EL
ESPEJO
Hilario
Jiménez Gómez, Marisa de Llanos Pérez y Diego González [Dir]
Badajoz,
Asociación de Escritores Extremeños, 2016, 98 págs.
Presentación
de Juan Ramón Santos.
Diseño
de portada y contraportada de Juan Ricardo Montaña.
Acaba
de ver a luz el número nueve de la revista de la Asociación de Escritores Extremeños, una entrega monográfica dedicada a recordar cuál era el panorama literario regional anterior
a la fundación de dicha asociación. A este tramo se refieren los ensayos de
Fermín Herrero (“A favor de al belleza”), Diego González (“Poesía en
braguetas”), y José María Lama (“Un centenar de palabras airadas”), centrado
este último en el controvertido II Congreso de escritores extremeños de 1982.
Le siguen colaboraciones literarias de Inma Chacón, Efi Cubero, José Manuel
Díez, Luciano Feria, Antonio Galán, José García Alonso, José Luis García
Martín, Jesús María Gómez y Flores, Carmen Hernández Zurbano, Hilario Jiménez
Gómez, Marisa de Llanos Pérez, Mario Lourtau, Carlos Medrano y Yolanda Regidor.
El número se cierra con notas de lectura
sobre obras de Hilario Jiménez Gómez (Luis García Montero), Maribel Tena García
(Faustino Lobato), Plácido Ramírez Carrillo (Francisco Collado), José María del
Álamo (Antonio Salguero Carvajal), Joaquín Benito de Valle Bermejo (Vicente
Rodríguez Lázaro), Antonio Castro Sánchez (Faustino Lobato), José Antonio
Santiago (Luis Leal), Juan María Hoyas Santos (Nicanor Gil), Pilar Galán
(Enrique García Fuentes), Javier Sánchez García (María Elena Calvo), Diego
González (Antonio Reseco), la revista Turia (Álvaro Valverde), Rosa López
Casero (Merche Miranda) y Mario Martín Gijón (Enrique García Fuentes).
Reproducimos un poema de Mario Lourtau
dedicado a la memoria de Ángel Campos Pámpano, presidente de la Asociación
entre 1993 y 1999.
ELEGÍA
POR CAMPOS PÁMPANO
Volvías
de Lisboa y la palabra muerte
no
entraba entre tus planes.
A lo
lejos –mermado en lo más alto-
un
sol breve hacía las veces de candela
para
esas alas tuyas y ese cuerpo
que
no habrían de alcanzar al astro con las manos.
Por
mucho corazón ensimismado,
por
muchas veces que sintieses su presencia
soplar
su negro aliento tras tu nuca,
tú
no sabías de nieve ni mortaja.
¿Quién
te iba a decir, después de todo,
después
de haber sembrado con palabras
la
vida y sus rastrojos,
que
de tu última semilla entre los hombres
habría
de germinar tanta tristeza?
Siquiera
este refugio, estos húmedos
versos
y esta luz –ahora tan blanca-
donde
resbala el tiempo,
me
acerquen más a ti, poema adentro,
para
no hacerme materia del olvido.
Dejas
ríos y calles encaladas.
Dejas
aire por el aire de las cosas.
Dejas
casa y el agua de tu ausencia.
Dejas
sombras y sed para los tuyos.
Yo
te hablo a ras de suelo, como hombre,
de
todo lo que dejas vida adentro;
los
hados no perdonan, tampoco la memoria
de
tanta luz baldía, de piel
ya
sin caricias;
y si
llegas y nos tocas levemente,
-cualquier
noche de marzo o en cualquier
fría
tarde de esas a deriva-
se
siente uno vacío, débil, herido,
hasta
el punto de llorar otra derrota.
Y
tú sabes bien, amigo, a corazón abierto,
los
poetas somos más que vulnerables.
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