viernes, 24 de abril de 2009

El comisario Kostas Jaritos en apuros



EL ACCIONISTA MAYORITARIO

Petros Márkaris
Barcelona, Tusquets, 2008, 365 págs.
Trad. de Joaquim Gestí y Monserrat Franquesa


Tras la edad de oro de la novela negra estadounidense (Dashiel Hammet, Raymond Chandler...), este subgénero narrativo, difundido por el cine, halla acomodo en todas partes, manteniendo una calidad similar o degradándose en una literatura de quiosco y evasión, pero ha tendido a reiterar las mismas "funciones narrativas" con un alto grado de docilidad (por ejemplo, en el desarrollo conversacional de las pesquisas. Recuérdese a Navokov: “¿quién querría una novela policial sin diálogo?"). En general, puede decirse que este subgénero ha evolucionado en dos direcciones: hacia un divertimento lúdico e intelectual que posterga hasta las últimas páginas la elucidación de uno o varios crímenes, y hacia una narrativa que, paralelamente a este propósito, tiende a reflejar, como en las mejores narraciones clásicas, su entorno con una mirada crítica.
El novelista griego Petros Márkaris (Estambul, 1937) es el creador del detective Kostas Jaritos, protagonista de una serie de novelas policíacas (Noticias de la noche, Defensa cerrada, Suicidio perfecto...) que recogen los casos en que ha trabajado. En El accionista mayoritario, este cachazudo comisario de policía se ve inmerso de modo simultáneo en dos casos que podrían haber dado lugar a otras tantas entregas independientes. El primero de ellos involucra a su familia: un grupo de griegos ortodoxos que combatió en la guerra de Yugoslavia junto a Serbia y teme ser juzgado por el tribunal de La Haya secuestra un barco de pasajeros en el que viaja la hija del comisario, Katerine, y su novio Fanis.
El segundo caso es puramente profesional: alguien está asesinando a modelos, locutores de radio y directivos, todos ellos relacionados con el mundo de la publicidad.
La conjunción de estas dos tramas otorga a la acción un ritmo vertiginoso en que el protagonista apenas puede atender al montón de problemas que le asaltan, circunstancia suficiente para garantizar un par de horas agradables para un lector sin otras pretensiones, pues cumple a rajatabla todas las reglas del género (indagaciones sucesivas, pistas ciertas y falsas, desenlace imprevisto pero verosímil....). La novela acrecienta su interés cuando se aleja desde el centro del modelo canónico hacia la periferia del género. Nos hallamos entonces ante la aportación más personal: el reflejo, políticamente incorrecto, de un presente convulso en que los más graves problemas (xenofobia, terrorismo, integrismo...) también se han globalizado. De especial interés resulta el reflejo de una Atenas caótica en donde las obras públicas realizadas para los Juegos Olímpicos apenas han mejorado las condiciones bienestar, con un tráfico infernal y un montón de modernos edificios abandonados: estadios convertidos en inmensos basureros de donde se ha robado todo el material que tiene algún valor (marcos de ventanas y puertas, cañerías, mobiliario...), instalaciones deportivas convertidas en refugio de inmigrantes pakistaníes, albaneses, búlgaros..., con los que la policía no sabe qué hacer: "Al principio los perseguíamos, pero después nos vimos obligados a no mover los jeeps por falta de presupuesto [...] Ahora esto parece Jauja. De todos modos, y para que no digan que las obras olímpicas no sirven de nada, los pakistaníes utilizan el canal de remo para pescar. Costó más de dos millones de euros. ¡Es el coto de pesca más caro del mundo!" (p. 147).
La novela tiene el interés que puede despertar un género situado en un ámbito insólito para un lector español (sigue dominando el género la narrativa anglosajosa y, naturalmente, la española), pero en los problemas sociales que denuncia puede reconocerse cualquier sociedad de occidente: la desmesura publicitaria convertida en el "socio mayoritario" de los medios de comunicación (que impone y veta a actores, series...), la presión migratoria, las reacciones integristas...

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