PUTITOS
Ángel Borreguero
Madrid, El Sastre de Apollinaire, 2023, 81 págs.
Prólogo de Luis Antonio de Villena
Epílogos de Mario Martín Gijón y Elvira Navarro
Ángel Borreguero (Badajoz, 1996) es graduado
en Literatura General y Comparada por la Universidad Complutense de Madrid y Máster
en Investigación en Humanidades (sección de Estudios Clásicos) por la
Universidad de Extremadura, donde ha trabajado sobre la obra póstuma de Jesús
Alviz. Soltero y solo en la vida (Pombo
dixit), vive en Cáceres.
Putitos, su primer libro, contiene singulares composiciones en prosa que se sitúan en un terreno fronterizo entre lo narrativo y lo lírico (entre el microrrelato y el poema) que “quizás no es poesía, tampoco prosa: es un turbión, una concatenación de imágenes –solo imágenes distintas- que debe leerse como greguerías líricas, obscenas, sucias y brillantes” [Prólogo]. Edificado sobre un sustrato lector amplísimo, con preferencia por las vanguardias históricas y actuales, el libro nace impulsado por un espíritu transgresor tanto en los aspectos formales (mestizaje de géneros, mezcla de registros estilísticos) como en el temático. Y es que la interminable galería de homosexuales jovencísimos (que ya anuncia el diminutivo del título) rompe con la imagen clásica del hermoso efebo adolescente al presentar unas figuras humanas entre tiernas, grotescas e incluso repulsivas, en cuya descripción se reiteran en las numerosísimas enumeraciones elementos como pecas, culos, verrugas, granos, mocos, baba y otros fluidos, entre colores y olores “infantiles” a chicle, gominolas, doritos, fresas o yogures. El resultado final “traduce un sentido de la vida tan transgresor como llamativo, anunciando a un escritor de juventud irrepetible” [M. Martín Gijón. Epílogo]. Reproducimos una de las composiciones que contiene muchos de los rasgos citados: perspectiva casi esperpéntica, imágenes degradantes (rostro: yogur caducado; cara: berza amarilla)…
POR DENTRO ES
OLEOSO, como por fuera. Hay blanduras, alguna cosa suelta, un gordino que dice okey con la mano. La camiseta marinera,
el rostro guapo como un yogur caducado.
El líquido
rosita por la boca, la cara rubia y ancha, llena de manchas escarlatas. En la
casa del árbol, rodeado de cómics, muñecos con la cabeza de goma, la luz de la
mañana, el jardín y los olores (la cara como una berza amarilla): a circo, a
limo de las acequias, a cosa brillante y deseable, extrañamente pulida.
Es una escena
algo desvaída, como en tonos pastel: el muchacho rubio y alto, la minúscula
cabeza tintada, una fosforescencia en medio del campo, y un casco naranja de
brillos, vomitonas coloradas con pecios deliciosos, cosas siderales.
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