jueves, 18 de abril de 2013

Las lágrimas de San Lorenzo



LAS LÁGRIMAS DE SAN LORENZO

 Julio Llamazares
Madrid, Alfaguara, 2013, 193 págs.
  
   Tras los relatos de Tanta pasión para nada (Madrid, Alfaguara, 2010), Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) publica en la misma editorial madrileña Las lágrimas de San Lorenzo, una novela intimista y melancólica ambientada en Ibiza en las horas de la noche de un diez de agosto en que un padre y un hijo han salido del hotel para contemplar las Perseidas o “lágrimas de San Lorenzo”. Bajo el mismo epígrafe repetido (Otra, otra, otra, otra…), van sucediéndose los recuerdos del protagonista desde que siendo niño su padre lo llevó en una pequeña aldea de León a ver este mismo espectáculo nocturno. Tal vez, su hijo haga lo mismo cuando él haya muerto, lo que le lleva a recordar el verso de Homero “Como la generación de las hojas, así la de los hombres…”, pues las vidas humanas son, al fin, efímeras como estrellas fugaces (y amargas como lágrimas), que corren raudas dejando una breve estela a su paso antes de desaparecer por completo. Esta es la intuición nuclear, más poética que narrativa, que está en el origen de la novela, expresada de tal modo que en muchos lugares permitiría su reproducción en verso (“La noche tiembla como las estrellas; la caracola inmensa del mar es ya una caja de resonancia contra la que choca el mundo. Suena una sirena lejos. No es de esta tierra, sino de otra: la tierra de los desaparecidos”).
      Si bien esto es lo que considera al protagonista, ya anciano, en su camino de vuelta, a los niños, en cambio, es preciso contarles la leyenda de otro modo (como hizo su madre con él: los seres queridos, al fallecer, se convierten en estrellas fijas).

“-¡Mírala!... ¿La ves allí?... ¡Aquella que luce tanto!...
   Mi madre insiste hasta que lo consigue. Desde el corredor de casa, esa galería abierta que recorre toda su fachada y en la que  por las tardes se sienta a conversar, mientras cosen y miran el paisaje, con la abuela, me muestra en el firmamento la estrella del abuelo, que acaba de morir. Es primavera y todo bulle a nuestro alrededor, como si a la naturaleza no le importara nada lo sucedido.
   Mi madre me ha traído al corredor para enseñarme la estrella del abuelo, que se acaba de encender según me dice, pero yo sé que lo hace para alejarme del comedor donde mi padre y sus cuatro hermanos velan su cadáver yerto, junto al que mi abuela llora”[p. 27]

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