

Antonio Reseco

Mérida, De la Luna Libros, Col. Lunas de Oriente, 2021, 105 págs.

   Antonio Reseco nació en Villanueva de la Serena (Badajoz) en 1973. Licenciado en Derecho por la Universidad de Extremadura, publica en el año 2000 su primer libro Jardín Buscado. Desde entonces han aparecido los poemarios Un lugar conocido (2002), Anotaciones del viaje (2005), El Otoño cotidiano (2005), Geografías (2006), Huidas (2009) London Bureau (2012), Casi no existir (2015) y Posdatas (2017), este último ilustrado por la pintora Pilar Molinos. Cofundador y director de la editorial Littera Libros, ha publicado docenas de artículos, relatos y poemas en distintas revistas y ha sido incluido en diversas antologías. En 2012 fue editada su primera obra de teatro, Dickens no tiene corazón y el libro de relatos El conejo, la chistera y el mago sin memoria. En 2018 apareció su último libro, El café portugués. Ahora la editorial emeritense De la Luna Libros publica Lo que no será, un conjunto de once relatos protagonizados por hombres y mujeres cuyas vidas han sido captadas en momentos de crisis (un malentendido en un matrimonio puede abocarlo a un desenlace trágico, un monólogo de un parricida tras asesinar a su pareja) o, más frecuentemente, en su cotidianidad y su rasgo formal más acentuado, además del cuidado estilístico, es el fragmentarismo de las composiciones: nos encontramos ante pedazos de vidas humanas que dejan en la sombra, apelando con ello a la colaboración del lector, su pasado o su futuro: las desavenencias domésticas de una pareja por el mobiliario de un piso (tal vez como indicio de problemas de mayor calado), el conocimiento casual de dos mujeres que comparten un banco de un parque, el comienzo de una relación sentimental de porvenir incierto… La impresión final es que sus destinos (y los nuestros) son “ecuaciones sin resolver”, no avanzan hacia una meta y no son aleccionadoras. Como no lo es, que el protagonista de uno de los relatos (“Nadie lo sabe”) quede reducido a una mera vida vegetativa, en un aislamiento absoluto, sin sentimientos ni recuerdos.  

    “El hombre tomaba café en una terraza del centro de la ciudad cuando una joven se sentó a su mesa. No la había visto jamás. Cuando quiso preguntarle por qué lo había hecho, algo lo distrajo. El hombre, contrario a las relaciones espontáneas, calló. Tampoco podría explicar por qué lo había consentido. A veces las cosas no se explican por sí mismas. Antes de que pudiera decir nada, ella le dio la mano. Parecía contenta de verlo. La chica se identificó como Clara. Lo repitió, una, dos, tres veces. A él, aún desubicado, se le antojaba que el nombre no conjugaba con el aspecto de ella. Llevaba unos tejanos impolutos y unas manoletinas a la moda. También una blusa blanca de manga francesa. La muchacha le preguntaba y él respondía con monosílabos o, simplemente, asintiendo o negando con la cabeza. Entre pregunta y pregunta, ella le contaba cosas de sí misma, sobre lo que hacía o sobre lo que había planeado. De cómo el trabajo se había vuelto desagradable o cuáles eran las perspectivas para el fin de semana. A él le parecía todo tan caótico que, paradójicamente, la energía con que ella lo expresaba le reconfortaba. Como si solo así pudiera sentirse a gusto o a salvo. La chica era mucho más joven, quizá treinta o treinta dos años menos que él. Sus rasgos eran de una belleza serena, ni estridente ni humillante. En esa medida en que uno no llama la atención pero lo hará tan pronto como la atención le sea prestada. El murmullo de las mesas vecinas hacía que perdiera el hilo del discurso. Le costaba seguirla. Él se lleva la mano al bolsillo del pantalón para comprobar que está su cartera allí. Se tranquiliza. Ella le insiste en que no lo vuelva a hacer, que no es la primera vez que pasa, que algún día no pasará por allí. El hombre ha dejado de escuchar. Siente un ligero temblor en las piernas, como si, de pronto, temiera alguna cosa o algo le inquietara. Se mira la muñeca derecha. Tiene una cinta blanca con un nombre, una dirección y un teléfono. No reconoce ninguno de ellos”. [pp. 39-40].

 

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