miércoles, 23 de marzo de 2022

Las penúltimas montañas

LAS PENÚLTIMAS MONTAÑAS

Antonio Cortijo

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Geografías, 2021, 198 págs.

    Nacido en Madrid en 1963, Antonio Cortijo Florentino alterna su tiempo entre Madrid y Extremadura, donde pasa la mayor parte del año en su casa de Almoharín (Cáceres). Licenciado en Filología Hispánica y en Ciencias de la Información, desde hace veinticinco años trabaja en la revista Caudal de Extremadura, especializada en agricultura, ganadería y agroalimentación. En 2020 ganó el VIII Premio Internacional José Bergamín de aforismos con el libro Envasado al vacío (Cuadernos del vigía). Ahora la Editora Regional de Extremadura publica en su colección Geografías Las penúltimas montañas, que, por el desarrollo de su trama, recuerda la estructura de la “novela de maquis” (enfrentamiento con un enemigo superior en número, búsqueda de cobijo en las montañas, deserciones y abandonos, derrota final), pero frente al carácter realista de estos relatos, firmemente anclados en el tiempo y en el espacio (con frecuencia los lugares y los episodios tienen una base real), Las penúltimas montañas se sitúa en un territorio mítico invadido por el ejército de un país colindante. Las eminentes montañas del norte, el río fronterizo, las fortalezas aduaneras en los puentes, la aldea de las mujeres, las fértiles llanuras, los riscos y grutas de las sierras son los hitos de un espacio por donde deambula tras la invasión un grupo de guerrilleros marcados por la violencia y abocado a una derrota cierta. Tres hombres y una mujer plasman otros tantos destinos de quienes se han negado a la ocupación de su patria hasta ver impotentes cómo cualquier resistencia es inútil tras comprobar cómo la mayor parte de sus compatriotas colaboran resignadamente con los nuevos dueños. La tentación del regreso, la huida hasta las tierras libres del sur, la tenacidad en la resistencia y la búsqueda incesante de un espacio de paz improbable son las opciones de estos “héroes” desarraigados que se mueven en medio de una naturaleza hostil, escarpada, hiriente, habitada por todo tipo de seres vencidos. Reproducimos un fragmento que incorpora los dos motivos nucleares de  la novela, el acoso a los guerrilleros y la naturaleza abrupta en que se mueven perseguidos y perseguidores (el motivo que ha pasado el título de la narración).

    “Hay un momento en el que el alba coge con sus manos el manto de la noche y, con mucho cuidado, lentamente, lo levanta sobre nosotros y el mundo. La llanura emerge otra vez diáfana mientras se despereza. Por unos breves instantes hay una especie de cualidad acuática en el aire que nos refresca y tonifica, pero enseguida desaparece. Ellos no van a cejar nunca en su empeño y esperan que, tarde o temprano, acabemos por entregarnos. Probablemente no habría ni venganzas o escarmientos, ni siquiera animadversión. Todo consistiría en entregar las armas e integrarnos en la nueva vida —por ellos instituida— de nuestras viejas ciudades doblegadas. Pero nosotros sabemos que no hay marcha atrás, que no hay ninguna posibilidad de volver a recorrer esas calles ocupadas, de volver a vivir esa nueva vida esquilmada, oprimida, tullida y asfixiada. La vieja libertad —y la memoria de nuestros antepasados y sus centenarias costumbres — no va a morir mientras estemos aquí arriba, en las montañas, ocultos en el boscaje y viviendo en las oquedades de las grandes piedras, vigilantes y huidizos en lo más alto, acosados pero libres.

   Esas nubes de polvo, esos lentos convoyes, esas columnas de humo, esos diminutos puntitos negros que se afanan en la defensa del río, configuran un lejano decorado animado sobre el territorio de un mapa demasiado conocido, que empieza a cuartearse por los extremos. De vez en cuando, una breve explosión, un interrumpido tiroteo, un cañonazo, dan fe de ellos. Mientras, nosotros, aquí arriba, pateamos los estrechos caminos de piedra al borde de pequeños precipicios. Buscamos algo de caza. Pero no dejamos de contemplar la amplísima llanura secuestrada, inmóvil ahora a media tarde. Llegamos por fin a uno de los manantiales en los que el agua aún brota fría, limpia y generosa. Nos arrodillamos para beber, nos refrescamos la cara y llenamos las cantimploras. Abajo, a lo lejos, un sol plano recalienta y pudre el agua de los pilones y los estanques.” [pp. 11-12].

 

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