LÍNEA ROJA
José Luis García Martín
Gijón, Impronta, 2013, 254 págs.
José Luis
García Martín (Aldeanueva del Camino, Cáceres, 1950) es autor
de una extensa y variada obra literaria recogida en cerca de un centenar de
libros (poesía, diarios, relatos, traducciones, teatro, ensayo, escritos
viajeros, conversaciones y lecturas, antologías, ediciones críticas). Como
diarista, García Martín ha publicado las siguientes entregas: Días de 1989 (1989), Colección de días (1993), Dicho y hecho (1995), Todo al día (1997), Mentiras verdaderas (1999), Fuego
amigo (2000), Dominio público
(2003), Leña al fuego (2004), A decir verdad (2006), La vida misma (2007), Hotel Universo (2009), Para entregar en mano (2011), Línea roja (2013) y Nadie lo diría (2015). Recientemente, el escritor tuvo la
amabilidad de enviarme un ejemplar de Línea
roja (Impronta), diario que recoge entradas de 2009 y 2010 y que, por su contenido, se
halla emparentado con el resto de los títulos. Todos similares pero todos
distintos, los diarios trazan el perfil de una personalidad alerta ante la
belleza del paisaje urbano (en esta entrega merodea por Avilés, Coimbra, Figueira
da Foz, Nápoles, Génova, Nueva York, Mondoñedo…) y ante las más diversas manifestaciones
literarias (con la excepción de la novela), además de reflejar una “rutina”
complacida: clases, cafés, tertulias, jurados, premios, congresos, fundaciones…
En uno de estos encuentros propios de la vida literaria, tan tediosos con
frecuencia, el diarista recoge, junto a agudas observaciones, el repentino brotar
de una emoción auténtica.
Martes, 27 de abril
UN PUÑADO DE CENIZA
Con algo de retraso se celebra el día del libro en la Facultad. Me alegra
escuchar la gracia disparatada de Ana Rossetti, que me devuelve a los años ochenta.
El contrapunto de seriedad lo ponen los jóvenes poetas que leen después.
Rodrigo Olay –veinte años- tiene ya empaque catedrático. “La primera obligación
del poeta –afirma- es conocer su oficio”. Y la segunda –pienso yo-, olvidarlo.
Lee a continuación dos sonetos, uno de Luis Antonio de Villena, y otro suyo, y
no hay duda sobre quien conoce mejor su oficio. Pero a mí me conmueve
especialmente la intervención de Carlos Iglesias. Lee primero un poema de Joan
Margarit y luego, muy despacio, haciendo pausa tras cada palabra, otro suyo,
una escueta despedida filial: “Retuve, / tus cenizas, / en un puño, / como un
niño / que quisiera / una vez más / aferrar / la mano / de su padre”.
En el silencio que siguió me
vinieron a la cabeza los versos de José Hierro. “No he dicho a nadie / que
estuve a punto de llorar” [pp. 196-197]
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